El día en que murió Andy Warhol

Mientras viva, nunca olvidaré el día en que murió Andy Warhol. Porque justo al día siguiente la tía Bongsu se hizo vieja. Así, de la noche a la mañana.

El día comenzó como otro cualquiera. Papá estaba en el piso de arriba, vistiéndose. La tía Bongsu, mi hermanita Anak y yo estábamos desayunando. Yo estaba hojeando el periódico.

«Vaya, se ha muerto Andy Warhol. Ocurrió ayer,» dije yo.

«¿Quién es Andy Warhol?», preguntó Anak. Por entonces tenía once años. Yo tenía catorce. Una chica lista. Anak, quiero decir. Ya entonces estaba claro que estaba destinada a hacer ciencias. Pero era un poco ignorante sobre arte y culturas, ¿sabes? Lo típico.

«¿Quién es Andy Warhol?», repetí. «¿Quieres decir que no lo sabes?¡Explícaselo, tía Bongsu!»

«¡Explícaselo tú misma!», dijo la tía. Esa mañana no se mostraba nada comprensiva.

«No, que lo lea todo sobre Warhol en la enciclopedia», le dije yo, actuando como una gran sabelotodo pero en realidad diciéndome a mí misma que debería estudiármelo yo antes, porque Anak es de las chicas que se ponen a leer algo simplemente porque alguien se lo haya dicho.

«En todo caso», dijo la tía Bongsu, «ya es hora de que os marchéis al colegio. ¿No os acordáis de que hoy es mi día para ir de compras?»

Los días de compras de la tía Bongsu tenían lugar una vez al mes, y lo tenía todo tan estrictamente programado que parecía más un ritual. Lo primero después del colegio era irse al Club a almorzar. Luego íbamos a las tiendas. Primero compraba las cosas para la casa; luego, las cosas para Papá, para Anak y para mí misma. Lo último de todo era comprarse cosas para ella, de modo que siempre terminábamos yendo a Encajes de China para comprar sus pañuelos especiales de encaje. Luego merendábamos en el Salón de Té Arcoíris. Después de eso, Anak y yo nos íbamos a casa con el chófer, y ella acudía a su esteticista y estilista. Quiénes eran o dónde estaban estas personas, nosotras no lo supimos nunca. Todo lo que sabíamos es que a la hora de la cena ella llegaba a casa oliendo bien y con aspecto lozano, rejuvenecida.

De hecho, no tengo ni idea de cuántos años tiene la tía Bongsu. Siempre ha hecho de su edad un secreto, igual que hacía con su esteticista y su estilista. De esa forma, siempre pareció un poco anticuada, lo mismo que sus pañuelos de encaje. Pero en otras cosas ella era muy… muy guay, ¿sabes? Al menos hasta el día en que murió Andy Warhol.

Imagino que era comprensible. Quiero decir, la tía Bongsu estudió Bellas Artes y esas cosas en Londres, antes de que viniese a vivir con nosotros cuando murió Mamá. En realidad, pienso que lo peor que le puede pasar a un médico es que alguien de su familia se muera de una enfermedad terminal. En el caso de Papá, le supuso una auténtica conmoción. Perdió la fe en sí mismo, en su profesión, en todo. Lo llevó muy mal, quiero decir.

Por suerte, la tía Bongsu vino a casa. Recuerdo que por entonces yo tenía siete años, y Anak cuatro. Se suponía que iba a quedarse una temporada con nosotros antes de irse a Nueva York, pues Nueva York es el gran centro mundial del arte moderno, y todo eso. Pero debió de darse cuenta de nuestra situación. Y se quedó a vivir. Para nosotras, fue una gran suerte. Para ella, debió ser un gran sacrificio. No se casó, no hizo carrera; simplemente renunció a su vida para ser una madre para nosotras. Pues bien, te lo puedo decir: no podría haber pedido una madre mejor. Fui una niña un poco confundida, sabes, hasta cumplir los doce años o por ahí. Sentía pena de mí misma porque Mamá estaba muerta y a Papá yo no le importaba para nada. No saqué buena nota en el examen del año sexto, y por eso no pude matricularme en el antiguo colegio de Papá. Continué en una de las clases más bajas. ¡Tela marinera! Pero fue ella la que me metió un poco de sentido común después de aquello, y me enderezó bien rápido. Gracias a ella, al menos ahora sé qué aspecto tiene el interior de un libro, ¿sabes lo que quiero decir?

