Martín Cristal

Estoy contento con mis lecturas de este año, porque han sido muchas y variadas, y también porque he podido reseñar las mejores en El pez volador y otros sitios. Aquí van algunos extractos de esas reseñas (en orden alfabético de autores; esto no es un ranking).

Los libros que más disfruté leer en 2011 fueron los siguientes:

Fiebre de guerra, el último libro de cuentos de J. G. Ballard (Berenice, 2008 [1990]): Son catorce relatos, entre los cuales se destacan tres por sus logros formales: “Respuestas a un cuestionario”, “El índice” y “Notas hacia un colapso mental”. Otros cuentos muy buenos por su idea y su prosa son “La historia secreta de la Tercera Guerra Mundial”, el borgeano “Informe sobre una estación espacial no identificada” y el alucinante “Cargamento de sueños”. En todos queda demostrado que, además de haber sido una mente prodigiosa para un género en el que la imaginación es central, Ballard también le aportó a la ciencia ficción un estilo elegante, de gran calidad.

Por dentro todo está permitido, de Jorge Baron Biza (Caja Negra, 2010): Impecable recopilación de 40 artículos divididos en tres secciones —“Reseñas”, “Retratos” y “Ensayos”—; por tema, el contenido del libro podría subdividirse en artes plásticas, literatura, y sociedad. De estos textos inteligentes se aprende —por ejemplo— que la historia de una literatura local no tiene por qué agotarse en una lectura comparativa con la universal o metropolitana; que podemos practicar con libertad la reseña —la “hermanita pobre” de la crítica— porque es buena para dejar de espantar a los lectores y atraerlos otra vez hacia los libros; y que podemos hacerlo apelando a las herramientas más accesibles de la comunicación social para apartarnos de jerigonzas académicas que se degradan si no consideran el medio en que aparecerá el texto crítico en cuestión.

Me acuerdo, de Joe Brainard (Sexto Piso, 2009 [1970]): En estas “memorias poéticas”, el artista plástico neoyorquino barajaba unos mil recuerdos breves, los más cortos de media línea (“Me acuerdo del otoño”) y los más largos de diez o quince. Los recuerdos acuden a la página por asociación, como recurrencia o como sorprendente cambio de tema. Esta secuencia intempestiva es tan encantadora como la nostalgia suave, la tierna franqueza, el humor sencillo o la claridad de las evocaciones de Brainard. La aliteración empuja a seguir leyendo. Así, este libro nos dice más sobre Brainard de lo que cualquier autobiografía podría contarnos. También habla de nosotros: sus recuerdos exceden la experiencia individual para superponerse, primero, con la experiencia de toda una generación; luego, con el aliento particular de la cultura norteamericana; y finalmente, con la historia común de toda la humanidad.

Ubik, de Philip K. Dick (LFDI-Océano, 2007 [1968]): En la segunda mitad del año tuve una “fiebre de ciencia ficción”: volví al género después de años de no tocarlo y salvé varias lagunas. Este libro de Dick me resultó ágil, inteligente y sobre todo muy divertido. Sus ideas son refrescantes; terminada la novela, el lector se queda pensando qué otros corolarios se desprenden del universo creado (y demostrado) por el autor, emblema de la paranoia y el simulacro. Hay 1) telépatas, 2) mutantes con “contrafacultades”, 3) criogenia y 4) semivida… ¡y eso sólo en las primeras nueve páginas! Cualquier principiante se hubiera dado por satisfecho con todo eso y le hubiera dado para adelante con ese puñado de ideas. Pero Dick las presenta sólo para meternos en un mundo extraño que luego sea pasible de ser desintegrado por completo.

Un canto pisano, de Sam Hamill (Postales Japonesas Editora, 2011): Es una selección de dieciocho poemas de Hamill en atractiva versión castellana de Esteban Moore. Con vocación política, mucha indignación y toques de sabiduría, el libro dispara varias preguntas: ¿cuál es el equilibrio ideal entre arte y política, cuándo se potencian y cuándo se aniquilan entre sí? ¿En qué proporción se debe considerar la biografía de un creador cuando se sopesa su obra? Como poeta que no se queda sólo en lo escrito, sino que pasa también a la acción política concreta (detallada en el prólogo de Moore), Hamill es una prueba viviente de que la poesía puede ser más que lo impreso en una página.

