La poesía es una máquina

Sí alguien me hubiese dicho hace unos meses que correría para llegar a un festival de poesía, le hubiera escupido en la cara. Pocas cosas me parecen más cercanas al infierno que oír a cuatro personas arrastrar la voz durante una hora. No es que no me guste la poesía. “René, es mucho más probable que escribas un artículo contra la poesía a que vayas a una lectura de poemas”, me dijo antier un amigo, que está a punto de publicar un libro de poemas. Desde hace años, él y otros amigos se han dado a la tarea no sólo de no invitarme a eventos de poesía, sino incluso de ocultarme su existencia. No es que no guarde un buen recuerdo, por ejemplo, de la lectura de Derek Walcott en 2008, en el palacio de Bellas Artes. Es sólo que cada vez que alguien menciona una lectura de poemas pienso en la frase de David Foster Wallace “[la poesía] despertará de nuevo cuando los poetas comiencen a hablar con gente que tiene que pagar la renta y coge con la misma mujer treinta años”.

Serge Teyssot-Gay y Michel Bulteau. Casa del Lago, 7 de octubre de 2011.

Pero el pasado siete de octubre, por la noche, no sólo estaba corriendo para llegar a Poesía en Voz Alta, un festival que se realiza en Casa del Lago, en el Bosque de Chapultepec, sino que hacía hasta lo imposible para llegar. A las seis de la tarde se desató una lluvia torrencial que no iba a parar en toda la noche, una de esas lluvias cerradas, casi horizontales, que hace imposible ver la acera de enfrente.

“Yo creo que mejor lo vemos por streaming me dice mi amigo, el que ya no me invita a lecturas de poesía. Pero hay cosas que no se pueden ver por streaming. “Yo voy a intentar llegar”, le contesto. No sé si porque cree que me he vuelto loco al querer escuchar poemas en voz alta o porque también es mi mejor amigo aunque no me guste uno solo de sus poemas, me dice que él tratará de llegar también. Todos los demás que invité van avisando, poco a poco, que la lluvia no los deja salir de su casa.

Si me decidí a enfrentar la lluvia es porque quiero ver a un poeta que no trabaja con palabras, sino con una guitarra eléctrica: Serge Teyssot-Gay, quien fuera durante años guitarrista de Noir Désir, daría una sesión de poesía en música y voz acompañado de Michel Bulteau. En el programa del festival se anuncia al revés. Bulteau acompañado de Teyssot-Gay. Debo ser una de las dos únicas personas que piensa que eso es un enorme despropósito.

“Quizá se cancela”, me trata de convencer una vez más mi amigo, en un mensaje telefónico cuando viajo en el metro hacia el Bosque de Chapultepec. Hace unos meses, el gobierno de la ciudad decidió que sería una buena idea, para acercar la literatura a los usuarios, poner fragmentos de obras en las ventanas de los vagones y en las estaciones. La estación en la que trasbordo, Tacubaya, está inundada. Mientras me mojo los pies, puedo leer versos de Octavio Paz. Me pregunto si esta es la mejor idea para incorporar la poesía en la vida cotidiana.

Serge Teyssot-Gay. Casa del Lago, 7 de octubre de 2011.

El día anterior, por la tarde, estoy dentro de una mucho más soleada Casa del Lago, en el salón que han habilitado Bulteau y Teyssot-Gay para ensayar la lectura del día siguiente. La intérprete me explica que no tienen ni la menor idea de lo que van a hacer. Michel le envió hace unas semanas algunos poemas a Serge, pero después decidieron que lo mejor es improvisar. Yo me siento tan nervioso que decido no intentar ni una sola palabra de mi incipiente francés. “Quisiera preguntarles algunas cosas sobre la música y la poesía”, les digo en inglés. “Oh, really?”, me contesta Michel Bulteau. Trago saliva.

La noche del concierto, frente a las rejas del Bosque del Chapultepec, estoy esperando a mi amigo debajo del techo de una parada de autobús. Se ha bajado casi un kilómetro antes de lo que debería de su autobús y no trae paraguas. Cuando por fin llega, parece un perro mojado. Caminamos bajo la lluvia torrencial y la oscuridad hacia Casa del Lago. “No va a haber nada”, me dice, “así nadie puede tocar”, me dice. “Hay una carpa”, contesto. “¿Una carpa para esto?”, insiste, señalando hacia el cielo.

“La música que escuchamos todos los días es música de entretenimiento. Yo no hago música de entretenimiento. Para mí no hay diferencia entre la música y la poesía”, dice Teyssot-Gay el día anterior. “Es una cuestión de educación. En vez de escuchar porquerías en la radio todos los días, ¿por qué no escuchar poesía en voz alta todo el día? El mundo estaría en mejor estado.”

Cuando por fin llegamos a la carpa de Poesía en Voz Alta, alguien está cantando canciones en tojolabal. No es exactamente lo que esperábamos encontrar. Debajo de la carpa no llueve, pero hay muchos asientos mojados y el frío que llega desde el lago es casi insoportable. “¿No te habrás equivocado de día, ¿verdad?”, me pregunta mi amigo mientras escurre su suéter. No hay muchas personas, quizá unas sesenta. Nos lamentamos profundamente de la imposibilidad de comprar café. Pero la lluvia no cede. No queda más que sentarse y esperar.