Lo mejor de la tía Bongsu es que podíamos hablar con ella, como de adulta a adulta, de igual a igual. Recuerdo que una vez, cuando estaba en segundo curso, le pregunté por curiosidad, y también con un poco de sentimiento de culpa, por qué nunca se casó. Ella simplemente sonrió, se lo pensó por un instante, y me dijo: «Supongo que porque nunca he conocido a un hombre sin el que no pueda vivir». Entonces, puede que porque pensara que no la había entendido –y tenía razón, tuve que pensármelo bien, lo que había dicho– me dijo: «La verdad es que todos los hombres que conozco últimamente me parecen aburridos. De hecho, la mayoría de ellos solamente son buenos para un par de años». Y entonces se puso a reír, me dio un fuerte abrazo, y añadió: «Deja pasar unos cuantos años, y verás cómo comprenderás lo que te digo.»

Bueno, pues estoy a punto de cumplir los diecisiete, y todavía no estoy segura al ciento por ciento de lo que quería decir. Pero por aquel entonces me hizo sentirme mucho mejor, eso está claro. Al menos supe que si no se casó, no fue a causa de Anak y de mí. Pero te diré una cosa: sea lo que sea, mi tía Bongsu se toma muy en serio la educación. Como el año pasado, cuando le dije que quería estudiar derecho. Me obligó a sentarme y me soltó un sermón de aquí te espero.

«Espero que te des cuenta», me dijo, «que conseguir un título profesional no te garantiza una educación. No me importa decírtelo…», y yo seguía allí sentada aguantando la respiración, porque cada vez que la tía Bongsu te dice que no le importa decirte algo, es porque va a decirte algo que te importa. «Nos sobran los profesionales sin educación», prosiguió. «De modo que te sugiero que, antes que vayas y te matricules en derecho, primero te procures una educación, que estudies Filosofía, o Historia, o Historia del Arte, o Literatura. Algo de las Humanidades. Algo que te dé un mejor entendimiento de la vida, de la gente, de la naturaleza humana; de las razones mismas de la existencia de las leyes que quieres estudiar». Pues eso es lo que dijo, más o menos.

Todo me parecía un poco por encima de mí, como entenderás. De modo que le respondí. ¿Cómo?, dije yo. Para esa clase de plan de estudios se necesita  mucho dinero, ¿no? Y además, como dos vidas, ¿quizás? Y además, quitando del arte, en mi escuela no enseñan esas materias. ¿Así que cómo? ¿Me iba a soltar otro sermón? Pues no: ni una palabra. La única cosa es que, hoy en día, todos los regalos que me hace son libros. Libros de esos que la gente llama…edificantes, ya entiendes a lo que me refiero. Como La historia del desnudo, de no sé quién, del cual debo decir que lo disfruté, y El Apocalipsis en la literatura moderna, de otro autor que no recuerdo, del cual tengo que decir que sigue resultándome apocalíptico hasta hoy día. En todo caso, te estaba contando lo que pasó el día que murió Andy Warhol.

Como te contaba, empezó igual que cualquier otro día. De hecho, mientras hacíamos la compra, no nos dimos cuenta de lo mal que se estaba tomando la noticia. La primera señal se dio a la hora del té. Me di cuenta de que no estaba comiendo como era habitual y de que estaba un poco…callada, debería decir. De modo que le pregunté si se encontraba bien. Ni siquiera pareció oírme. Pero no me intranquilicé mucho porque ya sabes lo ruidosas que se pueden poner los restaurantes y las cafeterías. Pero imagínate mi sorpresa: después del té, en lugar de marcharse a ver a su esteticista y estilista, ¡se vino en silencio con nosotras a casa!

«¡Vaya! ¿Hoy no tienes sesión de belleza?», le pregunté, tomándole un poco el pelo. Y de nuevo, no hubo respuesta. «Oh, oh», pensé yo, «aquí pasa algo». Luego, a la hora de la cena, no bajó y se quedó en su dormitorio. Para entonces, Anak y yo sabíamos con certeza que algo malo había pasado. Pero no podíamos imaginarnos qué era. Nos rompimos la cabeza pensándolo.

Finalmente fue Anak la que dio con la respuesta. Dijo que tenía que ser algo que tenía que ver con la muerte de Andy Warhol. Después de todo, eso era lo único inusual que había pasado aquel día. Y algo más, añadió Anak, no te olvides de que la tía Bongsu es artista. ¿Quién sabe, puede que cuando era estudiante de arte fuese una gran admiradora de Andy Warhol? Hubo un tiempo en que incluso quería irse a vivir a Nueva York. ¿No es verdad? Hay algo de verdad en eso, me dije yo. Siempre supe que Anak era una chica lista. El problema es que, solamente porque sepas que sucede algo, no quiere decir que sea más fácil de aceptar, ya sabes lo que quiero decir.