Qué hacer, de Pablo Katchadjian. (Bajo la luna, 2010): Divertida nouvelle en la que el autor, condensando en capítulos cortos la lógica de los sueños recurrentes, hace y rehace distintas escenas disparatadas, variando siempre una misma serie reducida de acciones y elementos: alumnos gigantescos, universidades inglesas, ochocientos bebedores de vino, una campera con capucha, una isla lejana, muñequitos, trapos viejos… A veces pasamos de una variación a otra sin más nexo que un “de pronto aparecemos en”. Remake permanente de sí mismo, el libro se vuelve un memotest onírico: las mismas figuras, remezcladas, se van revelando en distinto orden. La combinatoria expuesta resulta tan estimulante como la aparición, cada tanto, de algún elemento nuevo, el cual se sumará a los que ya circulan por esta calesita de los sueños.

Chronic City, de Jonathan Lethem (Mondadori, 2011): Con palpable influencia de Dick y Pynchon, el autor dedica su esfuerzo inicial no tanto a establecer alguna intriga, sino sobre todo a darles carnadura a sus personajes, en especial al que será el central de la novela: no el narrador, sino el adorable tuerto freak, marginado, culturoso, conspiranoico, enfermizo, marihuano, ex artista callejero, ex crítico de rock y actual teorizador crónico desempleado que responde al nombre de Perkus Tooth. Si don Quijote enloqueció de tanto leer novelas de caballería (su única fuente de entretenimiento), Perkus Tooth es su versión urbana y contemporánea: un neoyorkino del siglo XXI cuyas manías no devienen sólo de la literatura, sino del bombardeo de todas las manifestaciones que le ofrece la cultura global y popular.

Asterios Polyp, de David Mazzucchelli. (Sins Entido, 2010): Historieta de gran sutileza y sensibilidad narrativas. El arquitecto Asterios Polyp es un profesor universitario exigente, aunque ninguno de sus proyectos se haya construido jamás. Cuando de repente su departamento se incendia, la vida de Polyp da un vuelco. Durante la emergencia, el arquitecto alcanza a elegir sólo tres cosas para llevarse consigo. Su huida no será sólo escaleras abajo, hacia la calle: Asterios también aprovechará el impulso para escapar de Nueva York. La narrativa no lineal de Mazzucchelli no deja preguntas sin responder, en lo que a la larga compone el minucioso estudio de un personaje tan singular como su propio nombre. Dicha exploración se lleva a cabo con una envidiable batería de recursos expresivos.

Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco. (Tusquets, 2010 [1981]): Texto y autor que supongo muy transitados por los lectores mexicanos. Esta novela corta es una remebranza vívida de una ciudad y una infancia perdidas, un exitoso intento de volver a ser niño para batallar otra vez en el desierto de un patio de escuela. También es una forma de volver a enamorarse por primera vez.

Contraluz, de Thomas Pynchon (Tusquets, 2010): Hay mucho para decir de esta novela monumental, tanto que en El pez volador le dedicamos una serie de 10 posts. La sensación exacta que me deja este libro al terminarlo es la de haber leído sus 1337 páginas a través de un fragmento de espato de Islandia. La ambigua transparencia de este mineral birrefringente me hace sentir que no he leído una novela, sino dos en paralelo: una, genial y admirable, maravillosa; la otra, agobiadora y hartante, aborrecible. Quisiera recomendar sólo la primera, pero parece que en el combo vienen juntas.

Siempre juntos y otros cuentos, de Rodrigo Rey Rosa (Almadía, 2008): Antología que abarca los últimos veinte años de labor del guatemalteco que, con refrescante variedad formal, siempre consigue exprimir la gran tensión que late bajo la regularidad de su prosa, tranquila y pausada. Además del cuento del título, son excelentes “Cárcel de árboles”, “Otro zoo”, “La niña que no tuve”, “La prueba”, “Gracia”, “El pagano”, “Hasta cierto punto” y “Vídeo” (faltó, en mi opinión, el policial-poético “Elementos” [que cierra el libro Ningún lugar sagrado]). Esta antología cruza el oficio acumulado de años con una buena selección y edición.

Lint, de Chris Ware (Acme Novelty Library #20, 2010): La vida completa de Jordan Lint se nos presenta comprimida en sólo ochenta páginas. Atestiguamos su entrada a este mundo —con dibujos tan básicos y esquemáticos como su propia percepción de bebé— y luego vamos viendo como el dibujo madura, mientras el relato se acelera y Lint envejece, notoriamente, a cada vuelta de página. Vista con la amargura y los ismos típicos de la obra de Ware —patetismo, pesimismo, escepticismo—, la de Lint es una vida solitaria y mezquina, guiada por la variabilidad de sus ambiciones y la constancia de su pulsión sexual. Un bajón, pero tan bien contado que deslumbra casi tanto como Jimmy Corrigan.

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