“Voy a contestar en francés, porque soy un poeta francés y vamos a hablar de cosas técnicas”, dice Michel Bulteau. “No hago diferencia entre la palabra y la música. Es algo muy complejo. Es la cosa más difícil del mundo, decir poemas. Es por eso que entiendo que algunos poetas no quieran leer sus poemas, como Mallarmé, que se negaba a leer sus poemas en voz alta”. Bulteau se levanta de sus silla y comienza a gesticular. “La voz, la música, las palabras, estamos haciendo una empresa imposible. Tienes que estar loco para hacer esto. ¡Pero si lo logramos, imagínate!” “Una misión secreta”, aclara Teyssot-Gay.

No sé cómo sucede, pero conforme avanza el recital en tojolabal, llega más gente. Cuando por fin termina hay una pequeña proyección fílmica. Después los poetas franceses suben al escenario y el auditorio parece estar casi lleno. “Si trabajamos juntos es porque necesitamos hacerlo. Nos conocemos muy poco, pero ahora sentimos la necesidad de proseguir este trabajo”, decía el día anterior Teyssot-Gay. “Nuestra intención es convertir al público. Mierda, coño, conviértanse a lo que les estoy diciendo”, agregaba Bulteau.

Congelado, con la lluvia golpeando con fuerza la carpa, paso una de las mejores horas de mi vida. “La poesía tiene que cambiar la vida, externa e interna”, gritaba Bulteau el día anterior. “Es lo contrario de la irrealidad. El poeta debe hacer descubrir la verdad del mundo. Los demás están para descubrir lo demás.” “Para descubrir el mundo de los mercaderes”, decía Serge Teyssot-Gay, que ahora tocaba la guitarra con un arco de violín mientras Michel Bulteau leía de espaldas al público fragmentos de Mexico City Blues. No es una lectura de poesía sino un concierto de rock. Más bien, mientras dura, ambos son una misma cosa que parece durar para siempre. Tomo fotografías. Grabo vídeos. Envío fotografías desde el teléfono con la nota “Esto es increíble”. Es decir, me comporto de la misma forma estúpida en que me comportaría en un concierto de rock. Pero sobretodo escucho y disfruto.

Michel Bulteau. Casa del Lago, 7 de octubre de 2011.

No dura para siempre. Nos vamos a la mitad del encore, cuando el frío ya es insoportable para mi amigo, que sigue empapado. La música nos acompaña de vuelta a la calle. Si es tan bueno escuchar poesía en voz alta todos los días, por qué no lo hacemos más, le pregunté a Bulteau el día anterior:

Porque la poesía es peligrosa. La gente cambia, ve el mundo de forma diferente, no escucha de la misma manera, no reacciona de la misma manera. Sé de muchos médicos que leen poesía, no novelas, porque la poesía tiene que ver con una búsqueda específica. Voy a decir algo que quizá asombre a algunas personas. Para mí la poesía es algo científico, es de una precisión increíble. Es como si fabricaras un reloj o un motor de automóvil. Quizá es un poco pretencioso lo que digo, pero a la mierda, escribo poesía desde los dieciséis años y los textos que leo son mecánica. Yo sé cuándo no están funcionando y sé cuándo funcionan. Es mecánica. Esta precisión también la encuentro en ciertos grupos de rock. Es perfecto. Y hay otros en los que no funciona.

Después del concierto, comemos sopa caliente y pizza. Hablamos sobre un programa de TV en el que cuentan la historia de una mujer que tenía 12 gatos en su casa y el aire se había vuelto irrespirable. No ha parado de llover y estoy más mojado de lo que pensé. Poesía en Voz Alta coincidió con una de las épocas más turbulentas de mi vida, en todos los sentidos posibles. No fue nada cuerdo de mi parte, pero terminé asistiendo a todos los eventos que pude, contra el frío, la lluvia y mi propia tristeza. Escuché a Jorge Fondebrider y Tomás Gubitch transformar la poesía en jazz. Escuché al danés Morten Sondergaard samplear su código genético. Escuché poemas a ritmo de cumbia. Algunas cosas funcionaron y otras no, como motores de automóvil. A veces los poemas se paraban a media calle o simplemente no arrancaban. Algunos de los eventos a los que asistí me parecieron tan tristes que prefiero no mencionarlos. Pero también escuché eufórico al poeta británico Simon Armitage leer su poema “Republic”, rebautizado con cariño como “el poema de los coches de colores”. Ese poema era una máquina perfecta.

by René López Villamar

nació en la Ciudad de México en 1979.

2 Replies to “La poesía es una máquina”

  1. 1
    Felipe

    ¿Supo Bulteau que hace más de 30 años Mario Santiago y Bolaño leyeron sus poemas en la Casa del Lago? Los infras conocían a la Generación Eléctrica, a la que perteneció Bulteau. Y se dice que Mario Santiago lo visitó en París.

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