Dos días antes de comenzar las tomas de prueba en 3D, Pina Bausch murió inesperadamente de cáncer en los pulmones. Año y medio de preparativos para la película quedaron en el limbo: Wim Wenders, el director, decidió cancelar la producción. Veinticinco años llevaban él y la coreógrafa fraguando un largometraje sobre danza; 25 años de amistad cercana que pronto se volvería íntima complicidad. Las posibilidades del 3D, en opinión de Wenders, por fin permitirían que el tremendo espacio que ocupa la danza se tradujera a una pantalla plana. Pero Pina murió. Dedicada hasta los huesos a esa danza, se desplomó sin aviso antes de que ese salto sucediera.
Cuatro días después, durante una ceremonia en honor a Pina, Wenders leía:
We all knew Pina, and every one of us misses her in his or her our own way: very personally, very inwardly, very painfully. But there’s one thing about Pina that all our memories have in common – even if we’re not (yet) aware of it – her look on us.
La mirada de Pina, para Wenders, era absoluta. Nada le era inexpugnable. Y más importante: nadie. A través de su mirada, los demás existían.
Pina saw, indeed, even when we were «in the dark.» She developed a unique phenomenology of gestures, a view of the world, so to speak, or even better: an explanation or interpretation of our humanity that was wholly new and unexplored…
El universo que se mira sólo a través de quien lo mira, que se escucha gracias a que alguien más lo escucha. De eso va Pina: de un multiverso que se revela a una figura casi divina —asi se retrata a Pina; asi la percibían sus colaboradores y personas más cercanas— que se dedica, día y noche, a conjugarlo en movimiento “humano” (entrecomillo porque esos movimientos están anclados a un estado superior de consciencia corporal, como sucede con los deportistas, que se antoja sobrehumano).
El filme, sin embargo, y afortunadamente, sucedió; los integrantes de la compañía convencieron al director de que ése sería el gran homenaje que Pina merecía. En él, nos encontramos con que sus coreografías habitan los mismos espacios que ella. Salen, algunas, de la Wuppertal Opera House hacia la ciudad de Wuppertal, sus calles, sus trenes y sus descampados. Reza el trailer: “¿Es danza o simplemente Vida?”. En Pina, es ambas. El documental (término flojo y un tanto lejano a esta película) también muestra pedazos pequeños de los integrantes del TanzTheater —danza-teatro—, la compañía que dirigió Pina Bausch desde 1974 hasta el día de su muerte, que comentan lo que fue para ellos vivir con aquella mirada todopoderosa. En estos comentarios descansa la parte más humana de la película: en todos se percibe una fuerte melancolía; son palabras de quienes aún la extrañan profundamente. Una de las bailarinas le reclama no haberla visitado aún en sus sueños; otra le pide una explicación por su carácter indescifrable; todos le agradecen su enseñanza.
En un principio, eché de menos saber más de Pina, la persona detrás de esa mirada. Alejado como estoy de mi propio cuerpo, de cualquier noción de libertad dentro de él, sentía la necesidad de las palabras, de las historias, de los hechos y las fechas. Pero ahí está todo. Lo que hay que saber de Pina está en lo que de ella quedó en el movimiento de sus bailarines. Ahí está su mirada retratando al Universo; detrás de eso quizás no haya nada, o quizás haya un espejo que refleja lo mismo.
Pina se estrena en cines comerciales de México el 27 de abril. Es una película difícil y seguramente no durará mucho tiempo en cartelera, así que les recomiendo aprovechar.
nació en Tijuana. Ha sido editor y corrector en distintas editoriales y ha colaborado con cuento y reseñas en algunas revistas de circulación casi nula. Vive en la ciudad de México y lleva el blog http://estremecedoramecedora.wordpress.com
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