Sergi Bellver

En esta piara puede uno prescindir de la tiranía de las listas, como ocurriría entre amigos en cualquier tertulia. Hago memoria sin demasiado esfuerzo y hay libros que vienen a la mente sin la estrategia del recuento, por su propio peso, porque tal vez sólo merezcan de veras la pena las lecturas que recordamos al pasar los meses. Así pues, la relación de mis lecturas de 2011 es sobre todo un hilo de fogonazos que regresan, y del que probablemente queden flecos sueltos que desde ya lamento olvidar.

No haré balances, simplemente me acordaré de unos cuantos libros. Con todo, hay algunas sensaciones generales, corrientes que, me parece, siguen arrastrando un barro antiguo a este lado del Atlántico: algunas editoriales españolas, y entre ellas también no pocas independientes, todavía parecen dejar de lado a autores españoles en su catálogo, aunque las alternativas que ofrecen no siempre sean demasiado brillantes. Decía ya el afilado Josep Pla de los editores de su tiempo que no pagaban nada y que ser escritor no daba ni para tener una familia. Así seguimos, me temo, por lo que además de a la recurrente crisis tengo la impresión de que cabría pedirle cuentas a los editores españoles por su falta de audacia y compromiso con nuestras letras, sobre todo cuando demasiadas veces ese “gran hallazgo” europeo o el nuevo “gran autor” americano tampoco resultan ser aquello que promete el laudatorio de solapa.

También ha sido 2011 un año de polémicas, muchas de ellas completamente desquiciadas y que en algún caso han llegado a salpicar a quien esto escribe. Una vez más, la peor versión de la hoguera de las vanidades la hemos encontrado en algunas letrinas virtuales, donde se ha hablado muy poco de literatura y se ha vertido demasiada inmundicia anónima. En otros casos, han sido autores de una misma editorial los que se han arañado un poco la cara, pero, en sentido contrario a la inercia general, en vez de llamarme la atención sobre sus libros, ese eco más o menos general me ha producido cierta pereza. Así, creo que podré seguir viviendo, por ahora, sin leerme las últimas novelas de dos autores que respeto, Alberto Olmos y Patricio Pron, a las que espero acudir cuando el cedazo del tiempo haya hecho su trabajo. Caigo de repente en la cuenta de que de Mondadori cada vez leo más obra traducida que en castellano original (tendrían razón aquellos otros editores a los que les reprocho falta de audacia con autores españoles, si no fuera porque hay vida más allá de las editoriales “de moda”).

En 2011 no han sido pocos los libros que no he podido terminar de leer, los que he lamentado no haber podido leer aún (los cuentos de Pirandello en Nórdica y la novela HHhH, por ejemplo) y los que he leído a mi pesar, por trabajos varios. También ha habido relecturas y hallazgos de libros de otros años, como los de los italianos Dino Buzzati y Curzio Malaparte, respectivamente. Pero si pienso en los que me han aportado cosas en 2011 y, por un motivo u otro, me han dejado un fogonazo en la memoria, he de empezar precisamente por los de autores españoles. La editorial Salto de Página ha dado dos veces en la diana con las novelas Padres, hijos y primates, de Jon Bilbao, y Tangram, de Juan Carlos Márquez, dos de nuestros mejores narradores. Termino el año leyendo Paseos con mi madre (Tusquets), un libro que me está descubriendo la escritura honesta e inteligente de Javier Pérez Andújar. Para que no se diga, en el catálogo de novedades de Mondadori sí ha habido una historia que me ha divertido muchísimo, la de Asesino cósmico, de Robert Juan-Cantavella. En cuanto a autores y sellos editoriales menos conocidos, me han interesado la lírica de Un día me esperaba a mí mismo, de Miguel Ángel Ortiz Albero (Jekyll and Jill) y la mirada de José Ángel Barrueco en Asco (Eutelequia). En relato breve me quedo, de largo, con los cuentos de Los ensimismados, de Paul Viejo, y El otro fuego, de Inés Mendoza, ambos autores primerizos en estas lides y publicados por Páginas de Espuma, además de con Breve teoría del viaje y el desierto, el nuevo libro de cuentos de Cristian Crusat (Pre-Textos). En literatura de viajes (aunque la etiqueta del género no le haga justicia), he disfrutado con Socotra, de Jordi Esteva (Atalanta). Y entre los noveles españoles que han arrancado con mejor pie, destaco la novela Pitcairn, de Alejandro García Ingrisano (El Olivo Azul). De los autores latinoamericanos que he podido leer desde esta orilla, me quedo sin lugar a dudas con dos títulos: Mañana nunca lo hablamos, de Eduardo Halfon (Pre-Textos) y Los ingrávidos, de Valeria Luiselli (Sexto Piso).

En cuanto a traducciones, empiezo por las de obras de escritores actuales: Knockemstiff, de Donald Ray Pollock (Libros del Silencio) quizá sea uno de los libros del año, para mí, junto a Dos puntos de vista, de Uwe Johnson (Errata Naturae), una novela magnífica y que toca algunas de mis fibras personales y literarias. Entre los más jóvenes, me parece destacable el debut de la italiana Viola di Grado con Setenta acrílico, treinta lana (Alpha Decay). De autores contemporáneos, he retozado como un buen hermano cerdo en tres ediciones y traducciones, además, ejemplares, como son las de las novelas Las vidas de Dubin, de Bernard Malamud (Sajalín) y Triunfo de la muerte, de Gabriele D’Annunzio (Alfabia), junto a las columnas de Flann O’Brien, reunidas en La gente corriente de Irlanda (Nórdica). Creo que 2011 ha sido, literariamente hablando, un año de descubrimientos singulares en el relato breve contemporáneo en otras lenguas, gracias al magistral Cuentos de lo extraño, de Robert Aickman (Atalanta), al estupendo Vida de un idiota, de Akutagawa Ryunosuke (Satori) o a dos grandes conjuntos de cuentos publicados por la editorial zaragozana Contraseña: La fiesta en la botella, de John Collier, y, yendo un poco más atrás en el tiempo, La señal, de Vsévolod Garshin, autor del que la editorial Nevsky Prospects también publicó La flor roja, un relato ilustrado. Precisamente en ese terreno, y para terminar, me acuerdo finalmente de tres joyas absolutamente recomendables, como son Knock Out, tres relatos de Jack London con ilustraciones de Enrique Breccia (Libros del Zorro Rojo), y las recientes recuperaciones de dos clásicos imprescindibles, mejor acompañados que nunca: Moby Dick, de Herman Melville, ilustrado por Rockwell Kent (Valdemar), y Cartas de África, de Arthur Rimbaud, con ilustraciones del gran Hugo Pratt (Gallo Nero). La verdad, yo, de ustedes, empezaría a llenar con ellos la cesta de Navidad.

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