Escribir sobre Constatación brutal del presente (CBDP), la primera novela de Javier Avilés, es muy difícil. Es difícil porque es una novela sobre el lenguaje, sobre el lenguaje escrito y sobre la narración. Aún más, es una novela sobre la imposibilidad de la narración. Abordar este tema es complicado, en primera porque todas novelas —al menos las grandes novelas— tienen en su esencia una lucha contra el lenguaje y de tanto hacerlo notar se ha vuelto un lugar común (el mencionarlo, no esa lucha contra el lenguaje que todavía es más bien rara aunque necesaria). En segunda, el tema amenaza en todo momento de salirse de las manos: hablar del los lenguajes humanos es hablar de su origen, sus funciones, sus posiblidades, sus carencias y sus complejidades. Se entrecruzan la filosofía, la lingüística, la semiótica, la filosofía, las matemáticas, la economía, entre tantas otras disciplinas y ciencias. Entre esas tantas cosas que se entrecruzan está, por supuesto, el arte.
Si CBDP es un libro importante, y tratar de demostrar o al menos dar alguna noticia de por qué es un libro importante es el objeto de esta crítica, puede ser en primer lugar por esto, porque se atreve a hablar de lo humano, sin más adjetivos que ese, humano, y logra salir airoso. Cómo y por qué es la materia del siguiente texto.
Hay otra razón para que sea difícil hablar honestamente de esta novela, y es que está diseñada para resistirse a la crítica. Que esta haya sido la intención del autor o un efecto secundario de su estructura es algo en lo que prefiero no ahondar. Por ejemplo, se puede discutir si CBDP es en realidad una novela o si en realidad un ensayo filosófico con una estructura narrativa, o si estamos ante un híbrido. Hay quién se ha tranquilizado colocándolo en el anaquel de los libros inclasificables. El problema es que CBDP no es un libro para tranquilizar, sino al contrario, para horrizar. Toda crítica de CBDP buscará de alguna u otra forma neutralizar el horror para poder hacerlo comunicable, para intentar hablar de lo inefable. Esta no va a ser la excepción. Intenta, solamente, que el lector decida o no si quiere internarse en la novela, el precio que va tener que pagar por ello y dar algún indicio de lo que puede obtener a cambio.
He leído en varias reseñas que CBDP se divide en tres partes. La primera, “Sigma Fake”, iría sobre un documental ficticio que trata de probar la imposibilidad de un hecho al demostrar que el lugar en que ocurrió nunca existió. La segunda, “La cúpula”, sería como una suerte de purgatorio en el que se realizan experimentos terribles que traen como consecuencia el fin del mundo. La tercera, “Constatación brutal del presente”, sería un relato postapocalíptico a caballo entre Samuel Beckett y Park-chan Wook, en el cual un hombre en un traje de Koala es la personificación del mal. Pero en realidad no se divide en ninguna, porque no se puede dividir en partes la nada: la muerte del autor, la muerte del lector, la imposibilidad de narrar.
No digo nada que no sea obvio, pero tengo que decirlo para seguir. Escribir una novela sobre la imposibilidad de narrar es una paradoja. Es, también, una idea terrible. Eso no ha impedido que los grandes escritores no hayan abordado la posibilidad antes, ni que no hayan logrado resultados admirables. Es una lucha que han emprendido Faulkner, Borges, Walser, Vila-Matas y muchos otros. Lo que hay de diferente en el libro de Avilés es parte también de lo que lo hace importante. La diferencia no es de grado —aunque quizá si haya algo de diferencia de grado, no es lo importante— sino es una diferencia ética. CBDP nunca aparta la mirada de su objetivo, sin importar lo dolorosas o terribles que resulten las verdades que revela.
«El texto demostró la imposibilidad de narrar, la imposibilidad del narrador. Luego lo intentó otra vez.», dice el texto apenas en su primera página. Lo importante aquí no es la —cándida— declaración de intenciones, sino la repetición. El hecho de que la demostración se intentará de nuevo, una y otra vez, aunque fracase.
¿Será acaso que el Avilés, como los poetas futuristas, albergaban el deseo de una guerra que nos permitiera comenzar de nuevo desde cero? «Quizá sería mejor acabar con el lector para reinventar la narración. ¡Acabad con todos! ¡Lanzad la bomba!» No. La idea de la muerte del autor, de la crisis absoluta de la autoridad, al contrario, denuncia la imposibilidad de volvernos a un estado de inocencia —literal y literariamente premoderno—, a un mundo en el que Cervantes nunca escribió el Quijote, en el que Joyce nunca escribió el Ulises, en el que la certeza todavía no ha sido reemplazada por la duda. Vivimos una época en la que el postmodernismo y el post estructuralismo nos legaron el derrumbe de todas las grandes narrativas: la religión, el estado, el arte. Pero a su vez, es una época en la que nos cuestionamos sobre la propia veracidad de estos derrumbes o quizá simplemente su practicidad. Barthes puso en la mesa la muerte del autor, pero ahora nos cuestionamos sobre la muerte del lector. ¿Dónde deja eso entonces al arte?
