Deeds, not stones, are the true monuments of the great.
John L. Motley
Manny Pacquiao está tocando la puerta de la distinción de todos los tiempos y los sabios de la Dulce Ciencia son como acomodadores que tropiezan unos contra otros. Su problema es sencillo. Antes de poder abrir la puerta dorada deben preparar un lugar para él en la mesa de los grandes. Y antes de poder hacerle un lugar primero deben decidir cuál será su asiento.
Los espíritus de los peleadores legendarios, vivos y muertos, nos observan. Pacquiao se apresta para provocar un movimiento tectónico entre ellos. Tendrá su lugar.
Tras haber detenido a Miguel Cotto viejos debates boxísticos se han reincendiado en los nuevos media donde millones de personas cuentan con una plataforma instantánea para opinar. La presencia de Pacquiao no tiene precedente. Su grandeza sí. La historia tiene mucho que enseñarnos.
Primera campanada
La era moderna del boxeo profesional puede rastrearse hasta 1920. James J. Walker, lider de la mayoría en el Senado de Nueva York, lidereó la legislación que en esa primavera legalizó al padre de todos los deportes en el estado de Gotham. La Ley Walker estableció los pesos de cada división y abolió los encuentros “sin decisión” cuyos ganadores no oficiales se decidían por los periodistas. A partir de entonces las decisiones se decidirían mediante réferis y jueces. Asimismo designó la regla de la “esquina neutral”, redujo los rounds a 15, exigió que todos los participantes obtuvieran una licencia, colocó un médico junto al ring, añadió castigos por faltas intencionales, y estableció la Comisión Atlética del estado de Nueva York. El promotor Tex Rickard no perdió ningún tiempo. Financió mejoras estructurales al viejo Madison Square Graden y produjo seis encuentros de campeonato mundial en los años siguientes a que la ley entrara en vigor. Nueva York se transformó en la meca del caos masculino. Y en 1921 se formó la Asociación Nacional de Boxeo y la pelea promovida por Rickard entre Jack Dempsey y George Carpentier logró su primer millón de dólares de recaudación.
El boxeo emergió de los callejones y disfrutó su gran momento.
Eran los furiosos años veinte. la Era del Jazz, la era del maravilloso sinsentido, la Era de la Intolerancia. El trago fue proscrito el mismo año que las peleas profesionales adquirieron relevancia, pero no importaba, los puritanos se vieron asediados en una época de valores cambiantes. La prosperidad de postguerra y el consumismo hicieron de los Estados Unidos el país más rico del mundo; y cuando hay poco de qué preocuparse hay poco de qué preocuparse: los clubes de jazz comenzaron a brotar y el renacimiento de Harlem alcanzó su plenitud mientras las chicas de moda se deshacían de los corsés, se cortaban el pelo y bailaban el charleston. Los autos de motor trasero rugían a través del paisaje cuando la producción de la compañía de motores Ford se hizo tan eficiente que los precios cayeron en picada. Todo sucedía rápido. Rápido y libre.
La única línea segura entre las colinas y los barriales, entre lo blanco y lo negro, entre lo convencional y la criminalidad, se volvió difusa.
Entre todo este alboroto, el turbio mundo de las peleas se puso sobre la mesa. O algo así. Quizás apropiadamente, el hombre responsable de legalizarlo tenía medio cuerpo dentro de esa turbiedad. James J. Walker, dandy o político, según se sintiera, se convirtió en alcalde de Nueva York en 1926, pero tras serios cargos por corrupción fue obligado a renunciar y voló a Europa.
Más que cualquier otro deporte, el boxeo es una inmersión en los contrastes. Incluso un aficionado serio ha visto su parte de nobleza y horror, de victorias gloriosas y derrotas marchitas. Un evento así es rico en simbolismos. Un hombre sube cuatro escalones, ascendiendo solemnemente hacia las luces de la verdad. Se quita la bata en un acto de pureza atlética, como un griego antiguo. Confronta a su némesis -solo. Decir que “un hombre gana” y “un hombre pierde” reduce el evento a algo mucho menos intenso, con menos significado. Esto no es tenis o bridge. Es vida y muerte.
Fuera de las cuerdas es un deporte mugriento, pero los sinvergüenzas responsables de su reputación -las influencias corruptas, los jueces ciegos o comprados, los mánagers que buscan su seguridad ante todo, y los alcahuetes promotores que se vuelven a encoger en sus asientos baratos una vez que un gran peleador destella bajo las atractivas luces. El boxeo puede haberse ganado el epíteto aplicado por Jimmy Cannon como la zona roja de los deportes, pero los boxeadores, en particular los grandes, son con frecuencia diamantes en dicha zona. La magnificencia de un gran luchador no se refleja en la suciedad. Brilla desde sí y hacia sí.
