Zumbido, de Juan Sebastián Cárdenas

Resulta incontestable que Zumbido (451 editores, 2010), la primera novela del colombiano Juan Sebastián Cárdenas, desconcierta y fascina, como anuncia la propaganda de su contraportada, sólo que no exactamente -me temo- por las razones que se pretenden, pues el desconcierto no procede de la fascinación sino que es producto del colapso.

Para invocar este significado (el del protagonista de la novela cuya huida se nos relata y que es la que nos provocará fascinación y desconcierto), y dado que la trama se urde en una incierta ciudad latinoamericana que se pretende indistinta, deberíamos en primer lugar pensar en los cultivadores puertorriqueños de la Poesía Sorprendida, al menos en lo que respecta a su afán lírico surrealista y cuyos efectos contemporáneos se pueden rastrear en la novela de Cárdenas. Unos versos del poema Primera evasión de Franklin Mieses Burgos nos servirán de guía.

Dicen así:

“Lo redondo es un río que sale y que torna
de nuevo hacia sí mismo, hacia la hueca nada
donde su ser gravita.”

La mención no es despreciable en tanto que el cometido principal que procura la novela de Cárdenas es la de ejemplificar ese zumbido incomprensible que sería –tal vez- la imposibilidad de colegir las verdades del mundo contemporáneo (“esa hueca nada”). Además, el surrealismo bretoniano que, como ya hemos dicho, impregna la novela, no es sólo de contenido sino que también (in)fluye en la trama, pues contribuye a dotarla de movimiento.

Una segunda referencia importante serían otros versos, estos pertenecientes al poema “Colombia es una tierra de leones” de Juan Gustavo Cobo Borda (que son, a su vez, [per]mutación de un célebre verso de Rubén Darío) y que dicen así:

“País mal hecho

cuya única tradición

son los errores

[…]

mugre y parsimonia”.

Teniendo en cuenta esto (el afán neovanguardista y su intento por denunciar la realidad del país de estos versos) comprenderemos mejor la novela de Cárdenas, porque en ella ambas cosas se encuentran interrelacionadas: la mugre y la parsimonia y la hueca nada donde gravita el ser del protagonista/narrador. Respecto a la estructura de la obra es perentorio decir que sólo hay –desde mi punto de vista- dos formas de abordar la novela. De una parte, puede ser considerada como la reunión desafortunada de un primer relato excelente, un segundo relato brillante y un tercer relato pasmosamente infantil y bobo; o bien, se puede estimar su validez como relato conjunto (y novelesco) que ambiciona retratar las mutaciones –en forma evolutiva- de una voz despiezadas en tres estadios o espectros (como prefiere llamarlos el propio Cárdenas [1. “Basta de platonismo”. Juan Sebastián Cárdenas en entrevista con Elvira Navarro. Revista Culturamas. 18-Agosto-2010.]) cuyo ensamblaje resultaría ciertamente precario.

Aquí, para el análisis, optaremos por la segunda perspectiva expuesta: la consideraremos una novela.

En este sentido, podemos decir que Zumbido sigue, de algún modo, los postulados de la lógica difusa o borrosa, esto es, busca una suerte de razonamiento aproximado, basado en las contingencias, en la flexibilidad, y en una alegre tolerancia con la imprecisión. De ahí que se haya llamado la atención sobre su parecido con la obra de Maurice Blanchot, sobre todo en lo que se refiere al olvido sin memoria y a ese caminar del hombre disperso que anula la transcendencia.

La novela comienza siguiendo una suerte de estilo postbeckettiano del absurdo, y que recuerda al Levrero de París, continúa con un postmodernismo à-la-Burroughs (en el sentido de narración cinemática), para terminar con un final bastante cacharrero y que elabora una especie de antiparábola sobre la religión y el mito al estilo paródico (y fuertemente irónico), tal vez evidenciando el capitalismo desastroso que denunciaba Paul Virilio y, al mismo tiempo, desterrando la idea de la hipermodernidad.

En lo que se refiere a la trama, la novela comienza de manera excepcional relatando la historia de un hombre confundido y roto en el llanto por el anuncio de la muerte de su hermana.