Conclusión: La realidad nos mata. Adecuarnos a lo conveniente nos mata, nos anula, invalida la narración. La realidad es inaprensible. Por mucho que intentemos enfocarla desde distintos puntos de vista, por mucho que volvamos sobre ella reescribiéndola constantemente. Literariamente sólo es posible el suicidio ejemplar.
No me extraña de ninguna forma que el cine tenga un peso muy importante en CBDP. El cine es la tecnología y la expresión artística más eminentemente moderna y, al mismo tiempo, no sangra de la misma llaga que la literatura. Una cámara no es un narrador —no está atada a las mismas leyes de verosimilitud— y el montaje no es un punto de vista, aunque compartan ciertas posibilidades éticas y estéticas con la literatura, su naturaleza es distinta. Mientras que para el pobre narrador intradiegético, ese que aparenta ser un presonaje dentro de la obra, una reja metálica es infranqueable, la cámara no duda en penetrarla y mostrarnos, por ejemplo, los últimos momentos del excéntrico dueño de Xanadú. Por otra parte, para el narrador extradiegético el acto de atravesar la reja no tiene valor alguno.
Es por eso que en CBDP, para intentar llegar a la imposibilidad de la narración, Avilés se vale de técnicas cinematográficas para construir su libro, que por lo mismo depende de una gramática mucho más cercana a la del montaje que a la de la narrativa tradicional. No como una mera descripción de los momentos de un montaje sino como un verdadero trabajo de traducción sobre los elementos del lenguaje cinematográfico —y al decir lenguaje cinematográfico hablamos de Welles, Tarkosvsky o Kurosawa, hasta llegar a David Lynch o Kitano—.
Curiosamente, quizá como efecto del zeitgeist, hay otra novela contemporánea que se sirve del lenguaje cinematográfico para su composición, Los muertos, de Jorge Carrión. Tienen tantas similitudes que tampoco debe extrañar la admiración de Avilés por la novela de Carrión, de cuya reseña extraigo la siguiente cita, que extrae la escencia, no de Los muertos, sino de CBDP:
Si imaginamos a una persona que no pueda recordar nada podríamos deducir que su vida se reduce a una continua constatación del presente. Sin referencias temporales cada instante sería un aluvión de sensaciones físicas carentes de antecedentes. Tal vez una persona sin memoria, o una especie carente de ella, no llegue a plantearse nunca el concepto-problema de la Realidad. La memoria nos permite controlar la acumulación de sensaciones que recibimos cada instante, nos permite eludir el bombardeo de la realidad a nuestros sentidos. Relegamos parte de la realidad, aquella que no tiene que ver directamente con nosotros, o no de manera determinante en cada momento, a un segundo plano. La Realidad sería el ruido de fondo de nuestra vida o el escenario vacío en el que se desarrolla.
Que una novela se defina en la reseña a otra novela no es algo que pase todos los días. En lo que deseo hacer énfasis no es tanto en lo extraño de esta operación como en que su cercanía con Los muertos hace pensar que CBDP es una novela necesaria o al menos inevitable. Que la memoria de Avilés ha filtrado y controlado las sensaciones que le permitirían un día la posiblidad de negarse a sí misma, incubando sus planes en ese blog de apariencia inofensiva llamado El lamento de Portnoy hasta que el momento fuese propicio.
—No hay banda.
Mullholand Drive
CBDP es un análisis sobre el efecto de la narración en el tiempo. Originalmente lo había escrito a la inversa, que es un análisis del efecto del tiempo en la narración, pero como pronto se verá, eso sería confundir las causas. Javier Avilés elimina sistemáticamente todos los caminos posibles. Nadie puede leer las páginas de este libro, porque se han escrito tras el fin del mundo. Pero no es posible tampoco que nadie las haya escrito, porque cuando el tiempo ha terminado es imposible referirse al pasado, ni queda un futuro que nos ofrezca la posiblidad de un fin. Sin memoria, como nos refiere en la cita anterior, lo único que queda es la constatación del presente. Sin memoria es imposible toda lectura, toda escritura, toda autoría. Sin embargo, la novela existe. Sin embargo, la leemos.
Pero decir que es un análisis es pensar que es algo estático. Esta no es una novela, sino una máquina o más bien una anti-máquina. Según el filosofo Paul Ricoeur, existen dos sentidos elementales del tiempo. El primero, el tiempo cósmico, es decir, el tiempo del mundo en el que lo único que define el presente, es lo que vino antes y lo que vendrá después. El segundo es el tiempo vivido, en el que algunos momentos son más importantes que otros. «En una escala cósmica», escribe Ricoeur, «nuestra vida es insignificante, sin embargo en este el breve periodo en el que aparecemos en este mundo es cuando aparecen todas las preguntas significativas».
