Después de tres años y tantas expectativas creadas, este sábado 12 de noviembre, en el MGM Grand de Las Vegas, Manny Pacquiao y Juan Manuel Márquez abandonaron el ring como ganador y perdedor, respectivamente, y en su camino a los vestidores era claro que en esta pelea los límites entre la victoria y la derrota, fuera y dentro del ring, no podían ser más difusos.
Derrota o victoria, lo que se exigía de esta pelea no era que Márquez abandonara el ring cabizbajo y en el centro de la controversia ni que Pacquiao permaneciera en él bajo la rechifla más grande que haya sufrido en su carrera. Lo que se exigía era el reconocimiento y la gratitud debidos a dos peleadores que no tienen par en cuanto a dedicación hacia su profesión. Pero no hay deporte como el boxeo que grave a sus practicantes con realidades brutales que tarden tanto en sanar. El sacrificio y la inversión física y mental hecha por Márquez necesitaba de un reconocimiento pleno, reconocimiento que muchos le negaron incluso durante la ejecución de su mejor pelea. Y Manny Pacquiao, por su parte, no necesitaba del favor de los jueces para que el fantasma de Márquez lo confrontara cada vez que se mirara al espejo.
Para Márquez fue un golpe más que duro y ahora mismo es una tentación muy grande (y un signo claro de pereza mental) acudir a un recurso fácil de mala poesía y considerar que al no haber logrado la victoria en contra de su némesis es por ello “una figura trágica”. Por supuesto hay un elemento de injusticia poética en las reiteradas veces que se ha quedado corto (por sus decisiones o por decisiones ajenas) frente a un desafío importante. Cada derrota, es cierto, ha florecido más tarde como una experiencia invaluable y este 12 de noviembre, a pesar de todas las condiciones físicas que parecían estar muy lejanas de la potencia, la velocidad y el poder del Manny Pacquiao post-De La Hoya-Cotto-Margarito-Mosley, floreció la mejor de sus actuaciones. Para los jueces, sin embargo, no fue suficiente. Y con ello la controversia ha sustituido lo que en el mejor de los escenarios habría sido, sencillamente, la confirmación de una rivalidad histórica.
Dave Moretti, Robert Hoyle y Glenn Trowbridge dieron la pelea a Pacquiao por lo que Harold Letterman, analista de HBO, ha llamado una “agresividad efectiva”. La idea que sostiene este criterio es que el peleador que va hacia adelante y lanza más golpes es, en esencia, el peleador que propone y domina la pelea. En la práctica esto se traduce en que todos aquellos rounds difíciles de calificar probablemente irán a parar a la bolsa de quien pelea frontalmente, es decir Pacquiao. El problema es que en Márquez-Pacquiao III la agresividad difícilmente puede adjudicarse por entero al filipino, que ciertamente iba hacia adelante pero solo porque Márquez, con un paso hacia atrás y hacia la izquierda, invalidaba así su potente izquierda y lo obligaba a arriesgar su posición y ser vulnerable al contragolpe. ¿Cómo habría sido una agresividad efectiva? Probablemente el tipo de agresividad que hizo que Juan Díaz y Michael Katsidis ganaran rounds a Juan Manuel Márquez en sus respectivas peleas. Otro problema en esta y otras peleas es que la agresividad frontal puede sustentarse en las estadísticas generadas por Compubox (tres personas con cuatro botones que hacen lo mejor que pueden para marcar cada uno de los golpes) y así uno puede decir que Pacquiao avanzó y tiró más golpes que Juan Manuel Márquez. Sin embargo el jab de Pacquiao hizo casi siempre de radar y nunca avanzó con suficiente fuerza como para pensar que la estadística pueda ser prueba de su victoria. Lo mismo sucede con los golpes de poder. Fue Márquez y no Pacquao quien logró conectar los golpes más importantes de la pelea. Todo esto, además, resulta más significativo cuando recordamos que no se suponía que el viejo, lento y pesado Márquez pudiera vencer la ultra mejorada versión de Pacquiao que además, y a diferencia de la pelea de 2008, contaba con una nueva arma, el gancho de derecha que tantos destrozos causó en Óscar de la Hoya y Ricky Hatton. De hecho, la mayoría de los escritores no ocupó su tiempo en imaginar un escenario en el cual se levantaba la mano a Márquez, sino en adivinar de qué manera y en qué momento Pacquiao daría fin, de una vez por todas, a su rivalidad con Juan Manuel Márquez. Por otra parte, pensar en términos de agresividad y volumen inmediatamente descalifica lo que en Márquez fue estrategia pura y bien ejecutada. Se necesitaría ser demasiado naïve para no haber notado que había momentos en que Pacquiao no estaba del cien por ciento en la pelea y que a medida que avanzaban los rounds ni él ni Freddie Roach supieron contrarrestar el plan de combate de Márquez y Nacho Beristáin. Otro problema con este criterio es que crea un halo en el que Márquez queda como un oponente pasivo, siempre a la espera del ataque de Manny, y en esta pelea incluso en los intercambios de golpes Márquez respondió bien y mantuvo su balance. Fue agresivo, paciente y exacto mientras que Pacquiao lució confundido y errático, y sólo de vez en cuando logró pelear su pelea y no la de su oponente.
Para Moretti, Hoyle y Trowbridge, sin embargo, estas sutilezas al parecer no tienen sentido cuando se trata de una pelea de campeonato. Y Márquez lo sintetizó bien en la conferencia de prensa: “¿Qué es lo que tengo que hacer para ganarle?” En esta ocasión quizá la respuesta no se encontraba dentro del ring.
nació en 1979. Vive en la ciudad de México.
Excelente articulo ….
Muy buen artículo, pero me parece que faltó mencionar el factor del dinero (tanto de las apuestas como el de las negociaciones posteriores entre Pacquiao y Mayweather) como un factor determinante para la decisión de los jueces.
Tienes razón, Gerardo, el dinero mueve todo, pero la información al respecto tiene muchísimas aristas y preferí no hacerme sombra de ninguna.