Desde aquel día en adelante, contemplamos, en serio, cómo la tía Bongsu se hacía vieja. Dejó de maquillarse; dejó que el pelo se le platease; dejó de ponerse ropas y zapatos a la moda; y lo peor de todo es que ¡dejó de ir a Encajes de China para comprar sus pañuelos de encaje! Lo que tienes que entender es que esos pañuelos, para la tía Bongsu, eran pues… ¡lo mismo que el famoso casco amarillo era para Ayrton Senna! La visita una vez al mes a Encajes de China era ya, como dije antes, un ritual. Y dejar de cumplir un ritual así era algo muy serio. Más que serio: era cosa de congoja. Qué digo, era más que congoja, ¡era aflicción con ganas!

Para ser justos con la tía Bongsu, no diré que ella cambiase como persona.  Pero de algún modo, cuando Anak y yo vimos el cambio que operaba en su exterior, sencillamente asumimos que también había cambiado por dentro.  Y empezamos a tratarla de forma diferente. Se acabaron las bromas y los chistes, ¡ya ni siquiera nos atrevíamos a hablar mucho con ella!

Supongo que pensamos que si la dejábamos en paz durante un tiempo, de alguna manera el problema desaparecería. Pero ¡madre mía, estábamos bien equivocadas! Siguió en ese plan durante meses, qué digo, durante casi un año. De hecho llegamos a hablar del asunto con Papá. Pero como él es médico, imagino que está de vuelta de todo. No le preocupaba para nada. Solamente murmuró algo de que a todas las mujeres les pasa esto cuando se hacen mayores.  Anak, claro está, se puso a consultar sus libros de biología, y como no pudo encontrar en ellos la respuesta, acudió a las revistas del corazón. Y luego pasó por delante de mí con una cara toda seria. Se negó a decirme nada, dijo que era secreto de mujeres. ¡Hay que ver! Como si yo no supiera que era la menopausia. Al final, Anak y yo tuvimos que aceptar a esta nueva vieja tía Bongsu. ¿Qué si no íbamos a hacer? Nosotras también teníamos nuestros problemillas. Yo tenía el examen de bachillerato medio, y Anak el de la suficiencia de primaria, o como le llamasen a eso por entonces. Y como la tía Bongsu tenía un aspecto tan serio todo el tiempo, no podía andarme con tonterías. Y en cuanto a Anak, empezó a leer libros antes que a sujetar ella misma el biberón, de modo que ene se sentido no hubo problemas.

Fue por entonces que Papá trajo a casa a un invitado, a un cirujano de la India. Había sido compañero de estudios de Papá en Edimburgo, creo recordar. Era viudo, como Papá, pero no tenía hijos. Se encontraba de vacaciones, viajando y visitando a sus amistades. Se llamaba Sanjeev, pero a Anak y a mí nos dio por llamarle Jeeves por cómo hablaba en inglés. En todo caso, el día que llegó a casa nos dimos cuenta que él y la tía Bongsu… pues eso, que tenían futuro.

Puede que fuera porque teníamos un invitado que la tía Bongsu hizo un esfuerzo. Se pintó los labios y se puso un vestido muy bonito. La verdad es que podría decir que parecía muy presentable. Durante la cena notamos que le gustaba Jeeves. Para ser cirujano, he de admitir que sabía mucho sobre todo tipo de cosas, y que se expresaba de un modo muy ingenioso. Supongo que eso es lo que quiere decir la tía Bongsu cuando habla de un ‘profesional con educación’. La química empezó a funcionar desde el momento que ella rompió a reír tanto por un chiste que Jeeves había hecho, que se sacó el pañuelo de encaje para secarse las lágrimas. En cuanto lo vio, él dijo: «¡Diantre!» No es broma. Eso es lo que dijo, como si fuera un caballero remilgado de las películas de los años cuarenta.

Todos los demás dejamos de comer y nos quedamos mirándole. Él ni siquiera se dio cuenta de que había causado una pequeña alteración; siguió hablándole a la tía Bongsu como si nada. «¡Diantre! No he podido evitar su pañuelo de encaje. Hace bastante tiempo que no conozco a una señora que use uno de esos, pero ¡hace mucho más tiempo que no veo un pañuelo tan pulcramente elaborado!» Estiró el brazo para tomar el pañuelo de sus manos. La tía Bongsu debió quedar realmente sorprendida, pues se lo entregó sin protesta alguna, aunque estaba todo arrugado y deslavazado, y húmedo a causa de las lágrimas que la risa le había provocado.