Decisiones divididas
El debate acerca de la competencia de semejantes diamantes puede resultar estimulante. Incluso el entrenador más chabacano y sedado que ame en serio la Dulce Ciencia se desperezará de pronto si alguien cuestionara la grandeza del héroe de sus días de desperdiciada juventud.
Hoy día Floyd Mayweather Jr. se ha convertido en el pararrayos. Ayer fue Myke Tyson. En los setenta fue Muhammad Ali quien se comparó con sus pares de otras épocas. Hace cien años los debates arremolinados alrededor de la magnificencia de Jack Johnson fueron por completo perversos.
La cortina de la historia desciende sobre los antiguos grandes sólo para volver a subir de nuevo cuando los nuevos grandes comienzan a subir las huecas escaleras. Con cada sucesor al trono emergen preguntas fascinantes. Las revistas amarillistas de deportes están llenas de ellas: ¿Es Rocky Marciano más grande que Joe Luis? ¿Que Jack Dempsey? ¿Es Bernard Hopkins más grande que Marvin Hagler? ¿Que Carlos Monzón?
Hacerse eco de ellas a través del siglo es otra cuestión: la pregunta definitiva: ¿Quiénes son los más grandes peleadores, libra por libra, que han subido a un ring?
El debate es rabioso. Cualquier hijo de vecina ha hecho su propia lista de los mejores peleadores libra por libra. Cualquier lista es propensa a la crítica porque al final todas son subjetivas. No hay una lista claramente superior a otra porque no hay hechos claros. Existe, sin embargo, el peso de los argumentos, y ese es el problema con la mayoría de las listas, en raras ocasiones hay argumentos de peso, sólo meras opiniones.
Para llegar a las conclusiones de su libro Boxing’s Greatest Fighters, Bert Sugar redujo en su mente a cada peleador a la misma altura y peso y en las mismas condiciones de ring, haciendo de los pesos pesados unos enanines y añadiendo agua a los ligeros para hacerlos crecer como juguetes. El problema aquí es obvio: el estilo de muchos peleadores tiene como base sus dimensiones físicas. Julio César Chávez tenía un fuerte estilo interior. Era bajo. Wlad Klitschko trabaja por fuera, detrás de un largo jab. Es alto. Criticar este método es una cosa, pero Bert Sugar ha estado inmerso en el boxeo hasta el sombrero y durante décadas. Así que sabe de lo que habla.
El libro de Bill Gray, Boxing’s Top 100: The Greatest Champions of All Time pisó el cigarro de la sabiduría popular y lanzó una esponja a algo tan desconfiable y de poco peso como la opinión de una persona. Aplicó rigor científico a su esfuerzo de crear una lista objetiva, calificando a 700 campeones activos entre 1882 y 2001. Cada campeón se califica en relación a sus pares. Categorías específicas incluyen la edad del peleador cuando peleó su última pelea de campeonato, la extensión de su carrera, el número de peleas de campeonato y las carreras ganadas por KO.
Es una presentación sofisticada, pero se inclina demasiado hacia aquellos peleadores con carreras largas y amplios reinados como campeones y no toma en cuenta importantes factores como la calidad de la oposición ni grandes peleadores sin corona a los que les rehuyó o no tuvieron suerte -el gran boxeador Holman Williams, por ejemplo, o Billy Graham, a quien se le conoció como “El campeón sin corona”. Después que las matemáticas de Gray colocaran a Joe Gans, uno de los grandes pesos ligeros de principios del siglo XX, diez lugares por detrás de Virgin Hill, una gran risotada silenciosa se escuchó desde la plácida tumba de Nat Fleischer. Benny Leonard, otro grande peso ligero de todos los tiempos que suele encontrarse entre los mejores diez, fue colocado en el lugar 139.
Los empíricos, aquellos que se basan en hechos y números, rara vez tienen información de primera mano. Muchos estudiosos nunca han estado en un gimnasio donde se pelea por honor. Su conocimiento del boxeo se limita a los datos duros y fríos. Y aquellos que han estado en contacto íntimo durante décadas tampoco pueden del todo ser considerados. Con frecuencia muestran favoritismo hacia aquellos peleadores que les son cercanos. En su lista de los diez grandes de todos los tiempos, el entrenador Angelo Dundee incluyó no uno sino cuatro peleadores entrenados por él: Muhammad Alí, Ray Leonard, Luis Rodríguez y George Foreman. Todos somos inclinados a ponernos nostálgicos acerca de las cosas que sabemos, y a veces somos culpables de pasar por alto lo que es grande en el boxeo de hoy y de ayer, dependiendo de nuestra edad. Es la naturaleza humana.
Las mejores listas salen de ambos, de los “libros” y los “gimnasios”, por así decir.
