El excepcional chico de seis años, protagonista de la nueva novela de Coetzee, parece tener una extraña visión del universo: no concibe los números como entes seguros, sino como islas flotantes. Al contar, por ejemplo, de uno a dos, David teme caer en la grieta que se abre entre esas dos cifras. Eugenio, compañero de trabajo de Simón, el hombre que cuida del chico, le aconseja que le explique a David que “los números constituyen una infinidad buena. ¿Por qué? Porque, al ser infinitos en número, llenan todos los espacios del universo, bien apretados unos contra otros, como ladrillos. De manera que estamos a salvo. No hay ningún lugar donde caer.” La novela abunda en breves pero ricas sentencias como ésta, pero puede que exista también un riesgo de que el lector pierda la paciencia al pasar de un número a otro conforme avanzan los capítulos. ¿Estará a salvo si se cae?
La infancia de Jesús, como es de suponer que será traducida The Childhood of Jesus, es una novela densa en referencias al evangelio, pero también fuertemente marcada por la lengua castellana. Un hombre y un chico, Simón y David, llegan a una ciudad llamada Novilla tras dejar un campo de refugiados en el desierto llamado Belstar (¿ecos de la estrella de Belén?), y después de un largo viaje por mar. No sabemos de dónde vienen, ni de qué han huido. Sus nombres son adoptados y les cuesta mucho comunicarse en castellano, la lengua de Novilla. Simón no es el padre del chico, cuyo nombre nadie sabe, pero el hombre se ha comprometido a buscar a su madre. David perdió en la travesía marítima una carta escrita por la madre, que guardaba en una bolsa atada al cuello.
Simón está convencido de que reconocerá a la madre de David cuando la vea. En esta nueva vida (no van a pasar desapercibidos los muchos guiños bíblicos) los ciudadanos no tienen pasado, están “limpios” de recuerdos. Novilla tiene ciertamente una atmósfera de régimen totalitario, pero en ningún momento queda explicitado que exista un sistema de vigilancia y de control: no parece existir un Big Brother. Los ciudadanos de Novilla no discuten de política, pero todos ellos parecen mostrar una exquisita benevolencia hacia el prójimo, una buena voluntad que resulta inasequible al desaliento o a acciones puramente malvadas (como el robo con violencia que lleva a cabo el señor Daga en el muelle donde Simón encuentra trabajo como estibador).
Lo que el narrador insinúa es que todos los que han llegado a Novilla han completado el mismo viaje en barco y han acudido al Centro de Reubicación. Allí nadie recuerda su pasado: el ideal budista de desapego preside sus vidas. Es difícil no percibir Novilla como una versión un tanto sui generis del cielo cristiano: por las noches, en Novilla reina la paz más absoluta. Los trabajadores acuden a cursos gratuitos de filosofía, dibujo, música; la comida es muy económica, pero en la dieta no se incluye carne (cuando Simón inquiere sobre este tema, recibe una velada alusión a la posibilidad de comer ratas); el transporte público es también gratuito, al igual que los partidos de fútbol (excepto la final del campeonato, en la que hay que pagar para comprarles una tarta y vino a los ganadores).
Tras unas primeras noches en condiciones muy precarias, las autoridades les asignan a Simón y David un apartamento; es allí donde conocen a Elena y a su hijo Fidel. Tras una larga excursión en busca de un lago aparentemente inexistente, Simón y David llegan a un gran edificio llamado La Residencia. Simón ve allí a una mujer a la que “reconoce” como madre del chico. Inés demuestra en principio muy poco interés por ser la madre de David, pero al día siguiente acepta la oferta de Simón y se hace cargo del chico y se queda en su apartamento. ¿Instinto maternal o capricho?
En cualquier caso, Simón no quiere adoptar el papel de padre: inicialmente sus querencias se han dirigido más hacia Elena, quien cuestiona la idea de que pueda existir una mutua atracción entre ellos (“Como homenaje a mí – una ofrenda, que no un insulto – quieres agarrarme bien fuerte y meter una parte de tu cuerpo dentro de mí. Un homenaje, dices. Me dejas perpleja”). Sin embargo, luego, en la oscuridad, cede sin apasionamiento a las urgencias sexuales de Simón.
A medida que progresa la novela, la trama se centra más en la educación de David. Al cumplir los seis años, las autoridades exigen que el chico asista a la escuela del distrito. Pero David resulta ser un alumno muy problemático, incapaz de seguir las instrucciones del maestro, el señor León. Es un chico extremadamente inteligente (excepcional, repiten Inés y Simón a todos los que se interesan por David), pero no está dispuesto a someterse a la necesaria disciplina escolar que debe regir un aula. Inés, por otra parte, no parece ser la mejor madre para el chico, pues lo malcría: le consiente demasiados caprichos, y se muestra reticente a que acuda a la escuela y sea socializado.
En una escena llena de ironía, Simón acude al apartamento a la llamada de Inés porque el retrete está atascado. David insiste en ver los intentos de Simón por arreglarlo. “Es mi caca – dice – ¡quiero quedarme!”. Inés le permite a David trabar amistad con el señor Daga, quien posiblemente representa la figura tentadora del diablo, dándole traguitos de licor al niño y permitiéndole ver el show de Mickey Mouse en la TV.