«Pues en poco tiempo», respondió ella, «no verá usted ninguno que se le parezca». Según parece, ya no se bordan pañuelos así a mano, o eso le había dicho la señora de la tienda.

«En ese caso, tendremos que bordarnos los nuestros nosotros mismos, ¿no cree?», dijo Jeeves con cara muy seria. Para entonces nos habíamos quedado boquiabiertas, mirándolo. De algún modo se dio cuenta y dijo: «Oh, yo coso, ¿no lo sabían?» Y meneando los dedos, añadió: «Ayuda a mantener la mano en forma, ¿saben? Después de todo, coser es un aspecto importante de la cirugía». Y nos hizo un guiño. La verdad es que a día de hoy no estoy segura de si lo decía en serio o no.

Una noche los encontré a los dos juntos en la sala de estar. Él estaba leyéndole en voz alta un libro. Me quedé allí un rato de pie, escuchando, pero…jopé, te juro que no entendí ni jota de lo que estaba leyendo. Más tarde me acerqué a la mesa y tomé el libro entre mis manos: se titulaba Four Quartets, de un tal T.S. Eliot. Lo hojeé un rato. No me extrañó que no le encontrara ni pies ni cabeza. Era ¡PO-E-SÍ-A!

Pero durante aquella visita, algo de la antigua joven tía Bongsu retornó. No del todo, claro está. Volvió a ponerse maquillaje, pero no tanto como antes de que muriera Andy Warhol. La ropa y los zapatos comenzaron a parecer un poco más atractivos, pero no tan… elegantes como solían serlo. Debió de volver a ver a su esteticista y estilista sin decírnoslo, pues su piel tenía una apariencia más hermosa. No me cabe duda de que el pelo lo tenía lleno de canas, pero noté alguna diferencia. Anak me dijo que se había hecho «mechas». En todo caso, una vez empezó a ir otra vez a Encajes de China a comprarse pañuelos de encaje, supimos que las cosas habían vuelto en un 99,99% a la normalidad. Era agradable volver a verla contenta, ¿me entiendes? Pero sabíamos, eh, que nosotras ya no éramos el foco de su alegría.

Y entonces llegó el momento de que Jeeves volviera a la India. Unos días antes de marcharse, nos invitó a todos a alojarnos en su casa si alguna vez íbamos a la India. La tía Bongsu dijo que a menudo se le había pasado por la cabeza ir a la India, pero que le asustaba un poco lo que pudiera ocurrirle allí. Claro, inmediatamente pensé que se refería a las cosas que suele referirse a la gente, a la pobreza, y todo eso.

«Oh, no, no», protestó rápidamente. Se había ruborizado, obviamente pensando que habría herido los sentimientos de Jeeves. «Es que cada vez que he me he relacionado de algún modo con la  cultura india, me ha parecido tener una especie de… de revelación. Como cuando vi esa película, The Music Room. Cuando escuché aquellas canciones, de pronto, como un relámpago, me pareció comprender el porqué de las canciones. Es que una voz humana se convierte en instrumento musical, y entabla un diálogo con otros instrumentos musicales. Hubo otra ocasión que fui a un concierto de músicos de renombre mundial, y quedé fascinada con el que tocaba la tabla. Y mientras lo observaba, tuve la sensación de que eso, de que justamente de eso, trata lo divino – esa alegría infantil por… por hacer, ese esfuerzo juguetón, casi al azar, de conseguir la armonía, el tempo perfecto, la perfección…»

Y entonces paró, y enrojeció más que nunca.

Todo me parecía incomprensible, pero Jeeves la estaba escuchando con plena atención. Entonces, con suavidad, con un algo en la voz que, no me incomoda decirlo, hizo que se erizase el vello en la nuca, le dijo: «Querida, por tus palabras me parece que ya es hora de que vengas a casa. A la India.»

Y eso es exactamente lo que hizo. Muchas veces. En fin, para abreviar una larga historia te diré que la tía Bongsu encontró por fin a un hombre que ella piensa que va a ser bueno por más de dos años. Y entonces llegó el día que las dos, Anak y yo, medio esperábamos y medio temíamos, el día en que supimos definitivamente que él era el hombre sin el que no podía vivir.

