“Afuera tú no existes, solo adentro”
Saúl Hernández
Empezar por las cosas obvias, las anécdotas burdas, las que quizás (de haber ocurrido) me darían renombre. Porque estuve a punto de aplastar a Herta Müller; porque no la vi, había mucha gente en la habitación que funcionaba como “oficina de los autores”, sitio al que tenía acceso por una acreditación salvadora en la que se leía mi nombre (se lee, la tengo por aquí, como un souvenir) y debajo el cargo: “Los 25 secretos mejor guardados de América Latina”. Herta Müller es pequeña, delgada, chiquita, diminuta. Es como la Chilindrina. Es como una hermana menor con progenia. Es como Edna Mode, la de “Los increíbles”, pero con otro corte de pelo. Caminé, traté de esquivar a las otras personas que ocuparon la oficina y busqué desesperado una manera de salir. Claustrofobia, le dicen. Yo quería huir del sitio conformado por dos ambientes, una zona de computadoras y un pequeño bar en el que no faltaron cosas discretas para comer, así como refrescos, tequila, whisky, agua, jugo, café, té… nómbrelo, ahí lo encontraba. Era imposible ver a Müller y si yo seguía mi paso de seguro que me convertía en un angry bird y la destrozaba; pero me detuve, anticipando que quizás (con mi suerte) podría golpear en el hombro a Vargas Llosa (que también estaba por ahí) y uno de sus 245.87 guardias entraría a doblarme el brazo y a pedirme con educación que saliera del lugar. No, eso no pasó, ni creo que haya pasado. Soy un exagerado cuando se trata de fabular.
Estuve de pie, enterrado, inmóvil. Dos personas dieron un paso al costado y la pude ver. De negro, discreta, con ojos de terror, que me llenaron de terror. Una profundidad que me hizo creer que ella me había visto y que me reclamaba, furibunda, que a un Nobel no se lo aplasta.
Lección que aprendí a minutos de haber llegado.
Pero otras cosas también saltan. Vivir la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, esta vez en su versión 25, y desde adentro, te da detalles del espectáculo, de lo que quizás fuera de ahí estaría de más, pero que en esa dinámica donde los libros mueven a miles y miles de personas (algo que para un tipo que viene de Ecuador, donde no pasa nada, es realmente un plus en la aventura) hay que entenderlo como parafernalia necesaria: que reuniones de negocios, que mesas de escritores que hablan con otros escritores, que conciertos, que fiestas, que rumba, que comidas, que agentes literarios, que editores, que tarjetas que van y que vienen… Sí, hasta candidatos presidenciales que hacen de la Feria un espacio adicional en sus rutinas de campaña. ¿Eso está mal? ¿Eso es equivocado? Los juicios de valor son bienvenidos en este punto, pero no me interesan. Desde adentro se pueden tomar decisiones que definan el sentido del recorrido, y compras un tour a un país desconocido y a la mitad del trayecto te sientes estafado, siempre tienes la opción de salir y recorrer por tu cuenta las calles.
Al margen está el verdadero sentido. Desde el interior de la ballena se lo puede vivir mejor. Porque el margen existe como consecuencia de un centro fuerte y esa periferia adquiere sentido al exponerse, como un acto reflejo, a lo que sucede en ese espacio al que no se pertenece. Pero también pasa a la inversa. El ojo de la tormenta, el paréntesis, suele ser interesante.
La experiencia individual, la manera en que se viven los modelos, es mucho más poderosa que los modelos institucionales en sí mismos. Sobre todo en países donde las políticas editoriales son tan fuertes que se permiten una estructura y un mercado. Y el mercado necesita de figuras fuertes, alianzas, cosas accesorias, promoción, autopromoción, instancias vacuas, lectores, etc. Alguien me dijo en Guadalajara: “Con esto de los 25 secretos te están ahorrando 5 años de carrera”, y de ser cierto, creo que ante este supuesto hace falta preguntarse: ¿En serio me interesa ese salto cuántico? Con esto quiero acusar que los excesos de todo sistema o modelo siempre serán elementos que deberemos sortear o no, dependerá esto de una decisión individual. Pues ese mismo sistema permite tal acceso a libros que permite que a la afueras de Guadalajara haya una vendedora de cacahuates en la carretera que cuente que le gusta leer y mucho y que pida que le lleven un libro de la FIL. Me parece difícil encontrar un caso similar en Ecuador.
