Cuando los entes malvados que dirigen HermanoCerdo me encargaron en un principio hacer la reseña de este libro me sentí algo receloso al encontrármelo en la librería. La biografía de la autora nos decía que era genetista y que, además, ha escrito varias obras de teatro. De la nueva literatura rusa yo no tengo ni idea, sólo una vieja revista monográfica que mostraba las nuevas corrientes poéticas del país; se me presentaban (sin compartir el entusiasmo de los editores de la revista) como una avalancha nerviosa de vanguardias, corriendo cada una detrás de otra, intentando recuperar más de cincuenta años perdidos de experimentación poética. Pero, como dicta la historia del mundo, resulta que juzgué mal a los rusos. Es dentro de ese enceguecedor periodo de los años noventa que ve la luz Sónechka, impulso tardío de la autora, quien contaba con cuarenta años al momento de la publicación. Al final fue la memoria de Chejov, doctor y dramaturgo, quien me hizo romper el cerco de las tres primeras paginas, las más difíciles de leer en toda obra si no hay un asesinato de por medio, un intento de asesinato, o en su defecto, una persecución en lancha.
Sónechka es, claro, la historia de buena parte del siglo XX. Una muchacha adicta a la lectura de sus grandes clásicos, tímida y ensimismada, que vive el entusiasmo de la vida a través de la literatura. Tanto es su amor por los libros que estudia para bibliotecaria, dispuesta a pasarse la vida entre tomos polvorientos que la protegen del mundo. Es en el anexo subterráneo de la biblioteca de Svérdlock, ciudad donde termina Sónechka en la primera de una larga sucesión de evacuaciones y reacomodamientos de la población, en ese lugar apartado de las incomodidades mundanas de socializar, donde conoce, de un modo un poco literariamente forzado hay que reconocer, a Robert Víctorovich, un artista plástico que vuelve del exilio parisino para cumplir su “afortunada” condena de cinco años de prisión y trabajo condicionado como artista pintor en la administración de la fábrica. Se comprometen al poco tiempo y Sónechka abandona la lectura de Turguéneiv y Tólstoi para volcar su amor a la miseria de su marido, quien no soporta la literatura rusa al encontrarla moralista y tendenciosa en sus afanes cosmopolitas franceses, y poco después a la hija que les ha de nacer. Se suceden los años de la guerra, los tiempos difíciles y las reubicaciones constantes mientras en Sonia crece un amor incondicional sólo digno de la Virgen Maria. Parece por momentos que es el único personaje que escapa a la penetración psicológica de la autora.
Pero Sónechka no es sólo una admirable condensación de esos años de posguerra y guerra fría, es también una intentona de justicia. Justicia a la vieja literatura, absorbida por el sistema soviético, como una forma aún valida de acceder al mundo, y justicia hacia las historias personales e imperceptibles de cada ser humano que alcanza a enumerar. Todos los personajes que orbitan alrededor de la historia están bien delineados en aunque sea uno o dos párrafos, rodeados de detalles. Uno no puede creer la cantidad de cosas que esta mujer logra meter en tan sólo 70 paginas. Tomemos el caso del doctor que atiende a la heroína parturienta:
Daba la espalda a los visitantes con un delantal de blancura brillante e inapropiada para el lugar, pero tranquilizadora; se mordía las puntas de los bigotes claros y limpiaba con un pañito mohoso los vidrios de sus grandes anteojos. Ahí, a esa ventana, se acercaba varias veces al día y miraba la tierra informe, con pedazos de sucio pasto, en lugar de la esbelta alameda de la avenida Jerusalén a la que daban las ventanas de su clínica varsoviana, y se secaba los ojos llorosos con un pañuelo inglés But, as time continues, it's an area that very couple of operators are able to afford to disregard,Inches the organization stated within their latest report: mobile.the-best-casinos-online.info and Tablet Gambling: Prospects for 2012 and beyond. rojo a cuadros verdes, el ultimo que le quedaba.
Con la profusión de los detalles, Ulítskaya nos da a entender que cada personaje tiene su pasado hasta atoledo el punto If you have a severe disk issue, the company provides professional deleted file recovery recovery services as well. de la inserción casino pa natet casino online en la trama, cada uno un ser humano atrapado en esa rueda de la historia que es la casino Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias que aún existen.
-Pronto terminara la guerra y comenzaremos a vivir una vida feliz…
Su marido la interrumpió en forma seca y amarga:
-No te ilusiones. Nosotros ya vivimos perfecto. En cuanto a la victoria… Tú y yo siempre seremos derrotados, sea cual sea el caníbal que gane -y terminó en un online casino’s tono lúgubre, con una extraña frase-: De mi educador aprendí a no ser verde, ni azul, ni parmularius, ni scutarius…
-¿De qué hablas? -pregunto Sonia, alarmada.
-No soy yo. Es Marco Aurelio. Los azules y los verdes son los colores de los partidos en el hipódromo. Quiero decir que nunca me ha interesado cual es el caballo que llegará primero. Para nosotros no es importante. En cualquier caso el que se pierde es el ser humano, su vida privada. Duerme, Sonia.
