Existe una profesión con un futuro más incierto que la edición de libros? La ansiedad podría ser pasajera si esta incertidumbre fuera un efecto de la también imprecisa economía de los últimos años o de los intangibles que desde siempre han convivido con los editores y cada tanto resurgen en forma de obituarios para el papel, el lector, la novela, etcétera. Lo innegable es que los editores se encuentran en un momento en que deben replantear no sólo la viabilidad del negocio sino la definición del objeto mismo que los ocupa: el libro. Cuando un editor como el argentino Mario Muchnik no duda en decir que el libro electrónico es una moda que pasará, la pregunta sobre el futuro de la edición es pertinente porque una declaratoria así nos hace ver algunas cosas, en especial que muchos editores siguen considerando al libro electrónico como intrascendente y que su influjo, como producto de una ocurrencia tecnológica, no alcanzará a afectar el negocio por excelencia de los caballeros.
Y conocemos de sobra las discusiones: ¿el libro electrónico o el libro impreso?; ¿la portabilidad del primero o la palpabilidad del segundo? Una dicotomía que sólo restringe una definición de libro más rica y con mirada al futuro. La cuestión es que el arribo del libro electrónico y la obviedad de muchas otras características multimedia en nuestra vida diaria forman parte de una historia aún por escribirse. Cuando sea contada, Bob Stein será sin duda uno de los personajes clave para entender la evolución del libro y el mundo multimedia.
Al comenzar la década de 1980, y tras unos años como colaborador del Partido Revolucionario Comunista de Estados Unidos, Stein se instaló en Los Angeles dividiendo su tiempo entre un aburrido trabajo como mesero y largas mañanas en la biblioteca pública dedicado a la lectura de artículos que ensalzaban las posibilidades de las tecnologías desarrolladas por centros de investigación, como el Massachusetts Institute of Technology, donde un pequeño laboratorio especializado en ciencia multimedia llevaba a cabo experimentos con discos ópticos, Laserdiscs, en los cuales Stein vio la oportunidad de publicar libros. Esto sucedió varias décadas antes de que escucháramos hablar de lectores electrónicos como el Kindle o el Sony Reader; de hecho, cuando cuando el uso de los discos duros apenas se estandarizaba en las computadoras con una capacidad de 10 mb. Stein veía al futuro pero el futuro no había llegado, al menos para lo que él quería realizar. Escribió un artículo de 120 páginas sobre la Enciclopedia Británica en el que se preguntaba cómo sería la enciclopedia del futuro, una combinación, afirmaba, de las tecnologías de Xerox, Lucasfilm y Britannica. Los editores y ejecutivos escuchaban boquiabiertos las ideas de Stein pero al final, irremediablemente, tenían que preguntar: “¿Mundo multimedia?”, pues era obvio que Stein no podía llevar sus proyectos a cabo, aún. Un Laserdisc, por ejemplo, apenas tenía espacio para albergar el texto de la Británica, no se hable ya de las imágenes y el resto de material que Stein pensaba incluir. En 1984, Stein se hizo de los derechos electrónicos —que a nadie parecían interesarle— de Citizen Kane y King Kong y lanzó con Roger Smith, antes ejecutivo de Warner, The Criterion Collection. Fue así como nacieron las primeras películas con contenido extra y características que hoy día nos parecen tan obvias en el DVD de cualquier película.
Al finalizar la década de 1980, Criterion Collection había lanzado más de 250 Laserdiscs de películas clásicas, muchas con variados extras, en parte gracias a que Stein y su esposa se habían asociado con los productores de Janus, con quienes crearon la compañía Voyager. Este paso fue decisivo para Stein en su exploración de nuevos formatos y tecnologías. En 1989, Voyager crearía el primer CD-ROM interactivo, Companion to Beethoven’s Symphony No. 9, que incluía una grabación de la Orquesta de Viena, comentarios, biografía de Beethoven, entre otras características. El libro, sin embargo, continuó siendo su principal interés y, amparado bajo estas nuevas posibilidades y formatos, quedaba en el aire la pregunta: ¿qué pasa cuando un objeto como el libro se traslada a un nuevo formato? La dicotomía libro electrónico vs. libro impreso no podía funcionar porque sólo analizaba la parte superficial de lo que es un libro, un montón de hojas o un archivo electrónico. Lo que Stein quería responder es: ¿qué es un libro si se piensa desde la perspectiva de su uso por parte del lector? ¿Qué es un libro como experiencia? Stein vio que productos como el cine eran productos dados, que provocaban una actitud pasiva en el espectador. El libro, en cambio, no tenía estas restricciones y era muy capaz de experimentarse según el ritmo dado por el lector. Así, sus primeros esfuerzos por crear un volumen que ofreciera una nueva experiencia fueron libros electrónicos en discos flexibles creados en una computadora prototipo que Apple le hizo llegar en 1990. La trilogía Hitchhiker’s Guide to the Galaxy y Jurassic Park fueron dos de sus primeros títulos. Con un equipo de programadores ideó herramientas para la creación de CD-ROM’s y libros electrónicos en discos flexibles, ayudando así a extender la idea de esta nueva clase de productos. Aún así sus intenciones estaban muy por delante de su tiempo. Al vender Voyager, Stein creó Night Kitchen, una compañía que ideó diversas herramientas para que los editores pudieran crear libros multimedia. Y finalmente, en 2004, en pleno apogeo del Internet, medio al que Stein se movió con la misma celeridad de siempre, un generoso apoyo de la Fundación McArthur permitió la creación del Instituto para el Futuro del Libro, un centro de estudios cuya misión esencial es llevar el registro del paso de la página electrónica hacia la pantalla interconectada. Y éste, a decir de Stein, es el paso crucial en el que se encuentra el libro, pues si bien ha evolucionado a lo largo de los siglos, es hoy cuando por fin puede liberarse de cualquier atadura al tiempo y al espacio. Por lo tanto, definir qué es un libro no es una tarea menor. Además, las virtudes eminentemente colaborativas e intrínsecas a la actividad en Internet, están dando paso a un nuevo tipo de creación social: los lectores del futuro no tendrán en su imaginario la figura del lector solitario; al contrario, la lectura, afirma Stein, será una actividad social y colaborativa en la que los lectores podrán compartir sus experiencias y sus marginalias en un ambiente que impactará incluso la escritura de los autores. A diferencia del libro impreso, el libro interconectado siempre será una obra en perpetuo continuum, en constante definición. Recuerdo cuando en la Facultad de Letras algunos alumnos nos reuníamos a comentar la edición de Robert Jammes de las Soledades de Góngora y cada uno leíamos en silencio las fabulosas y eruditas notas a pie de página. ¿Cómo sería, me pregunto, la edición de un libro interconectado en la que estudiosos, alumnos y lectores pudieran leer los versos a la par que las notas e interactuar con comentarios, imágenes y sonido? Sería fascinante.
Quizás el futuro del libro y de la lectura sea incierto. Pero si los editores dan los pasos necesarios para comprender cómo funciona el mundo de los lectores interconectados, entonces no será un futuro dudoso, sino uno lleno de expectativas y posibilidades. Después de esto, ¿debemos perder nuestro tiempo en la dicotomía libro electrónico vs. libro impreso? ¿Por qué no disfrutar las bondades de ambos? ¿Por qué seguir siendo lectores solitarios?
nació en 1979. Vive en la ciudad de México.
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