El 2011 ha sido año de cambios imprevistos. Por lo menos, para Japón: país donde radico desde el 2001. El temblor del 11 de marzo devastó la zona noroeste del archipiélago y también destruyó una de las plantas nucleares. El movimiento telúrico nos puso en evidencia, pues, que no hay ningún país que pueda estar por encima de un desastre natural. También nos enseñó la fragilidad de la sociedad japonesa.
Ahora bien, en lo que se refiere a la lectura, el año del conejo me trajo números positivos, si los comparamos con el 2010. Después del temblor, la universidad donde laboro no pudo iniciar el semestre. Tuvimos que tomar dos meses de vacaciones forzadas. Ante esta situación la mejor forma de pasar el tiempo era leer: la única forma de escapar de esas terribles imágenes de sufrimiento proyectadas por la televisión.
Menciono brevemente, entonces, los libros leídos en este año. Omito, comics, textos académicos y revistas. Comencé el primer trimestre con La región más transparente, (Alfaguara 2008). Colaboré en la traducción japonesa y fue un dolor de cabeza. Se publicará en marzo del próximo año. Seguí, luego con La piel muerta (Tusquets, 2005), La gente extraña (Tusquets, 2006) y La hermana falsa (Tusquets, 2008). Quedé muy satisfecho con la trilogía de David Miklos. Si se leen de corrida se disfrutan mejor. Otras obras leídas en ese lapso fueron Cuentos de la selva (Antiyal, 1986) y Pedro Páramo, (Cátedra, 2005).
En mi retiro forzado de dos meses leí Mondo y otras historias (Tusquets, 2010). Excelente obra. Otro libro hojeado fue El tren del trabajo intricado de Kenta Nishimura (西村賢太『苦役列車』新潮社, 2011), una novela escrita en primer persona y ganadora del Premio Akutagawa de este año. Muestra con un gran realismo, la situación de la pobreza en el Japón actual. Las últimas lectura de mi exilio fueron dos obras japonesas. La primera fue El hombre Caja (安部公房 『箱男』新潮社, 2005), de Kobo Abe: novela experimental de uno de los mejores escritores japoneses del siglo XX. Espero que algún día sea traducida al castellano. La otra, Los dos en sudadera, de Yu Nagashima (長嶋有 『ジャージの二人』集英社, 2007). Novela ligera y entretenida de uno de los autores japoneses desapercibidos fuera de Japón.
En el verano, ya cuando la clases habían comenzado, leí La casa verde (Punto de lectura, 1998) y El sueño del celta (Alfaguara, 2010) . La primera novela buena, la segunda mala. Vino después el otoño. Lo comencé con La invención de Morel (El País, 2003) y luego leí novelas detectivescas argentinas: Las fieras (Extra Alfaguara, 1999) y Seis problemas para don Isidro Parodi (Sur, 1942). Siempre me ha gustado este tipo de género. Por cierto, la segunda, la obra de Bioy Casares y Borges, es genial. La idea de un detective que soluciona todos los casos desde su celda.
Así, llegó el invierno y lo comencé con Juntacadáveres (Buenos Aires: Suma de Letras, 2007) de Onetti. Siguieron dos obras de Juan Villoro: Llamadas de Ámsterdam (Almadia, 2009) y Tiempo transcurrido (Fondo de Cultura Económica, 1986). En particular, la historia del muchacho que va al concierto de The Police, contenido en el segundo libro, es genial. Y finalicé el año con Nunca me abandones (Anagrama, 2007). Excelente obra. Ishiguro es genial.
Añado otro libros leídos, pero que he olvidado cuándo lo hice.
Insensatez (Tusquets, 2004), La sirvienta y el luchador (Tusquets, 2011) y El arma en el hombre (Tusquets, 2001), todas escritas por Horacio Castellanos Moya. A lo mejor soy pretencioso, pero no ha superado al Desmoronamiento (Tusquets, 2006). La mejor obra del escritor salvadoreño.
Tokyo Year Zero (Faber and Faber, 2007) y Occupied City (Faber and Faber, 2009). David Peace ha plasmado con una buena pluma, las voces japonesas. Por lo menos no son tan acartonadas como otras obras escritas por escritores no japoneses.
Blanco nocturno (Anagrama, 2010). Un amigo me dijo que Piglia había ganado el Premio Rómulo Gallegos, compré entonces el libro galardonado. No me gustó: simplemente malo.
es legión.
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