La serie “Los dioses de la guerra” pisa nuevos terrenos. Su lista de los diez más grandes ha nacido, por una parte, de los datos, y de un guante usado, por la otra. Esperen lo inesperado. No hagan suposiciones. Ningún boxeador, por muy sagrado que sea su nombre, ha tenido paso libre.El criterio
1. Experiencia/Nivel de competición: Peleadores con menos de 50 peleas no tienen mucha oportunidad de lograr una alta calificación en esta categoría. También es difícil para los peleadores que nunca pelearon 15 rounds. Sin embargo, más importante que el número de peleas o rounds, es cuántos oponentes serios enfrentaron. Por ejemplo, si un peleador tiene un récord de 60-0 pero ha enfrentado a 50 oponentes hechos cristal, la puntuación será considerablemente más baja que la de un peleador con un récord final fue de 132-16-2, pero un record en el que hay muchas competidores de clase mundial. Baltasar Gracián dijo “de muchos su grandeza la han hecho sus enemigos”, y está en lo correcto, la grandeza no probada es mera suposición. Esta categoría es la medida más importante de un peleador, por lo tanto la puntuación máxima posible es de 25 puntos.
2. Manejo del ring: Esta categoría considera qué tan “efectivo” era un boxeador a la hora de controlar la pelea. El control se establece mediante la habilidad táctica y adaptativa, la capacidad estratégica, el atleticismo y la destreza técnica.
3. Longevidad: Los años activos no son suficientes para una alta puntuación pero ayudan. La verdadera pregunta es qué tanto o con qué frecuencia un peleador se desempeñó en un nivel de clase mundial y si el peleador logró una victoria significativa sobre un retador de clase mundial cuando el peleador en cuestión había dejado atrás su mejor momento.
4. Dominio: La relación de victorias/derrotas, la duración de un reinado de campeonato o “reinados de terror” de aquellos peleadores rutinariamente evitados se consideran en esta categoría.
Las categorías 2, 3 y 4 tienen una puntuación máxima de 15 puntos porque son críticas para medir la grandeza de un peleador. Las categorías siguientes valen 10 puntos.
5. Durabilidad: Los grandes peleadores rara vez eran vencidos durante su mejor momento. Se aplica el debido crédito en esta categoría aunque “Experiencia” y “Manejo del ring” son factores mitigantes. La primera porque si le peleador enfrentó a pocos punchers, entonces su durabilidad será menos sorprendente. La segunda porque si el estilo de un peleador es magníficamente defensivo, entonces tal peleador no tendrá mérito doblemente.
6. Desempeño en contra de oponentes más grandes “D/OmG”: La natural desventaja al enfrentar a un oponente más grande fuerza a los peladores más pequeños a desempeñarse más profundamente de lo que habrían normalmente hecho y a depender más en la destreza y el ingenio. Una victoria sobre un oponente más grande puede ser evidencia convincente de cuán bueno es un peleador.
7. Intangibles: Al final, el boxeo es un deporte de carácter. Muchos grandes boxeadores tendrán una puntuación alta en esta categoría. Los riesgos inusuales, la adversidad superada y la resistencia son algunas de las cualidad consideradas en esta categoría. Categorías tales como “Atractivo mediático” o “Contribuciones al deporte del boxeo” no tienen ninguna relevancia aquí a pesar de que por desgracia son usadas en muchos rankings. Estas categorías se basan en el carisma y en las fuerzas políticas y nada tienen que ver con cuán grande fue un boxeador como boxeador.
Las especulaciones sobre enfrentamientos entre boxeadores de diferentes pesos tampoco se incluyen aquí; la idea de encoger o inflar a los peleadores para enfrentarlos en el mismo peso roza el absurdo. Los diez peleadores aquí incluidos han ganado su lugar con base en lo que fueron y lo que lograron durante sus carreras.
La Dulce Ciencia tal y como la conocemos tiene el aliño de noventa y nueve años detrás. Hay dioses en sus polvorientos volúmenes, dioses que son reanimados y examinados por aquellos de nosotros que nos los dejamos descansar. Consideren este su programa oficial. La cuenta regresiva comenzará pronto con “El Décimo Dios de la Guerra” y cada semana uno más tomará forma desde el vestidor literario para agredecer el aplauso y tomar el trono. La serie concluirá cuando el humo haya clareado y el boxeador preeminente, el grande y terrible “dios de la guerra”, emerja hacia la luz.
Ahora las luces caen sobre el centro del ring. Un anunciador de levita plateada permanece ahí mientras el micrófono cae del techo.
En su mano hay diez tarjetas…
es escritor de boxeo, colaborador frecuente de publicaciones boxísticas y columnista de The Sweet Science, donde la serie «Gods of War» se publicó originalmente. Es autor de los libros de boxeo The Gods of War, Murderers’ Row, In the Cheap Seats y Smokestack Lighthing. Agradecemos al autor por permitirnos traducir y publicar sus artículos.
Cerdamente entretenido tu escrito. Bajo esos criterios ¿quién se le compararía en las últimas décadas a Chávez? Los criterios están hechos para él, con solo decir que llego a 90 peleas invicto.