Como Michel Houellebecq, Pola Oloixarac, o Juan Terranova, la escritura del argentino Mariano Dorr suele arrastrarnos hacia un territorio en donde coexisten las pasiones y el intelecto, los restos que abruman el comienzo de siglo XXI y la poética de la vida cotidiana, con sus efemérides e indecencias. Ésta es una escritura de la cual ya podríamos pensarla como “experimento”, y no como una poética. No son pocas las novelas que se asoman en la contemporaneidad partiendo desde el “experimento” para establecer cercanías entre varios registros de la cultura global y de esta manera desmontar las jerarquías de valores que se le adjudican a la tradición literaria.
Mariano Dorr, graduado de filosofía, y a quien conocíamos más que nada por sus ingeniosas notas en el diario Página/12 sobre filosofía contemporánea – y quien por cierto reafirma, luego de leer la novela, su afinidad con Foucault y psicoanálisis – pone al descubierto sus múltiples talentos como narrador en su primera novela titulada Musulmanes (Casa Nova Editores, 2009). Para hablar de esta novela, tendríamos que comenzar por la misma carátula del libro: un dibujo que, entre la agresividad y la ternura, deja ver la incómoda imagen de un arma de fuego apuntando hacia la cabeza de un recién nacido.
Aunque todavía queda realizar un estudio profundo en torno al arte de las portadas de libros en relación con sus poéticas; Musulmanes abre con una imagen que desubica al lector y explicita las primeras filigranas del deseo en esta historia. Esa imagen, la de un niño a punto de morir por asalto a mano armada, si bien no aparece en todo el libro, puede ser leída como el leit-motiv de una trama que gira alrededor del embarazo, la familia, la violencia, el intelectualismo, el nihilismo, y la precariedad en los tiempos que se viven.
Con relación a estos temas y otros, sin embargo, la ruta de Dorr es otra. La novela de Dorr, a diferencia de la reciente novela de Alejandro Zambra (Formas de volver a casa, Anagrama, 2011), no es una puesta en escena sobre el recuerdo de la infancia, ni tampoco sobre la potencia que se alcanza, al decir de Giorgio Agamben, en cuanto a los límites del lenguaje durante este período de la formación humana. Musulmanes teje, entre la jocosidad de un estilo y la putrefacción decadente de su narrador (supones que se trata del “gesto” del propio Dorr), la historia de cómo la vida aparece, desde sus orígenes, como un deshecho, como un resto abandonado o desquite: como un enquiste que logra, y a veces no del todo, salir de otro cuerpo.
El cuerpo que matiza la novela de Dorr viene siendo una malformación de una historia de amor y del nacimiento entendido como azar electivo y desfigurado. Es de este modo, que la novela de Mario Dorr también puede ser leída como una articulación de la desaparición de la familia, marcando la entrada a eso que pudiéramos llamar la vida precaria. Precaria porque ya no existen soportes para alentar los deseos y las utopías de una vida, aunque seguimos hablando de “vida”, ya que siguen naciendo seres, cuerpos, bebes que lloran a la noche y que no dejan dormir a los padres. Padres que, por otra parte, aman a esos bebes que son sus hijos.
De ahí también es que el título Musulmanes cobra sentido, así como el exergo de Primo Levi en la primera página del libro. El “musulmán” – según Giorgio Agamben, figura central del campo de concentración que existe en la medida de su total vida animal (zoe) – no es ya un momento del sujeto frente a la política, sino más bien el grado de cero por donde reaparece hoy la subjetividad. Musulmanes somos todos aunque no lo sepamos: el bebe que nace mañana, el que escribe y el que lee, Freud mismo. La vena existencialista que recorre el “experimento” de Dorr también se ha alejado de los antiguos ademanes sartreanos de la autenticidad y de la acción, para vincularse más sobre el espectro de un futuro poco legible de la cultura de los placeres bajos.