Yo estaba emocionada. Siempre había deseado visitar la India. Pero por desgracia, nos dijo la tía Bongsu, no iban a vivir en la India, al menos no todavía. Iban a vivir en Nueva York, donde Jeeves había aceptado un puesto de profesor. Y entonces me acordé, de pronto:

«¿Sabes qué, tía Bongsu?», le dije. «Me alegro tanto de que por fin te hayas sobrepuesto a la muerte de Andy Warhol.»

Me miró sin comprender.

«¿Andy Warhol? ¿De qué me estás hablando?»

De modo que Anak y yo se lo explicamos. Conforme se lo íbamos explicando, ella se reía. Nosotras también nos reímos – por cortesía, pues no sabíamos de qué se estaba riendo. Finalmente, nos dijo: «Ah, no. Andy Warhol no tenía nada que ver con eso. Fue por esa estúpida mujer que me atendía en la tienda del encaje aquel día. Era tan vieja que podría ser mi madre, pero ella se emperró en decirme ‘Ama’. Me hizo sentirme como una… ¡como una especie de vejestorio!»

Seguro que sí.

¿Quieres que te diga lo que pienso? Pues pienso que la tía Bongsu estaba tan avergonzada de admitir que, a su edad, pudiera estar chifladita por un artista pop. Yo sigo afirmando que todo ocurrió porque ese fue el día que nos enteramos de la muerte de Andy Warhol.

by Chuah Guat Eng

nació en Rembau, Negeri Sembilan (Malasia) y es la primera mujer novelista en lengua inglesa de su país. Tras estudiar en Kuala Lumpur y en Múnich, completó su doctorado en la Universidad de Malasia en 2008. Hasta la fecha ha publicado las novelas Echoes of Silence y Days of Change, y las colecciones de cuentos Tales from the Baram River y The Old House & Other Stories. Tiene un blog, Manglit. "El día en que murió Andy Warhol" procede de The Old House & Other Stories.

5 Replies to “El día en que murió Andy Warhol”

  1. 1
    MAT

    Haz hecho que mi medioda sea sumamente agradable(es la hora en la que almuerzo y aprovecho entre bocado y bocado para entrar a internet). Una historia linda la de la tia Bongsu. Esperarè tu siguiente post. Gracias.
    MANUEL

  2. 2
    Chano Castaño

    Me gusta la voz de quien cuenta la historia. Se siente su inocencia y juventud. El cirujano indú también es bacano, sobretodo en la escena en que lee un texto a la tía. Esa imagen de leer para enamorar ya casi no se encuentra ni en la literatura ni en el cine. Solo está en la vida real.

    • 3
      Grieving father

      Gracias, Chano. El tuyo es uno de los más halagadores comentarios que se le pueden hacer a un traductor, quien simplemente debe aspirar a ser perfectamente invisible en el texto.

      Un cordial saludo,

      J.S.

  3. 4
    Rocio Gabriela Uribe

    ME HA ENCANTADO ESTE CUENTO!!…HA LLEGADO A MI COMO LAS BUENAS COSAS,POR CASUALIDAD.JUSTAMENTE COMO LLEGO EL CIRUJANO A LA VIDA DE LA TIA BONGSU.
    AQUI,EN EL SUR DE CALIFORNIA,SON LAS 5:17 AM Y AUNQUE EL SOL AUN NO SE PONE,CON LA LECTURA DE ESTE CUENTO SIENTO QUE SI.POR QUE HA DEJADO ESE SENTIMIENTO DE LUZ.
    SE QUE NO LO ENTENDERAN,PERO YO ME ENTIENDO!!…
    AL IGUAL QUE BONGSU,YO ME IDENTIFICO EN ALGUNAS COSAS CON ESA MUJER Y SABEN,SUELO BUSCAR BORDADOS Y DESHILADOS EN MANTELES,FUNDAS,SABANAS,CUELLOS,PANHUELOS,ETC.ME ENCANTAN LOS BORDADOS Y ENCAJES.ADEMAS DE QUE OPINO QUE ES IMPORTANTE APRECIAR EL ARTE,TANTO EL ARTE NATURAL,COMO EL QUE HACEN LOS ARTISTAS HUMANOS,QUE SOLO RETRATAN LO NATURAL,SEA EN : LITERATURA,POESIA,PINTURA,MUSICA,DANZA,TEATRO,ETC.
    ENHORABUENA A LA ESCRITORA Y AL TRADUCTOR O TRADUCTORA!!…ME ENCATARIA PODER RECIBIR MAS CUENTOS,SI PUDIESEN POR FAVOR NOTIFICARME DE ELLO LES ESTARE PROFUNDAMENTE AGRADECIDA!!…RECIBAN UN ABRAZO Y UNA SONRISA!! :)

+ Leave a Comment