Finalmente, a petición del maestro, las autoridades intervienen y expulsan a David de la escuela. La psicóloga recomienda que David sea internado en una institución especial para niños cuya educación plantea problemas, llamada Punto Arenas. David, sin embargo, escapa de allí a los pocos días. Mientras, Simón sufre un accidente en el muelle y tiene que ser internado en un hospital. Cuando finalmente sale del hospital, acude al apartamento y presencia el enfrentamiento de Inés con las autoridades. Deciden huir en el automóvil del hermano de Inés.
Sin mapa alguno, los tres (acompañados del perro de Inés, un pastor alsaciano llamado Bolívar) ponen rumbo a un lugar llamado Estrellita del Norte. Esa noche David abre un regalo de un juego de magia del señor Daga, y sufre una ceguera temporal al quemar unos polvos de magnesio. En la carretera recogen a un joven autoestopista llamado Juan, que rápidamente parece convertirse en discípulo, en otra clara referencia a los evangelios. Y ahí decide Coetzee poner fin a la trama.
Yo soy la verdad
Una de los aspectos más curiosos de The Childhood of Jesus para un lector de lengua española es sin duda la fuerte presencia del castellano en el texto de Coetzee. Casi todos los nombres de los personajes son castellanos, y en una magistral pincelada de Coetzee, muy efectista y significativa, Simón insiste en enseñarle a leer castellano a David con una versión adaptada de El Quijote. El libro lo toman prestado de la biblioteca del barrio, pero David insiste en hacerlo propiedad suya y se niega a devolverlo.
Algunas de las discusiones en torno al libro contraponen la visión inocente y ávida de magia y heroísmo del niño frente a la lectura práctica y realista de Simón. Así, David se enfurece con Simón porque éste defiende la versión de Sancho del episodio de los molinos de viento, es decir, porque no acepta que los molinos puedan ser molinos reales.
Cuando el maestro, el señor León, le pide a David que demuestre que ya ha aprendido a escribir, le pide que escriba en la pizarra “I must tell the truth” [Debo decir la verdad]. David escribe sin embargo: “I am the truth. Yo soy la verdad.”
No serán pocos los problemas que planteará la traducción al castellano de esta novela, pero no son en absoluto insalvables. Coetzee salpica el libro de palabras y frases en castellano, y algunas de ellas son realmente deliciosas por lo que presuponen de profundo conocimiento del idioma. Así, cuando Simón intenta acceder al primer habitáculo que les asignan en el Centro de Reubicación Novilla (en castellano en el original) y no encuentran a la persona que tiene en su poder la llave, pregunta por la existencia de una “llave universal”.
“Señora Weiss seems to have gone home”, he says. “Is there not something you can do? Do you not have a—what do you call it?—a llave universal to open our room?”
“Llave maestra. There is no such thing as a llave universal. If we had a llave universal all our troubles would be over….”
Filosofía, humor y alegoría
The Childhood of Jesus es una obra intrigante, pero no porque la trama sea oscura (que no lo es) ni porque la prosa de Coetzee resulte impenetrable (que no lo es, más bien todo lo contrario). La intriga en todo caso es más resultado de lo que Coetzee decide no explicitar.
Puede pensarse que hay una tendencia a la alegoría – lo cual estaría claramente en línea con obras anteriores del autor radicado desde hace ya varios años en Adelaida, especialmente con Vida y época de Michael K. Asimismo, el paralelismo de la historia con los episodios de los Evangelios no es para nada gratuito; David insiste en que puede resucitar a los muertos, pone la otra mejilla cuando le pegan y ofrece su sangre.
Pero lo que me resultó desconcertante de esta obra del Premio Nobel de 2003 es el modo en que Coetzee incorpora complejas reflexiones filosóficas junto a los episodios aparentemente más banales de la trama: “[Los niños] no son criaturas de memoria. Los niños viven en el presente, no el pasado. ¿Por qué no seguir su ejemplo? En lugar de esperar a la transfiguración, ¿por qué no tratar de volver a ser como un niño?”
Con todo, hay a lo largo de toda la novela un sutil subtexto humorístico, particularmente reflejado en la dificultad que tiene Simón para adaptarse a la vida de Novilla. Uno de los momentos más cómicos lo constituye la visita de Simón a un club del que quiere hacerse socio. El club, en realidad, es un burdel, según se colige de lo que le explican Elena y sus compañeros de estiba. Sus esfuerzos por rellenar de la manera más apropiada el formulario de admisión provocarán la hilaridad de más de un lector.
La imprecisión, la ambigüedad, un extraño aire enigmático impregnan The Childhood of Jesus. Como lector, quedé un tanto confuso al terminarla. Al no ser creyente, me cuesta comprender la “nueva vida” desprovista de recuerdos que parece prometer Novilla. No me quedan claras las intenciones de Coetzee en ese sentido, y el hecho de que la única referencia a Jesucristo en toda la novela aparezca solamente en el título del libro no ayuda demasiado. ¿Es simplemente una provocación? ¿Con qué fin? Cabe preguntarse, finalmente, en qué lugar quedará esta novela dentro del corpus de Coetzee: personalmente, no la veo en la cima, ni ahora en 2013 ni dentro de, digamos, otros treinta años.
nació en Valencia en 1964. Vive en Canberra, donde se dedica a la traducción y a la lectura. Escribe en el blog Notas Literarias,. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.
Cabrón de Coetzee, me ha pisado la idea.
Una interesante y distinta perspectiva sobre esta novela, a cargo de Peter Craven, en The Sydney Review of Books: http://sydneyreviewofbooks.com/avuncular-question-marks/
Nota: en inglés.