Nos desayunábamos anteayer en la prensa española –aquí– con una noticia que nos (me) dejaba atónitos: la cadena de librerías catalana La Central –aquí– planea abrir una nueva sede en el centro de Madrid con 1.200 (¡mil doscientos!) metros cuadrados y 70.000 (¡setenta mil!) volúmenes a la venta para el próximo mes de septiembre.
El argumento de Antonio Ramírez (fundador de La Central junto a Marta Ramoneda) para embarcarse en tal empresa en los tiempos que corren es el siguiente, escuchen:
“Los libreros clásicos tenemos poco juego en el campo de las ventas digitales y ante los monstruos globales; solo nos queda la dimensión física, la librería como un lugar donde se encuentran personas reales con objetos concretos y en momentos específicos”
Y ahora viene el matiz importante:
«Hemos de vender más un momento, una experiencia, algo más que un libro propiamente dicho”.
Al leer tales declaraciones, enseguida me han venido a la cabeza tres cosas:
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a) la portada del New Yorker de diciembre de 2011 diseñada por Daniel Clowes [1. Sobre esta portada, decía el escritor Jordi Puntí en uno de sus artículos de prensa: «La cultura es diálogo y en general no nos basta con disfrutar de ella a solas».
El Periódico, 24 de diciembre del 2011].
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b) una de las columna de Ignacio Echevarría de su serie Mínima Molestia para el periódico El Mundo, concretamente la del 16 de marzo de 2012 y que llevaba por título Literatura «experience» –aquí-.
En ella, nos hacía partícipes de una reflexión del escritor y periodista Roberto Enríquez y que nos explicaba así:
«Roberto [Enríquez] vino a decir que no veía que los editores acertaran a vender bien sus productos, que le parecía a él que no sabían transmitir convenientemente la idea de que la lectura pueda constituir, sobre muchas otras cosas, una experiencia».
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c) el nada inocente título de la tercera parte de la trilogía Nocilla del escritor español Agustín Fernández Mallo.
No voy a salir con la monserga de la crisis general y de la del libro en particular (descenso de las ventas en España en torno al 20% -¡veinte!- y reajustes importantes en los tirajes), ni tampoco argumentaré que, paradójicamente, ayer se presentaron en España los recortes más severos de su historia democrática reciente –aquí-, o que hay un problema generalizado de financiación no solo en el contexto español, sino en el europeo en su conjunto como para acometer proyectos de tamaña envergadura.
Más allá del hecho de que detrás de la operación se halle el grupo Feltrinelli (quienes ya se han hecho con el poder de Anagrama –aquí-), la pregunta básica es: ¿de veras, existe tanta gente interesada en el mundo de los libros? Y su corolario perverso: después de la burbuja del ladrillo y la de los museos, ¿no será que comenzamos a asistir a una tercera etapa en la historia de la especulación reciente y ahora pretenden enseñorearse impunemente con el mundo de la literatura [2. Recuerden que en Barcelona ya asistimos a un intento fallido en esta línea con la librería Bertlesman de la Rambla de Catalunya. «Bertlesman abre en Barcelona una librería que ocupa toda una manzana del Eixample». Europa Press]?
es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.
El abuso del término ‘experiencia’ ya produce congoja y hastío. Como casi toda ‘novedad’, se trata de una moda procedente de las tendencias del marketing anglosajón. Personalmente, estoy hasta las narices de oír en el supermercado local esa vocecita de chica engatusadora que apela a mi faceta de consumidor y me dice que allí se esfuerzan por ‘enhancing your shopping experience’. Hace ya meses que me llevo el iPod para no tener que oírla.
Apuntas con absoluta precisión (y supongo que con buenas dosis de alarma) el matiz: la librería como entorno consumista donde antes que el libro te van a vender una ‘experiencia’.
Y lo peor es que habrá quien se lo crea a pie juntillas.
Saludos, y suerte con esos recortes…¿Se ve luz al final del túnel?
[…] Todo es cuestión de dar con el nombre apropiado, le dije, lo demás lo pone el postcapitalismo. Al resultado se le podrá seguir llamando librerías como se ha hecho toda la vida, pero ya no venderán libros sino experiencias. Lograremos meter más gente dentro de estos locales, pero no serán lectores sino consumidores. Todo es cuestión de aclarar qué es lo que se busca. Si el librero se hizo librero porque de alguna forma amaba los libros, o si se hizo empresario porque de alguna forma había que dar con una buena oportunidad de negocio. J. S. de Monfort lo explicaba como un crisóstomo aquí. […]