Nunca he sido un gran escucha de la música de norteña, me considero un neófito en el asunto. Lo llego a escuchar, de vez en cuando, en algunas fiestas, una que otra canción de Los Tigres del Norte ha encontrado eco en mi lista de reproducción, y sigo con atención los #viernesdenorteñas en twitter, donde el mismo Paul Medrano (@balapodrida) ha participado poniendo fragmentos de canciones en menos de 140 caracteres (o menos).
Quizá fue por eso que en mi primer acercamiento a Flor de Capomo no me sentí en el concierto para el que compré boleto. Y es que de las pocas cosas que podemos denominar “ciertas” acerca del libro es que nació para escucharse, no para leerse. Entonces, ¿qué es Flor de Capomo?
i. Backstage
Paul Medrano no es un autor de una tierra. Sé que ha pasado parte de su vida en, al menos, Tampico, el Estado de México y Guerrero. Su primera novela, y primer libro, Dos caminos fue publicada en la colección Punto de Partida de la UNAM. No sólo se dedica a la narrativa, muchos de sus textos son híbridos entre el relato, la crónica y la ficción. En una visita a Acapulco recuerdo que leía con especial interés dos textos, uno referente a los mejores tacos en el puerto y el otro acerca de la mítica Golden. Seguí el mapa de Paul para encontrar los mejores tacos en Acapulco y preferí dejar en mito la Golden. Mientras comía los tacos del güero americanista me di cuenta que Paul es un escritor con un estilo irreverente, juvenil, que debe mucho a otros escritores que mantuvieron una relación especial con su sociedad, y vienen a mi mente dos autores de los que Paul se ha declarado fan, Malcolm Lowry y Charles Bukowski.
No pretendo comparar a Paul con Lowry ni con Bukowski. Si acaso un gusto por el género negro (Bukowski) y el retrato de una sociedad popular en decadencia (Lowry), son rasgos medianamente identificables. Parece haber un amor más a la forma de vida, grandes bebedores y outsiders, y en las características de algunos de los personajes, que una afiliación a una corriente literaria.
Lo mismo puede decirse de las corrientes locales. No se anexa a la literatura del narcotráfico porque las referencias a las drogas y a los narcos son parte natural del ambiente, no determinan los sucesos en los que se envuelven los personajes (la excepción es el cuento “El asesino”). Flor de Capomo no toma esa vía, esos eran los rumbos de Dos caminos, un libro más ambicioso y con un destino editorial un poco más limitado. Flor de Capomo recuerda en la superficie al libro Ojos que no ven, corazón desierto, de Iris García, coetánea y contemporánea de Paul, donde la excusa literaria parece sacada de un titular de periódico y la fuerza de la narración es directa, corta y sin rodeos.
ii. La música
La cuarta de forros nos da una palabra clave, “tracks”. No creo que mi lectura estuviera tan influenciada, pero al leer cada uno de los relatos de Medrano pensé que, en efecto, parecían letras de canciones. No dejé de pensar en la palabra “track”, principalmente porque los cuentos llevan por nombre el título de norteñas bastante conocidas: “Enséñame a olvidar”, “El asesino”, “Flor de Capomo”, entre otros once éxitos de la música norteña.
Las primeras líneas de los cuentos son fragmentos de canciones, creando una relación intertextual que, la mayoría de las veces, suena forzada. En “La tumba será el final” incluso entorpece el inicio de una de las mejores narraciones que presenta Medrano. La música juega y se arriesga. El lector podría preguntarse, con toda la justificación, si no convendría usar el recurso como otro epígrafe, que no afecte de manera tan directa el acercamiento al texto. Lo que en un momento parece una relación hipotexto-hipertexto, en términos de Gérard Genette, pasa a ser sólo una referencia, un guiño, que alcanza su mejor forma en “Aguanta corazón”, “Ella me dijo que no”, y “Las nieves de enero”, donde el recurso viene desde la voz de los narradores que sienten las canciones. No es casual que parezcan los más planeados de toda la colección.
iii. Los personajes
La variedad de personajes no es tanta, aunque es distinguible. Los protagonistas de cada cuento son, también, narradores y, por eso, nuestros únicos focalizadores al mundo que nos presenta Paul. Eso habla de una voz narrativa original, única, donde el autor se siente bastante cómodo, sin embargo esto también puede representar una limitación en cuanto a la pluralidad de temas y personajes.
Hay algunos que son, verdaderamente, notables y carismáticos. Pienso en el pequeño vocho amarillo, quizá el más radical de todos, que sueña con ser un tráiler. Ou sí, un tráiler, de esos grandotes. Es imposible no sentirse cercano al carro con sueños, aunque sea sólo un vocho. El periodista del primer cuento, “Polvo maldito”, es uno de los personajes mejor construidos. A través de él vivimos un día endemoniadamente acelerado. Nuestra ventana al cuento es este periodista que “pica la cocaína”, a partir de ese momento, el cuento se apresura al nivel del narrador, “de lo poco que recuerdo es que las siguientes seis horas las viví en un santiamén. Pareciera que mis recuerdos fueron grabados en forward”.
