Joserra Ortiz

En 2011 varios escritores que leo con admiración publicaron novedades de excelente factura y a veces sorprendentes. Terminé el semestre leyendo The Angel Esmeralda: Nine Stories (Scribner), primera colección de cuentos de Don DeLillo. Buscaba pistas o pretextos de su obra y por supuesto que me encontré con un mapa de sus temas y sus formas; mucha imaginación, mucho suspenso de lo humano. Juntos y como retrospectiva, estos 31 años de relatos no añaden nada nuevo a lo que ya hemos leído en sus novelas. Y esto está bien porque confirma que DeLillo está completo desde hace mucho y solo se enriquece. Caso contrario pero igualmente excepcional es el de la nueva novela de Jeffrey Eugenides, The Marriage Plot (Farrar, Straus, and Giroux), a la que llegué buscando una zona de confort para el esparcimiento y mi reconocimiento situacional. Me encanta el estilo exquisito y juguetonamente mórbido de sus primeras dos novelas, pero esta tercera resultó ser una sorpresa muy agradable; en vez de continuar con lo poética establecida en The Virgin Suicides y Middlesex, Eugenides apuesta por explorar o, mejor, destazar el género novelístico favorito de las masas lectoras estadounidenses: la novela romántica de matrimonio hereditaria de la muy ñoña Jane Austen.

Siguiendo la línea anglófona, quiero destacar los renovados esfuerzos de Mark Millar por seguir explorando uno de sus temas recurrentes desde que publicó 1985: dónde se sitúa y qué sucede cuando se trasgrede la frontera entre el universo de los cómics y la realidad de sus lectores. Me refiero a Nemesis, Superior y los primeros cuatro números de Kick-Ass 2 (Icon Comics). Si bien Millar no es un Alan Moore, ni siquiera un Joss Whedon, tiene por cualidad haber adaptado su narrativa a un lenguaje, digamos, hipervisual muy de nuestra época y siempre bien conseguido por sus excelentes ilustradores (Steve McNiven, Leinil Francis Yu y John Romita Jr., respectivamente en estos casos). Sus historias, armadas como choques situacionales hiperbólicos, se caracterizan por la brevedad, pero en su rapidez no escatiman complejidad temática, sobre todo cuando reflexionan sobre la violencia y sus efectos en las psiques individual y colectiva al momento de tomar decisiones.

Por otro lado, me gustaría recomendar dos libros de ensayistas españoles que en 2010 estuvieron entre mis novelistas favoritos: Mímesis y simulacro (EDA), de Juan Francisco Ferré, y Teleshakespeare (errata naturae), de Jorge Carrión. En ambos casos se trata de perspectivas novedosas para plantear cuestionamientos serios y arriesgados sobre dos diferentes tradiciones y sus alcances actuales (el realismo literario, por parte de Ferré y las teleseries, en el caso de Carrión). Además de que comparten la accesibilidad del lenguaje de la crítica literaria, tanto de Mímesis como de Teleshakespeare, hay que celebrar su calidad en la novedad e, incluso, lo polémicos que pueden resultar algunos de sus juicios.  También en España se publicó la que quizá sea mi novela favorita escrita en castellano recientemente: Un momento de descanso (Tusquets, 2011), donde Antonio Orejudo echa mano de muy diversas estrategias y herramientas narrativas para contar con mucho humor la frenética, desbordada y esperpéntica anécdota de la situación real de la academia literaria en dos orillas trasatlánticas. Otro experimento narratológico que además funciona muy bien como conductor de anécdotas desternillantes pero contundentes es La marrana negra de la literatura rosa (Sexto piso), tercer libro de cuentos de Carlos Velázquez y, según yo, el mejor título publicado en México durante el año. Además de Velázquez, de entre lo aparecido en México en 2011 disfruté mucho de las 83 novelas de Alberto Chimal que, pienso, replantean la sinuosa y discontinua tradición de la narrativa brevísima en nuestro país. Por cierto, como creo que el país vive una época de replanteamientos literarios, recomiendo leer tres novelas nuevas (alguna más regular que otra) que demuestran que el modelo nacional de lo “policiaco à la Taibo” ya ha sido superado: Hielo negro, de Bernardo Fernández BEF (Grijalbo); La mujer de los hermanos Reyna, de Hilario Peña (Mondadori); y El diablo me obligó (SUMA), de F.G. Haghenbeck. Siguiendo la perspectiva del idioma compartido, uno de los mejores libros que leí en este año fue Lecciones para un niño que llega tarde (DUOMO) del peruano Carlos Yushimito, un cuentista que no desaprovecha sus herencias latinoamericanas más evidentes para contar historias del mundo.

3 Replies to “Joserra Ortiz”

  1. 1
    Rafael Ortiz.

    Hay veces quequiero comprarme un libro nuevo pero no sé qué hay nuevo que valga la pena ya que paso más tiempo buscando música, esto es una excelente brújula.

  2. 2
    Herr Boigen

    Gracias, gracias por la lista, de la que ya he tenido en mis manos algunos títulos y coincido, ha sido de lo mejor que he leído en el año. Triste que gran parte de ello no lo conseguiré mas que por contrabando!

  3. 3
    Jorge Garza

    Buenas noches, Joserra!

    Volviendo al tema de la novela de Swarup, francamente la novela me atrapó desde las primeras páginas. La terminé en un fin de semana.

    Sobre tus lecturas del 2011, no he leído ni había escuchado hablar de estos autores o títulos a excepción de BEF y de Haghenbeck, aunque no he leído lo más reciente de ellos.

    El 2011 fue un año de muchos descubrimientos literarios, especialmente con los rusos. Leí «El día de año nuevo y otros cuentos maravillosos» de Vladímir Odóievski, «El duende del hogar» de Nadezhda Teffi y «El lunes empieza el sábado» de Arkadí y Boris Strugatski. De esta última me llamó la atención que la nombraran «El Harry Potter a la rusa», aunque esta obra fue publicada en los 60’s, creo.

    En lo que respecta a la literatura de horror conseguí usadas las novelas «They thirst» de Robert McCammon y «The elementals» de Michael McDowell. Ambas me sorprendieron, porque en el caso de la primera, había comenzado leyendo la trilogía de Del Toro y Hogan pero al ver las similitudes entre las novelas y como la obra de McCammon estaba infinitamente mejor construída pues le vendí las novelas de Del Toro a un conocido. La segunda me llamó la atención por la manera en que retrata la vida de una familia sureña (de Alabama).

    Otra muy grata sorpresa fue leer (devorar) «Paprika» de Yasutaka Tsutsui y «1Q84» de Haruki Murakami.

    En lo que respecta a letras nacionales, mi pareja, en un viaje que hizo a Guadalajara consiguió unos cuentarios de José T. Lepe Preciado y me los obsequió. Ha sido una de las experiencias más gratas que he tenido con las letras nacionales (que no han sido pocas). Son cuentos dignos de releerse constantemente.

    Para cerrar el año, un conocido me recomendó una obra de Lucrecio llamada «De la naturaleza de las cosas». Una obra epicúrea que trata sobre como el universo sigue sus propias reglas sin la necesidad de la intervención de dioses.

    ¡Un saludo y hasta la próxima, viejo!

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