Los seres humanos compaginan estos dos tiempos elementales en el tiempo histórico por medio de artefactos, por ejemplo, calendarios. Es en ese sentido que la novela se vuelve una anti-máquina. En CBDP lo que Avilés consigue es eliminar el tiempo histórico para de ahí erosionar directamente el tiempo vivido, de forma que consigue exponernos, directamente, al tiempo cósmico que es lo brutal en esa constatación brutal del presente. El presente histórico es el tiempo de la acción, pero para que tenga un significado debe estar enmarcado por el espacio de la experiencia —la memoria— y el horizonte de expectativas. Es decir, debe formar parte de una narración. Debe ser narrado. En Tiempo y narración, Ricoeur escribe que para que el tiempo histórico se transforme en tiempo humano, debe ser articulado de un modo narrativo y la narrativa alcanza su significado completo cuando se vuelve una condición de la experiencia temporal.
Al dinamitar el tiempo narrativo, el universo de CBDP desciende al tiempo cósmico, donde formular todo significado es imposible. Es por ello que muchas de las estructuras narrativas de la novela aluden a un estado pre-lógico: a la multiplicidad, a los sueños, a la circularidad atemporal del mito y por supuesto, al vacío. Estos son los despojos de la destrucción que propone la novela, pero son también inevitablemente la semilla de algo nuevo.
Escribe Paul Ricoeur que una identidad personal implica necesariamente una identidad narrativa. Nuestra propia identidad se construye de la misma forma en la que construimos la identidad de un personaje en una novela. Nos entendemos a nosotros mismos por medio de las relaciones que establecemos con otros por medio de acciones. Nuestra identidad no es fija, puesto que la narración cambia constantemente. Hasta que nuestra vida termine, nuestra identidad siempre estará dispuesta a ser descrita. Es quizá por esto que el narrador enjambre de CBDP nos recuerda a cada momento la naturaleza de su experimento. A Vicente Luis Mora este le parece uno de los puntos más débiles del libro. Yo me pregunto si el libro hubiese sido posible sin esa concesión, justo como en Mulholland Drive siempre hay un elemento que nos recuerda con frecuencia que todo lo que vemos no es más que una grabación.
—I like to remember things my own way. How I remembered them. Not necessarily the way they happened.
Lost Highway
De acuerdo a Ricoeur, en toda narración hay una dimensión ética, porque el significado mismo de los eventos que narran y de los actores que llevan a cabo esos eventos exigen ser evaluados si es que hemos de extraer un significado de ellos. Así, el deseo de anular la narración, de demostrarla imposible, puede leerse como el deseo de eximirse de la dimensión ética de nuestra propia identidad. Puesto de otra forma, si la memoria es falible, ¿cómo podemos depender de ella para conocernos?
Ricoeur plantea que, si bien no hay una sola historia (o Historia), es posible encontrar conocimiento que puede denominarse verdad, incluso dependiendo de un material tan falible como la memoria, para reconstruir, sino el pasado, una representación aceptable del pasado, que de la misma forma que nuestra identidad, puede reformarse o corregirse. Lo que no menciona Ricouer, pero que CBDP resuelve estupendamente, es que esta memoria verdadera también sobrevive dentro de la literatura o más bien que sobrevive eminentemente en la literatura y especialmente en la ficción, que si bien alude a eventos y actores que no son «reales», su resultado resulta igualmente válido para la configuración de nuestra propia historia. Con relación a la memoria y a nuestra propia identidad, esto indica que si bien es posible reescribir o volver a narrar, no es posible escapar de la moralidad de nuestra historia.
En este punto quiero destacar otra concesión de la novela, que al igual que su narrador nos ayuda a sortear su proyecto imposible, y es el lenguaje mismo:
Mis recuerdos están en blanco. El pasillo por el que avanzo asciende curvándose a la derecha como el recuerdo de una antigua novela. Dónde, cuándo, me pregunto sintiendo en la nuca el aliento de los heraldos negros como la noche, acechantes, apremiantes.
No busco hacer énfasis tanto en la alusión a Vallejo, como en el que el fraseo que Avilés elige para la novela es también, por fuerza, poético y por lo mismo está cargado de significado. No creo, tampoco, que esta haya sido una elección inconsciente o al menos que también era una imposición necesaria. Que de otra forma se habría creado un galimatías ilegible y no una máquina para destruir el tiempo. Mejor quizá: estos elementos, que parecen superfluos, implican una aceptación de la dimensión ética de CBDP. Tratar de evadirlos lo habría transformado en un libro deshonesto.
Hasta aquí mis ideas, atisbos y reservas sobre Constatación brutal del presente Javier Avilés. En resumen, es una novela imposible que buscar dar cuenta la imposibilidad de narrar. Pero, como espero haber dado entender hasta el momento, es imposible concebir al tiempo y a nosotros mismos sin narración y es por ello que la novela estaba condenada al fracaso desde el inicio. Aunque tratemos de dinamitarlo todo, mientras haya un tratemos, mientras exista un nosotros, la empresa fracasará.
Lo que si consigue CBDP es detener el Tiempo durante un momento y exponernos a ese espantoso tiempo cósmico en el que todo deja de tener significado. Esa sensación no es agradable y afortunadamente para mí, no he tratado de transmitirla en esta reseña. Para sentirla no queda otra opción que leer esta novela. No es agradable, no me he cansado de repetirlo, pero es importante para comprender en dónde estamos y hacia dónde vamos. CBDP es una invitación abierta a buscar nuevas formas de narrarnos.
nació en la Ciudad de México en 1979.
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