Oda a la máquina de escribir manual

En el editorial del número 3 de la revista Hermano Cerdo (mayo, 2006) que se difundía todavía en formato pdf –aquí-, decía a los lectores el gran jefe de la comunidad cerda, Mauricio Salvador:

«Pese al carácter probadamente conservador de nuestra revista, hemos logrado una lista de 135 suscriptores arrebatándoselos tímidamente a las revistas posmodernas y de imaginación que tanto abundan en el mercado. Y cada día sufrimos por conservar a este pequeño grupo de lectores y cada día rezamos porque no huyan.»

En esas pensaba cuando me encuentro con un extraño blog llamado Free Hand Lifeaquí– (en realidad, también formado por un pequeño grupo de entusiastas que dicen «somos un pequeño grupo que resonamos en una frecuencia diferente, confiando en estar conectados con una armonía superior» ); un blog comandado por el misterioso señor Phamtazmic.

El blog, que se muestra seguidor de la «old school authentic», dice buscar dar cuenta de la vida del diseño, y así, afirman que la cosa va sobre «los triunfos que forjan nuestro legado, esas cosas que nos mantienen en marcha». Un blog para inconformistas, aseguran. Un lugar donde lo grande y lo mundano se armonizan.

Pues bien, entre el maremágnum de sugerencias y temas que allí tienen cabida, me encuentro con una oda a la máquina de escribir que me llama la atención. Se trata particularmente de una oda a la máquina de 1948 llamada Royal Quiet De Luxe (ver foto superior).

La oda en cuestión –aquí– celebra:

Cuentan ahí que las máquinas de escribir manuales (o analógicas, como las llaman ellos): «son espléndidas en su sencillo propósito de transformar mecánicamente los pensamientos humanos a un modo [un medio físico: el papel] que se pueda compartir, gracias al arduo trabajo del escritor».

En la oda se describe una ceremonia de escritura de puro sensual, donde se introduce el papel lentamente y se escribe, hasta que suena esa campanita que indica la parte final del margen de cada línea, y que -para el autor de la oda  (¿el misterioso señor Phamtazmic?)- es un feliz zumbido recompensatorio por haber sido capaz de cruzar ese vasto territorio de papel blanco.

Para mí, la oda resulta de interés porque pone sobre la palestra un tema del que ya hemos hablado –aquí– y al que, en mi opinión, merece la pena darle un poco de atención: los diferentes modos de escritura que han traído el ordenador y -en los últimos tiempos- los blogs.

Nuestro épico amante de las máquinas analógicas del blog Free Hand Life nos dice que una parte diferente de su cerebro funciona cuando usa máquinas de escribir manuales, que la fisicalidad del uso de una máquina de escribir analógica le conecta de un modo más cercano a su obra.

Una de las cuestiones fundamentales podría ser que no es posible tachar lo escrito, pues las máquinas analógicas (en contra de las digitales, ordenadores incluidos) no permiten el borrado ni el retroceso en la escritura, pero también el percutivo contacto sensual (que imprime la letra contra el papel) entre los dedos y la manifestación física -y tangible- de lo pensado y escrito.

No se olvide que una de las escasísimas obras maestras en español del siglo XXI es la trilogía de Javier Marías Tu rostro mañana, texto que fue pensado y escrito precisamente en una máquina de escribir analógica. Por otra parte, no es menos cierto que Los detectives salvajes de Bolaño fue pensada y escrita en los años noventa en un ordenador personal.

Vaya por delante que yo sería incapaz de renunciar a la escritura de ficción en mi ordenador portátil, aunque también es verdad que me reservo la escritura a mano (con bolígrafo) para un diario íntimo que llevo escribiendo desde el último año.

Respecto a la relación de intimidad y cercanía con la obra, en mi experiencia (escribí en máquinas primero analógicas y luego digitales durante toda la década de los noventa, a pesar de tener ya computador personal) es que ahora escribo más cantidad, desecho más también, pero el resultado final tiende a ser mejor, de mejor calidad. Para mí el ordenador personal ha traído la desacralización de la relación casi de rito solemne con las palabras y, así, digamos que andamos comprometidos ellas y yo en una relación de dependencia mutua, no menos seria -tal vez más- que la que teníamos a finales de los ochenta y durante toda la década de los noventa.

by J.S. de Montfort

es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.

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