Pablo Muñoz

Este año ha sido goloso. Hubo libros estupendos, sí.

De los publicados en 2011, en ficción, creo que la mejor novela es Acceso no autorizado (Random House Mondadori). Belén Gopegui es extraordinaria, y con ello me refiero a su posición / método creativo: cada libro suyo es un experimento, cada vez más radical, en torno a muchas cuestiones, acelerado por (cierta) urgencia y con una capacidad admirable para ocuparse de asuntos éticos. Diría que Gopegui describe un fracaso desde hace ya tiempo, diría también que sus héroes son cada vez fracasados más interesantes, más dolorosos. Esta novela es, claro, un disparo a la actualidad, pero por encima de todo, incluso de esa superficie de thriller informático contado a dos tiempos, yace una escritora capaz de dibujar un fracaso vivo, directo, real.

De no ficción he leído con especial entusiasmo el Steve Jobs (Debate) de Walter Isaacson. Recuento preciso, nada conformista, de la vida de un hombre que fue a la vez héroe y villano; huidizo de la hagiografía excepto de la hermosa portada y del nombre de su propio recuento, suficientemente arrogante como para asumir que Isaacson (el autor de biografías de Benjamin Franklin y Albert Einstein) era el adecuado para contar su vida y con logros tales como cambiar no una sino varias veces la historia del cine, la música y los ordenadores, lo que aquí se cuenta es la historia de un hombre que solamente respetaba a los perfeccionistas. No hay mitologías hippies; hay laconismo zen.

Me han gustado mucho Los Pobres de William Vollmann porque son ensayos incómodos, provcadores. Recomiendo la novela de Téa Obreht, The Tiger’s Wife, sobre catástrofes de todo tipo en los Balcanes y lo hago teniendo en cuenta sus trampas, su estilización, su ocasional e intermitente belleza. El último libro de Stephen Greenblatt se llama The Swerve y no es, esta vez, una historia shakespereana, como la mayor parte de sus ensayos. Pero es algo mejor: una historia sobre qué nos hace modernos, humanismo occidental mediante.

Y fuera del año editorial, mis lecturas del año han sido La muerte de la Tragedia de George Steiner, un libro inmenso y complicado, La escala de los mapas y Lo Real de la citada Gopegui, la traducción de Tomás Segovia de Hamlet, que es algo hermoso y eterno, e Irse de Casa de Carmen Martín Gaite que no es perfecto, pero sí relevante y sorprendente. Algún día Martín Gaite será releída a la luz que merece, la de un clásico todavía vasto y por descubrir.

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