Es imposible (y un poco gratuito por parte del lector) no recordar los capítulos dedicados a la historia en Guerra y Paz. La idea persiste a lo largo de todo Eventyr og gode tider begynner med en spennende portefolje av casino beste-norske-casinos.com spill pa nett. el relato, recordándonos que la historia de la humanidad se compone de pequeñas empresas. La historia de casino la vanguardia subterránea judía es la historia de Victorovich y de algunos de sus excepcionales compañeros, pintores gold kaufen world of warcraft y poetas que estudian, no el marxismo, sino el Zohar, y que no terminan siendo místicos de larga barba sino humanistas profesionales, editores y críticos de revistas literarias, http://www.phpaide.com/?langue=fr&id=11 escenografistas y dramaturgos, cirujanos y cineastas. Círculos que crecen lentamente, a veces rodeando la sombra del Estado, a veces insertándose en puestos de poca importancia mientras no dejan de sucederse las historias personales, ya que la historia de la vanguardia artística es en si misma una historia personal, aislados por los movimientos mundiales y nacionales, intentando progresar silenciosa y laboriosamente. Ulítskaya pareciera retratar su propia infancia en una familia de intelectuales disidentes y se da el tiempo para ironizar online slots la vida del otro lado de la cortina de hierro, en la “Sovuja”, como le llamaban despectivamente a la vieja Unión Soviética:
Gavrilin, el poeta de la nariz chata, amante de todas las artes, tenia la costumbre de escudriñar en las revistas. Una vez se topó en la biblioteca con una revista de arte estadounidense y en ella un extenso articulo sobre Robert Víctorovich, una breve reseña biográfica terminaba con una información un tanto exagerada sobre su muerte en los campos de prisioneros de Stalin a finales de los años treinta. La parte analítica del articulo estaba escrita en un lenguaje demasiado complicado para el poeta y no lo entendió del todo, pero de lo qué logró traducir se desprendía que Robert Víctorovich era poco menos que un clásico y, en todo caso, un pionero de una tendencia artística que ahora florecía en Europa. El articulo adjuntaba cuatro reproducciones a color.
Al día siguiente Robert Víctorovich, en compañía de su amigo barbizoniano, fue a la biblioteca de Moscú, encontró el articulo y entró en una furia indescriptible porque uno de los cuadros reproducidos no tenia ninguna relación con él, sino que era de Morandi., mientras que otro estaba impreso patas arriba. Cuando leyó el articulo, su furia se hizo aun más grande.
-Ya en los años veinte Estados Unidos me daba la impresión de ser un país de tontos sin remedio. Por lo visto no se han puesto más inteligentes -refunfuñó
Sin embargo Gavrilin le contó a todo el mundo sobre el articulo (…)
Una consecuencia inesperada de todas esas correrías fue la admisión de Robert Víctorovich en la Unión de Artistas y la obtención de un estudio, con ventanas hacia el estadio “Dinamo”.
Ludmila Ulítskaya asume el peso de su herencia; no busca la ruptura con el pasado gigante de la literatura rusa, sino que intenta asimilar sus trucos. A momentos recuerda a Tólstoi, a momentos recuerda a Chejov, con esa capacidad para describir las cosas aparentemente insignificantes, historias contenidas en un gesto, en un rasgo, en determinado pliegue de la ropa:
Uno de sus últimos protectores apareció después que ella fuera inscrita y a continuación se fugara de una monstruosa escuela de artes y oficios. Era un tártaro gordo, cuarentón, el mozo de trenes Ravil, quien la llevó hasta la mismísima estación Kazanski de la ciudad de Moscú, donde ella planeaba iniciar su carrera. En el bolsillo lateral de su bolsa a cuadros estaba su pasaporte nuevo, hurtado de la oficina del director de la escuela y veintitrés rublos de antes de la reforma, que ella le sacó a Ravil aprovechando que dormía, en las cercanías de Orenburgo. Ese dinero robado no le quemaba las manos por dos razones: había sacado sólo un poco de un fajo grueso y, por otro lado, se sentía merecedora de él por su trabajo durante cuatro días de viaje.
Ravil no se dio cuenta del robo y se entristeció muchísimo, cuando al día siguiente la niña no volvió al séptimo vagón, para regresar con el a Kazajstán, como había prometido.
Con una sonrisa de sutil benevolencia hacia si misma, aquella que hasta hace tan poco era una inocente tontita, Iasia le contaba a Tania cómo mojó en el lavamanos del baño publico de la estación de Kazan la toalla gris del tren, se desnudó completamente frente a las escandalizadas asiáticas, que llenaban ese pestilente lugar, se frotó de pies a cabeza, sacó del mismo bolso a cuadros una blusa blanca con cuello bordado, preparada desde hacia mucho tiempo para la ocasión, se vistió y, tirando la toalla al cesto de alambre oxidado partió a conquistar Moscú, empezando desde el punto de partida, es decir, en aquella famosa plaza de las tres estaciones.
Publicado en ruso en 1992, su traducción al español fue lanzada por editorial Lom en 2005 en Chile y editado ahora hace unos meses por Era en México. Es largo el lapso en el que esta novela ha recorrido el mundo, pero ya perfila a Ludmila Ulítskaya como la digna heredera de la literatura decimonónica rusa que faltaba a este siglo.
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nació en 1985. Es escritor y coeditor de la revista Con la aguja al norte
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