Recuerdo con cariño algunos momentos en los que termino un libro. Casi siempre están acompañados por un minuto de silencio que guarda la lectura, no necesariamente de reflexión, sino de nostalgia por algo perdido, o recuperado, mientras pasó la lectura. En cambio, es difícil decidir cuando abrir un libro y, aún más, inmortalizar el instante en que me dispongo a empezarlo. Quizá por eso, a primera vista, Mudo espío, de Fernando de León, me pareció especial.
Iba en un taxi, hacía calor y mi acompañante había entrado en una discusión insidiosa con el chófer. Abrí Mudo espío. El primer cuento de la colección nos presenta una de las claves del libro. “Manual de comportamiento fantástico” no sólo habla de un taxista poco simpático, también es una guía para el resto de los cuentos. Mudo espío se lee desde el otro lado, con la mirada entre lo fantástico y lo detectivesco. Fernando de León brinca con facilidad los límites que separan la realidad de la fantasía y, casi siempre, con un resultado favorable.
“Manual de comportamiento fantástico” da una bienvenida calurosa por hablar de todas las alucinaciones que, a veces, pensamos mientras estamos atorados en el calor del tráfico y, más importante, por ser el cuento más logrado del libro. La prosa de Fernando de León no es ligera: casi siempre va ligando ideas de manera muy lenta y es fácil perderse en lo laberíntico de las oraciones. Acierto y reproche. Por un lado agradezco una lectura compleja, aunque por el otro pienso que a veces es más barroco y eso va limitando las historias de Mudo espío. No es el caso de “Manual de comportamiento fantástico”, cuyo párrafo principal nos enseñan el oficio de Fernando de León y una prosa limpia que se esconde en el resto del libro:
A bordo de su Moldum amarillo modelo 2111, el taxista Grisóstomo pensó que aquel debía ser el clima del infierno: un lento remolino de calor y angustia.
Hay otras virtudes que encuentro en el cuento, como la borrosa línea que separa la estabilidad mental del protagonista de una franca demencia. La presencia de lo que ya no está (o nunca estuvo) en equilibrio recorre cada página del libro. Así, por ejemplo, nos encontramos al doctor Watson, ciego y débil, en un momento catártico:
Pero dejemos la cotidiana violencia de estos días negros y ahora que estamos solos, usted que todavía puede ver, dígame: ¿sigue siendo tan hermosa mi Mary?
Es lo inquietante de los desenlaces una de las fuerzas principales de Mudo espío. Si las situaciones, y personajes, ya son grises, los finales de cada cuento sólo dejan más esa sensación de vacío, oportunidades desaprovechadas y cotidianidad arruinada. Quizá, más que arruinada, toda situación está tan bien determinada por el autor que los personajes no hacen más que reconocer aquello. Afrontan su caída y, más importante, que lo poco interesante que puede existir en ellos ya está escrito. Watson lo reconoce al ser heredero de Sherlock Holmes y Grisóstomo lo aprehende cuando ve al ave roc y sabe que, por más que lo evite, su muerte está a manos de un animal:
Grisóstomo se preparó. Imaginó muchos escenarios, situaciones y destinos posibles que pudieran suscitarse al volar entre las patas del ave roc. Lo primero que hizo fue comprar un paracaídas, pero cuando lo iba a colocar en la cajuela pensó en lo inútil que era tenerlo ahí dado el momento de emergencia en que podría necesitarlo, así que acondicionó su asiento para siempre tenerlo puesto.
Aquí todo está condenado desde el principio, de ahí vienen cuentos como “El círculo”, que recuerda en trama y estructura a “Continuidad de los parques” de Cortázar, o en “Casandro Aral tenía un don”, donde nos enfrentamos a un destino cuya procedencia no es clara, ¿viene de una obsesión autoimpuesta o del autor? No hay respuesta aparente en Mudo espío, así como no la hay en la vida.
Fernando de León ofrece equilibrio. Su prosa accidentada, aunque llegue a entorpecer la lectura y agilidad del cuento, no eclipsa el poder imaginativo ni el establecimiento de un diálogo con la tradición. ¿Qué tradición? Una personal del autor que, agradecemos, no impone. Los guiños y homenajes a Conan Doyle, Borges y Cortázar son bastante claros, pero es en la estructura formal de Mudo espío en que descubrimos que Fernando de León, al contrario de sus maestros, no es una voz única ni fresca. Cada oración del libro muestra un oficio artesanal por las palabras, sin embargo también expone una aridez no rulfiana que encierra al lector. Mudo espío es “un lento remolino de calor y angustia”.
es un Ewock, Hobbit y Oompa Loompa frustrado que nació en 1990 en la ciudad de México. Es estudiante de literatura inglesa en la UNAM y colaborador de diversas publicaciones. Forma parte del consejo editorial de la revista digital Cuadrivio.
Suficiente información para saber que no me interesa… A menos que sea un ataque disrazad de elogio.