La historia de Musulmanes es la biografía de un padre que espera a su hijo, o mejor, la de un hijo que espera a su padre. («El infierno debe estar tapizado de hijos», leemos en alguna parte). La relación entre padre e hijo, tema medular en la literatura moderna, se encara en este relato a la manera de una fascinación perversa por lo desconocido. Al solo abarcar el periodo del embarazo y los siguientes primeros días de vida del nacido, Dorr pone en paréntesis la inusual relación, desde el punto de vista de la literatura, entre el infante y el padre. Relación signada por la fascinación y el goce:
”Que la placenta se forma rápido, que mi pastel no tenga nauseas, que pueda comer cualquier cosa, que Margarita se divertía y sueñe, y nos escuche cuando le hablamos, te amamos hijito, y te estamos esperando para vivir untos el loco de la vida familiar. La más infinita fantasía de amor.” (p.34).
Este padre es, por una parte, un escritor fracasado, o al menos un wannabe escritor. Por otra, es un adicto de la mariguana y la cocaína que recorre Buenos Aires en busca de dealers. Como en la novela Las teorías salvajes (Entropía, 2008) de Pola Oloixarac, el gran logro de Musulmanes es encontrar el espacio de indeterminación entre los placeres bajos y la ternura, entre la precariedad y la honestidad de una escritura que se lee como un diario o como correos electrónicos enviados a ciertos parientes lejanos.
Si la escritura de Mario Dorr es, en efecto, más que una poética un experimento, entendido como a la manera de Cesar Aira, entonces este experimento se condensa en la medida que entendemos a la cultura cómo un horizonte de equivalencias. De ahí que circulen por toda la novela la apropiación de Nietzsche y Freud, a la par de la música contemporánea y el mundo de las drogas. Igualando la alta cultura y la pop culture, Mariano Dorr logra hilvanar un mundo en tiempo real, nuestro mundo, en el cual una reescritura de uno de los famosos versos de Paul Celan, como en este fragmento, puede ir trenzada de una discusión culinaria:
“Dejamos de comer los chanchos que nos caracterizaron durante el embarazo, ahora trabajamos el potaje, una sopa aguachenta, con algunas verduras en el fondo. Tomamos el potaje al mediodía, leche negrea del alaba, y lo tomamos de noche. Tu pelo de oro, pitufina blanca… Esperamos el potaje con entusiasmo. La sopa nos ayuda a cortar con la ansiedad. Sobrevivimos así, desde hace ya varias semanas, gracias al potaje” (p.120).
Musulmanes es una novela potaje. Así como las novelas en sus orígenes eran pensadas como enormes cajones de sastre donde todo cabía, este tipo de novela recoge todo el imaginario de la cultura contemporánea y lo pone en mix. Cultura que prescinde de las jerarquías del gusto y de la economía literaria. Esta experimentación con los valores de la literatura contemporánea, también apuestan a la democratización de la novela como género y de la escritura en general.
Si Lukacs originalmente habló de la novela como la forma de la ideología burguesa o del habla de esta ideología, en las novelas de escritores como Mariano Dorr, Yuri Herrera, o Mario Bellatin, la escritura no se trabaja contra una ideología, sino al margen de ésta. Y esto se debe no solo a causa de la desaparición de los dos actores del conflicto histórico según el marxismo – la burguesía y el proletariado – sino a que las nuevas formas de relación en tanto la vida, hace posible la imagen de nuevos espacios, de experimentos matizados por los signos y las lenguas. Musulmanes es, en todo caso, un dispositivo de la experiencia contemporánea, uno de los hilos por el cual se comienzan a exponerse las fisuras de lo que llamamos vida.
(Matanzas, 1987). Estudió filosofía política, y ahora termina estudios de postgrado en literatura y estética (University of Florida). Ha recogido algunos de sus poemas en Momentáneo Espejo (2009). Desde el 2009 dirige el fractal de estética en la revista Sin Frontera. Escribe en su blog Puente Ecfrático.
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