Y más allá de la etiqueta de ser uno de los “25 secretos mejor guardados”, quedan las dudas resueltas. Hay mucha comodidad y una agenda apretada, pero entretenida. También hay mucho más. Están las posibilidades supremas de que una frase te vuele la cabeza y te haga entender mejor lo que haces y solucionar aquello que no está resuelto en tu cabeza. Esperaba con cierta impaciencia lo que iba a decir Fabián Casas en su mesa. Y no solo entendí de ética, sino que comprendí cómo el peso de la escritura podía desaparecer. Entre otras cosas dijo que algo que lo liberó fue entender que quizás sus lectores no habían nacido todavía. Algo tan sencillo, en realidad (¿por qué demonios no se me ocurrió antes?). Casas también se refirió a las grandes editoriales, sobre todo a Anagrama (tema que salió en la mesa que compartió con otros cuatro “secretos” y que moderó Andrés Neuman) y no las denostó, desde luego, pero sí contó que rechazó publicar en ese sello porque eso iba a significar salir del catálogo de su editorial argentina, Santiago Arcos. Yo solo tomaba nota mental. Hay cosas más importantes que el renombre exagerado o la etiqueta.
Sigue el tema editorial. Alguien llevó una maleta con manuscritos para entregárselos a posibles editores. Otro habló por varios minutos con Jorge Herralde sin saber que era Jorge Herralde. El pope de Anagrama buscó a uno de los 25, lo llamó por su nombre, lo palmeó en la espalda, le dejó su tarjeta. A esta “joven promesa” también lo buscaron otros editores. Y en un arranque de justicia poética, por olvido o necesidad, todas esas tarjetas se quedaron en un hotel de Guadalajara. Alguien saltó de la felicidad porque Volpi y Roncagliolo lo habían leído. Otro moría por saludar a Fernando Vallejo y cuando lo hizo no dejaba de pensar, intrigado, que tenía los cachetes rojos, como animalito de caricaturas. Otros vimos a Wendy Guerra con su falda corta, y decenas de manos anónimas que querían tocar sus piernas. Nos tomaron una foto oficial y escuchamos la frase más extraña de todas, de boca del fotógrafo: “¡Tú, al fondo! ¡Si no eres escritor, por favor, sal, que apareces en la foto!”. Sí, discriminación a la inversa. Algunos traductores, editores y agentes se nos acercaron. Saludamos porque somos educados. Nos reímos de nosotros en esa posición; bueno, no todos. Tuvimos curiosidad con alguna propuesta. Te felicitan por tu novela, te piden firmar ejemplares, correspondes a manos extendidas, te comentan proyectos y te piden que seas parte de ellos. Sonríes más. Lolita Bosch te encuentra en uno de los pasillos y te abraza con la fuerza de quien te quería ver hacía mucho tiempo y no podía coincidir contigo por el tema de las distancias, el huso horario y el jet lag (y yo le correspondo porque me pasaba igual). La FIL es un punto de encuentro de lo valioso y lo accesorio, como lo es todo en la vida.
No tienes tiempo ni para decirle a la gente que te espera en casa que esto que vives te sobrepasa. Duermes poco, haces mucho y el remedio que te queda es convivir con los que están a tu alrededor. Lo real de la FIL está en la amistad que se gesta, detrás de todo el entramado. Inclusive amistad y cercanía con la misma gente de la organización. Se produce el equilibrio y un entendimiento inexacto, quizás, de lo que sucede alrededor. Todos te miran, te buscan, te piden entrevistas en las que no importa lo que digas, pues el error está servido. En realidad somos como la ranita de la Warner y cuando nadie nos ve nos ponemos a cantar y bailar, a ser interesantes. Quizás lo peor son las entrevistas. Desde la clásica “¿Y de qué quieren hablar?”, hasta la bizarría de “¿Por qué escriben? ¿Macondo o Comala? ¿Literatura hispanoamericana o literatura escrita en español?”… no te queda más remedio que apoyarte en los demás y celebrar las respuestas adecuadas.
-¿Qué dijiste en la pregunta de por qué escribes? – le dice Díaz Klaassen a Enrique Planas.
-Que lo hago porque no sé tocar saxofón – responde Planas, y todos pensamos: “Mierda, debimos ser igual de ingeniosos”.
Justicia: La entrevista previa que nos hizo Mariana Linares a todos, para Letras Libres, nos sirvió para conocernos de antemano y encontrar puntos en común. Del resto de notas creo que guardo vagos recuerdos.
En las mesas hizo frío. Mucho. Respuestas polares. En la que yo estuve (moderada por Antonio Ortuño) encontré el diagnóstico preciso, porque frente a las dinámicas fuertes de México y Chile (representados por Emiliano Monge y Nona Fernández) y a esas luchas por cierta independencia que hay frente a emporios editoriales, se contraponen los espacios reducidos y la invisibilidad editorial de Honduras, Guatemala y Ecuador (con María Eugenia Ramos, Javier Mosquera y un servidor como ejemplos), que se vuelven ahora evidentes y hechos que de cierta manera te pueden librar de muchos prejuicios.