Quizá este aspecto se repite, de una u otra manera, en los cuentos de Paul. La mayoría de ellos tienen algunas características de personas a las que los han maltratado, por amor, dinero o drogas. Hay, por ejemplo, un muchacho que se disfraza de trasvesti para viajar con una novia abusadora e infiel. Otro que, en dos partes, nos cuenta acerca de un día que espera con muchas ansias, hasta que una tragedia interrumpe sus actividades. El día, como Godot, nunca llega.
iv. El lenguaje
No hay aspecto de Flor de Capomo que se disfrute tanto como el lenguaje. Lo mencioné antes: Flor de Capomo es para escucharse, no para leerse. Y es como si los personajes lo supieran: muchos de los cuentos parecen anécdotas que Paul Medrano contaría un amigo en un bar, con un lenguaje bastante coloquial, desviándose en ocasiones, y con la atención total de sus interlocutores. Medrano apela a lo auditivo más que a lo visual. Para muestra, dos botones.
“La carga ladeada”, en cuanto a narración, es quizá el cuento más distanciado de los demás. Nuestro protagonista no está maleado ni tiene aspiraciones de movilidad social como las tiene el vochito amarillo. Es su condición de pueblerino la que rige su carácter de vida, y el lenguaje es propio de alguien que no tuvo una educación institucional formal:
Iba rengueando la yegua: traía la carga ladeada. Pero yo no lo eché de ver. De haber luz eléctrica seguro lo habría notao. Pero con la claridad de la luna, apenas y divisaba la vereda que lleva a la cancha de futbol. Por eso no vide el luminoso rastro que iba dejando el andar equino.
“Puño de tierra” funciona como el cuento con una voz más confesional, sentado, tranquilo, y narrando desde la retrospectiva:
Hermoso. Brillante. Un precioso billete de 200 pesos. Seguramente pensarán que soy un mentiroso, pero no es así. Estaba ahí acurrucado sobre sí para que no lo pisaran. Algunos dicen que cuando uno desea algo con mucha fuerza, ese deseo se le cumple. No sé si esa onda tenga algo de cierto, el chiste es que yo ansiaba dinero y el billete estaba ahí. Para mí.
Los cuentos “Enséñame a olvidar” y “Aguanta corazón” merecen una opinión aparte por su estructura. En uno no existe relato alguno, sólo un par de párrafos donde un personaje tiene un monólogo escrito con números y otros signos de puntuación. En otro, Medrano dibuja la escena final. No es un cómic ni nada por el estilo. Las cosas, por extrañas que parezcan, son así.
vi. Flor de Capomo
Flor de Capomo es una ciudad de una región que desconocemos. Sabemos que en “La carga ladeada” estamos en un pueblo, seguramente alejados de la tecnología. En “Las nieves de enero”, vemos transcurrir los pensamientos de un turista en Acapulco, y en “Aguanta corazón”, el peculiar y fracasado protagonista se embarca en un viaje a Monterrey. No hay otra referencia espacial en el libro, todo sucede en un no-lugar que podría ser Ciudad Victoria o Acapulco. Claro que la música nos ambienta en el norte, pero en estas fechas donde Los Tigres del Norte son tan populares, ¿por qué habríamos de limitarnos?
Música, cerveza, mujeres, todo está en Flor de Capomo, aunque no siempre en la forma en que uno desearía. Podemos reprochar algunas cosas, como el uso forzado de las referencias musicales y lo plano de algunas narraciones. Flor de Capomo, como ciudad, se parece a todas: hay colonias bonitas y turísticas, a las que el lector regresará con una sonrisa, sin embargo encontramos otras que preferimos evitar. Y ¿no es así como se compone un álbum musical?, con un par de tracks que llegarán a una recopilación final de “Grandes éxitos” o un “Unplugged”, y otras que sólo los adentrados en el tema conocerán. Flor de Capomo, con sus altibajos, es un libro que no puede ser indiferente a los lectores. Esperamos más en el futuro, sí, pero ese el chiste de escuchar a una banda desde sus inicios: ver cómo desarrollan, pulen, cambian, se reinventan y maduran. Será interesante ver la evolución de Paul Medrano, cuentista.
es un Ewock, Hobbit y Oompa Loompa frustrado que nació en 1990 en la ciudad de México. Es estudiante de literatura inglesa en la UNAM y colaborador de diversas publicaciones. Forma parte del consejo editorial de la revista digital Cuadrivio.
[…] de Capomo‘ hemos encontrado un puñado de enlaces; concretamente El Siglo de Torreón, Hermano Cerdo, La Jornada Guerrero, Milenio, Pasión por la literatura, Revista Replicante. Y un extracto en […]
Hay personas que comentan que es una composicion de un autor nayarita, sera cierto con tantas ausencias y vaguedades del autor