Hace poco tuve una fiebre de ciencia ficción: volvió mi curiosidad por leer un género que había abandonado desde los veintipico. No es que alguna vez haya sido un fanático, pero le debo al género mi iniciación como lector en serio (como lector serial). Dos libros que impulsaron aquel amanecer mío: Crónicas marcianas (1950) y Fahrenheit 451 (1953). De ya saben quién.
Mi reciente vuelta a leer sci-fi liquidó en mí cualquier “teoría evolutiva del lector” (y, por ende, su equivalente del escritor). No avanzamos por un camino empedrado de libros, “acercándonos” como lectores/escritores a algún improbable punto de perfección zen, sino que vamos y volvemos por una red que nosotros mismos ampliamos, como cualquier araña teje la suya entre los tallos de dos flores. Tenés tus influencias y tus taras, las recorrés leyendo y escribiendo en diversas direcciones, y después te morís. Eso es todo, amigos.
Ray Bradbury le sumó al pecado de su éxito comercial otros dos: 1) escribir sin parar lo que tuvo ganas durante toda su vida y 2) extender esa vida hasta los 92 años. Lo segundo es ser afortunado; lo primero es, ni más ni menos, ser un escritor.
Desconfío de quienes desprecian a Bradbury sólo por su popularidad. Muchos de ellos sólo se desprecian a sí mismos al permitirse la ingratitud de negar sus lecturas tempranas. A estos justicieros se suman quienes dicen —y seguirán diciendo— que los relatos de Ray Bradbury son sólo para jóvenes. A veces ni se molestan en precisar que se refieren a recién iniciados en la lectura, sin importar de qué edad; incluso llegan a afirmar que son cuentos exclusivamente “para adolescentes”.
Si esto fuera cierto, ¿cómo hizo el Rayo Bradbury para deslumbrar en su día a un lector tremendamente formado —forjado— como Jorge Luis Borges? Léase el prólogo que el argentino escribió para Crónicas marcianas; se verá que cuentos como “La tercera expedición” o “El marciano” le volaron la cabeza a un lector exquisito, blin-da-do, y de más de cincuenta años de edad. Hay cabezas más abiertas que otras.
Hace poco, un amigo que promediaba su treintena estaba fascinado con Más rápido que la vista (1996). Era su “primer Bradbury” y me insistía con que lo leyera. Con desconfianza, leí algunos cuentos de ese libro y lo admito: me desilusioné. En ese Bradbury tardío no reencontré al de El hombre ilustrado (1951) o Las doradas manzanas del sol (1953). Sin embargo, hace poco terminé Obras maestras. La mejor ciencia ficción del siglo XX, una antología hecha por Orson Scott Card. Ahí encontré un relato bradburiano escrito a fines de los cuarenta e incluido luego en Remedio para melancólicos (1960): se titula “Tenían la piel oscura y ojos dorados” (“Dark They Were, and Golden-Eyed”). Al leerlo comprobé que la clave de la cuestión no es la edad del lector, sino la edad del Bradbury que se elija leer.
Si no se prefiere la ciencia ficción, se puede probar con El vino del estío (1957). No importa el género: precisamente como con el vino, lo que importa es que se elija una buena cosecha. Si me preguntan, recomiendo el Bradbury de la década del cincuenta. De seguro entre las obras posteriores pueden encontrarse deslumbrantes excepciones para esta preferencia mía, construida por encuentros casuales y felices.
En lo personal, había una noche larga y oscura y joven, y de la nada apareció la luz de un rayo y el sonido de un trueno que me mostraron el poder de los buenos libros: hasta qué confín del tiempo y el espacio se puede viajar con un libro; qué historias te dibuja en la piel un libro; qué valor tendrían los libros si de pronto te los quemaran y ya no pudieras leerlos más. Ese rayo inicial todavía me alumbra. Siento una inmensa gratitud hacia él.
Descanse en paz, maestro.
es autor de Bares vacíos y La casa del admirador. Vive en Córdoba, Argentina y edita el blog El pez volador.
Excelente despedida…
Creo que entre todos los escritores de la Edad de Oro de la ciencia-ficción (es decir, anteriores al cyberpunk), Bradbury es el que mejor va a envejecer porque siempre favoreció la imaginación y la poesía por sobre la ciencia. «Crónicas marcianas» y «Las doradas manzanas del sol» perdurarán entre los libros de relatos más bellos que se han escrito.
amén!
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Martín, una excelente nota.Mi experiencia con Bradbury fue semejante. Con respecto a qué etapa de su escritura leer, en cada una de ellas encontré siempre algo no sólo rescatable, sino atesorable.Detesto los encasillamientos, especialmente en cuanto «las edades» a las cuales está dirigda un libro. Te recomiendo a Joan Aiken, una inglesa con un dejo a Bradbury, pero al mismo tiempo muy diferente.Es difícil encontrarla en la Argentina, pero está traducida en España.
Dando una vuelta de tuerca a tus palabras, hay cabezas más cerradas que otras en este casi vicio que es leer. Cristina Bajo
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[…] • Ray Bradbury, “Tenían la piel oscura y los ojos dorados” [1949]: La memoria me engañó: creí que este cuento estaba incluido en Crónicas marcianas, y que yo simplemente lo había olvidado; resultó que no era de ese libro (se incluyó más adelante en Remedio para melancólicos). Es que también transcurre en Marte: una familia de colonos se integra a la vida del planeta rojo luego de saber de una guerra mundial en la Tierra. [Recordé este cuento en mi reciente obituario por la muerte de Ray Bradbury]. […]
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