Una mujer se acerca a consolarle y le saca del hospital. El protagonista, incapaz de voluntad alguna, la sigue tras recibir una señal de ésta.

Ambos pasean en el coche de ella en tanto que la ciudad, una ciudad enorme e inabarcable, se va convirtiendo en un lugar nuevo (a la manera de Nadja de Breton) donde comienzan a suceder cosas más propias del sueño que de la realidad.

Al final, arriban a un motel.

El protagonista, mientras la mujer se ha quedado en la habitación del motel y él pasea por los alrededores, sufre el ataque de un perro [págs 44-55] y se ve obligado a pelear con él hasta provocarle la muerte en una escena escrita con una maestría fantástica y que por sí sola justifica toda la novela.

La pelea con el perro (que se nos desvelará al final de la novela como materialización del diablo mismo) provoca que el protagonista sufra heridas desfiguradoras en el rostro y que habrá de curarle un negro albino (¿?) que acaba siendo miembro de una extraña secta que rinde culto a Santa Panchita (sic) y cuyo pastor propone al protagonista que se convierta en el relatador de sus historias para fundamentar lo que era el credo de su grupo, el de un “cristianismo en marcha” y que se caracteriza por expandir los evangelios que la constituyen.

En esta última parte de la novela , que sucede en las carpas de una especie de fiestas populares y más tarde en la congregación de los adoradores de Santa Panchita (sic) se da una cierta contraposición entre abstracción (o más bien la formulación abstracta de conceptos) y representación (al modo de la realidad holográfica).

El problema de este tramo final, más allá de ciertas inconsistencias de varios personajes que aparecen en este momento y de la problemática coherencia de lo que narra el relato, es la aguda reflexión que le sobreviene al protagonista (en plan súbito) que es pura glosa autoral para resolver una trama a la que Cárdenas no sabe encontrar solución.

En términos puramente narratológicos esta parte última denota una excesiva autoconsciencia para un personaje que se nos ha presentado hasta entonces como falto de voluntad, errático y en un constante fluir (una suerte de personalidad en construcción). Así, ese sobrevenir de la razón sin mediación de la catarsis ni viéndose derivada por el ethos del personaje, resulta grotesca e insultante.

La transición, el ensamblaje (por decirlo en términos fabriles), no resulta productiva aquí.

Además, la superficialidad a la que evoluciona la tercera parte de la novela no devenga autenticidad sino que se convierte en la caligrafía violenta de un púber. Porque contra el espléndido planteamiento de las dos terceras partes de la novela (la primera y la segunda) que trabajan con lo alusivo, que hibridan con mano firme y hábil distintos estilos y varias subtramas inquietantes que convierten la narración en una especie de catálogo de fantasmagorías (el misterio de la identidad del hombre protagonista y su ensimismamiento, las voces turbadoras que se escuchan en el cassette del coche o la personalidad irracional de la mujer, el negro albino, un hombre musculoso que hace ejercicios en la piscina del motel, las calles desoladas de la ciudad, etc), la tercera parte resulta francamente repulsiva por su llaneza y obviedad.

En otras palabras: es indigna de lo que se nos prometió con anterioridad.

Hasta la página 102 la novela es excelente. Pero, a partir de que la mujer le confiesa al oído al personaje “yo no soy un fantasma […] ni un monstruo. Soy una persona de verdad. Soy una persona” [pág 98], todo evoluciona desgraciadamente hacia el desastre.

Y no nos sirve la justificación del narrador al adjudicarse una “evidente falta de realismo” [pág 95], así como tampoco persuade el descargo de decir que “estos acontecimientos no eran más que una paráfrasis sin ton ni son, una sucesión aleatoria de citas desviadas” [pág 130].

Que el autor se disculpe por boca del narrador diciendo que “Todas las historias me parecen triviales e igualmente válidas” [pág 129] no es más que una boutade, lo mismo que el esnobismo de recurrir al programa QuickBasic para replicar el método de composición azarosa de la Cartridge Music copiada de John Cage [2. “Cárdenas pone la máquina al servicio de la literatura”. Paula Corroto. Diario Público. 04-06-2010.].

Detalles puramente anecdóticos.

by J.S. de Montfort

es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.

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