En el fondo uno siempre se está interpelando.
¿Significa algo darte la vuelta y ver en un mueble, detrás de ti, a Fernando Savater? Realmente nada. Al menos no para mí. Lo tienes cerca y le das forma. Listo. Esa es la perspectiva que tomas, y no importa si es Skármeta el que te pide permiso para pasar y te haces a un lado y te sonríe con la sonrisa de canal de televisión. En medio de toda celebración, de huracán de medios, de flashes, de criterios que en el fondo no respetas y no te importan, lo que uno debe hacer es bajarse del carro y ver las cosas con calma.
Nos trataron bien y eso se agradece.
Traje libros que acá no consigo.
Cargo historias que no valen la pena contar en una crónica, pero que son geniales.
Tomé miles de fotos, con una cámara que luego pasó a mejor vida.
Hubo fiestas, bailamos, confiamos en el otro, en ese que vivía lo mismo que uno. ¿Había espacio para la literatura? Quizás muy poco. No querías leer, porque la única forma de contrarrestar aquello gigante que no podías controlar estaba en el descanso; en hablar muy poco de literatura, en sentir que la vida también es otra posibilidad, como ir a Karnes Garibaldi, ver si era verdad lo de la atención más rápida del oeste (lo cual es cierto), hablar de Kyle Broflovski, de Klosterman, escuchar que alguien te dice que Juan Villoro es como Vicente Fernández, que está arriba por sobrevivir. Y ríes. Lo que vale está en ver a esa persona seria bailando cumbia, en burlarte de las fotos de las solapas, en lo que no importa.
Sobrevives porque tienes aliados. George Harrison decía que sentía lástima por Elvis. Que los Beatles eran cuatro y que podían contar el uno con el otro. Puedo decir algo parecido y rescato las cosas que pocos ven: la impavidez vestida de genialidad de Roberto Martínez, el humor siniestro de Ulises Juárez, la alegría contagiosa de Fernanda García Lao, la conversación poderosa de Daniela Tarazona, el abrazo que te da Casas para despedirte, la honestidad brutal de María Eugenia Ramos, la calidez de Nona Fernández, el comentario mordaz de Francisco Díaz Klaassen, ver el final de “The Empire Strikes Back”, con Enrique Planas; ese humor sobrio y oscuro de Pablo Soler Frost; esa sensación de que conoces a Ronsino de toda la vida; la hermandad colombiana de Juan Álvarez, Andrés Burgos y Luis Miguel Rivas, quienes te hacían sentir parte del grupo, aunque no lo fueras ; Miguel Chávez y su eterno sombrero de Mike Hammer; Jacinta Escudos y su risa; las gafas y el (¿las gafas “del” pequeño Adolf?” “Pequeño Adolf”; los chistes de Carlos Oriel Wynter Melo…
Sabes que has vivido algo fuerte y quizás eres parte de una lista que a la larga se olvidará… y cuentas con eso. Si eres lo suficientemente inteligente puedes quedarte con lo que en realidad vale la pena: los amigos que haces. Y de golpe sabes que sí puedes considerar cercano a alguien que escribe con la misma afición patológica que tienes. Y eso te cambia la vida.
Claro, la oportunidad de publicar tus libros se abre. No importa si es una editorial pequeña o un dragón gigante que te devora. Eso dependerá de cada uno y sus condiciones particulares.
No es el reflejo lo que importa, sino lo que está detrás. Por eso sigue resonando la frase que me dijo Andrés Neuman en una conversación cuando coincidimos en la oficina de autores: “Esto que vives es fuerte y es probable que hagas amistades con cuatro o cinco que quizás te duren toda la vida”. Y creo posible que la literatura encuentre en la marginalidad pura de la amistad el camino a seguir.
nació en Guayaquil, Ecuador, en 1979. Es el autor del libro de cuentos Conjeturas para una tarde (2007) y de la novela Los descosidos (2010). Mantiene el blog Más allá de los libros.
[…] La FIL a través del espejo. Una crónica de Eduardo Varas Estuve a punto de aplastar a Herta Müller. Source: hermano-cerdo.com […]
Empezó bien. Pero, ay, se desvaneció en lo bonito de la amistad. En lo lindo que es uno. En lo mejor que era el otro. En la gimnasia de una de ellos. Etc. ¿Y la literatura?, ¿es pertinente la pregunta?
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