Voy a votar por AMLO.
Si me preguntaran de botepronto por qué voy a hacerlo diría que en lo esencial comparto su diagnóstico del país: la desigualdad social, la corrupción, el estancamiento, la clase política, los poderes fácticos, etc.; y avalo muchos de los programas sociales que logró durante su gestión como jefe de gobierno en el Distrito Federal sin creerme la historia del populista enajenado por el poder. ¿Y habría que mencionar el desastre que el PAN ha provocado en solo 12 años de gobierno?
Este 2012 votaré por él como opción política, como cabeza de un grupo de personas que deberán operar y negociar con miembros de los otros partidos y de la sociedad civil los cambios necesarios para el país.
No voto por AMLO con fe ciega, o como pejezombie o porque me caiga bien y quiera llamarlo mi amigo. No le daré mi voto a él personalmente a pesar de la actividad incesante de ciertos intelectuales que han hecho de la personalización política una obra maestra de la retórica nacional. Con grandes pinceladas nos han hecho creer que un individuo puede ser la encarnación del Estado y que en razón de ello es lógico que los vicios de un personaje encarnen precisamente como vicios del Estado. Decir que López Obrador es un peligro para México es decir que en efecto no existen las instituciones ni los contrapesos ni la sociedad civil para detener a cualquier demente que decida acabar con el país
Le daré mi voto y nada más porque creo que mi responsabilidad primera se encuentra en mi ámbito más inmediato, en esa delgada trama de la sociedad civil en la que quizá pueda influir vía una básica decencia y un poco de sentido común. No estoy seguro.
Aún así me cuesta trabajo creer que mi voto es 100% producto de la razón, o algo así. He leído muy buenos argumentos a favor de uno u otro candidato pero en mi caso acepto que hay una parte flagrantemente subjetiva, producto de mi circunstancia, de las personas que he conocido y, en pocas palabras, de cómo me ha ido en la feria.
En 2006 voté por AMLO y recuerdo vívamente la noche en que comenzamos a atestiguar, en vivo, el lento viraje del PREP que finalmente decidió la victoria en favor de Felipe Calderón. Poco después participé en la marcha que reunió a casi tres millones de personas. Eso es muchísima gente. Desafortunadamente el movimiento fue incapaz de separarse de ese liderazgo político que le había dado sustento para convertirse en una sociedad civil observadora, entusiasta.
Hace seis años me costaba trabajo conciliar el hecho de que las personas pudieran tener otra opción política. Incluso cuando esas personas habían demostrado en lo privado su cordialidad, generosidad y apoyo, no podía dejar de pensar que, en el fondo, había algo retorcido en su elección. Hoy rechazo eso. ¿O de qué sirve votar por un cambio épico cuando en nuestro ámbito privado, como he dicho arriba, repetimos los mismos esquemas priístas de búsqueda de poder, influencia y, llanamente, gandallez? ¿Y por qué no deberíamos admirar a la gente que creando una atmósfera de civilidad y decencia en su ámbito privado decide votar por, digamos, JVM?
Hace seis años, a los jóvenes que votamos por AMLO se nos llamó “ingenuos” porque al votar por el ex jefe de gobierno del DF ignorábamos que con nuestro voto llevábamos al país hacia la catástrofe y la dictadura. Qué irónico y desastroso ha sido todo desde entonces. Éramos ingenuos pero Calderón puso a un equipo de políticos bisoños (Martínez, Nava, Mouriño) a dirigir el país y no se necesitó de mucho tiempo para que el país entero comenzara a dar serios tumbos en medio de políticas ingenuas, amiguismo y contubernio priista.
Hoy, si uno es suficientemente cínico, puede llamar ingenuos a los jóvenes que tras movilizarse en las redes sociales han salido a las calles a mostrar su descontento. Es cierto que las redes sociales pueden crear atmósferas tan narcisistas como para hacer posibles frases tipo “Hay que hacer historia” o “Es hora de despertar a la nación”; o peor aún: volver tan ilusoria la realidad al grado de creer que el uso del vocabulario revolucionario es sinónimo de algún tipo de revolución. Pero al mismo tiempo las redes sociales se han integrado a esa famosa “esfera pública” donde, hasta cierto grado, es posible influir. Y no se puede negar, me parece, que han habilitado esa comunicación política necesaria para la acción coordinada de la sociedad civil.
Las redes sociales son una gran herramienta pero no son de matices porque finalmente son todavía redes sociales cerradas, en las que nuestras “redes” y nuestros “tópicos” están cortados a la medida de lo que queremos ver y escuchar. Y por ello no es sorprendente que amplias capas de internautas pasen más tiempo insultando al oponente y demostrando su superioridad moral que tratando, efectivamente de hacer un cambio en su propio ámbito. Cada vez que entro leo a alguien amenazando con borrar de sus contactos a aquellas personas que no comparten las mismas ideas. ¿Es esto un ejemplo de participación eficaz en la esfera pública? No lo es. Es Facebook. Es Twitter. Es tu muro. Pero en el narcisismo puede llegar a creerse que se logra un cambio semejante al promovido por los activistas que han arriesgado sus vidas para lograr, más expeditamente, un cambio para el país. El ciclo, partiendo de este narcisismo, puede ser risible: entusiasmo, activismo y depresión sin necesidad de dejar una habitación.
Pero cuando las redes no se dejan amilanar por este narcisismo se convierten entonces en motores poderosísimos y es por eso que los políticos comienzan a andarse con cuidado con estas cosas.
He discutido con algunas personas sobre eso, las redes y los movimientos, y mi posición es más bien hippie. No espero que un movimiento nazca conceptualmente perfecto, porque me parece imposible y antinatural, y tampoco le exijo una congruencia total, en serio. Siento -y aquí viene la parte hippie- que es una energía saludable que viene a reforzar la joven sociedad civil mexicana, un contrapeso que hoy, me parece, debe importarnos tanto como la elección presidencial y el cambio de poder. Desde muchos ángulos se puede ajustar la crítica cínica y certera al presente movimiento civil, pero será como criticar una avalancha de nieve que de pronto se nos viene encima. Por la cercanía nos parecerá una masa informe e incongruente, pero al mismo tiempo es una energía que puede lograr cambios, incluso si no queremos hacernos a un lado, si queremos resistirlos. Hace seis años esos tres millones de personas se inclinaron esencialmente hacia el fatalismo, justo cuando, habiendo perdido estaba más vivo. Hoy, desde la marcha, me parece, puede ayudar a reforzar una nueva y más influyente sociedad civil.
nació en 1979. Vive en la ciudad de México.
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