Leer Miembros fantasma es como leer un trozo de nuestras vidas. Al menos de las vidas de una cierta parte de la población teóricamente alejada de lo convencional. Un pedazo de unas vidas que casi siempre son muy diferentes a las de nuestros padres (pero de cuyas ideas y vivencias no podemos librarnos del todo, como un fantasma –o un miembro fantasma- que nos persiguiera); ese conflicto, ese espejo de opuestos entre nuestra “personalidad actual” y “la forma en que nos hemos educado” causa gran parte de los problemas a los que nos enfrentamos: el conflicto entre lo que somos y lo que subconscientemente pensamos que deberíamos ser; entre cómo nos habían dicho que iba a ser la vida y cómo es la vida que nosotros mismos –y nuestro entorno- vamos dibujando.
La novela comienza hablando de acúfenos, esos sonidos que algunas personas oyen en el interior de sus cabezas y que pueden llegar a volverlos locos. Aparte de los acúfenos reales, me parece un acierto la posibilidad de usar esa patología también como símbolo de una civilización del ruido, del mensaje enturbiado, como diría Guy Debord, una sociedad del espectáculo. Este ruido interior es el hilo que va conduciendo la historia hacía su inevitable y glorioso desenlace.
Un elemento fundamental en la novela, ya desde el comienzo, es la muerte de la madre de Rubén, uno de los dos protagonistas. Hay episodios relacionados con el personaje de la madre que me emocionan y me parecen reales y urgentes como pocos. No sabemos realmente cómo era esa madre, si era un ser absorbente y dictatorial, o dulce y pasivo, o equilibrado y benefactor. Y en realidad no importa. Lo que importa es la ausencia que deja en el personaje: ausencia de alguien que lo quiera y a la vez ausencia de verdad (porque no llegan ni a explicarle cómo murió, porque quieren estafarle su dolor a cambio de unos tebeos de Astérix en Bretaña). La pérdida de su madre explica mucho del personaje. A diferencia del Mersault de la novela de Camus El Extranjero, la pérdida de la madre no hace que Rubén deje de sentir, sino que la busque –y pido perdón por lo freudiano- en una sucesión de mujeres, a las que aparentemente no se entrega del todo, pero de las que tampoco es capaz de escapar.
Para quienes hemos perdido a nuestra madre resulta también muy familiar lo que hace Rubén: jugar a adivinar qué pensaría ella de alguna acción nuestra o qué decisión tomaría ella si estuviera viva. Jugamos a eso para sentirnos apoyados por ella (en los casos en los que nos apoyaría, como en la discusión familiar de Rubén) y también –más importante aún- para sentirnos todavía rebeldes cuando hacemos algo que ella desaprobaría.
La descripción de la forma de vivir las relaciones en nuestro ambiente es otro de los alicientes de la novela. Todavía para una gran parte de la sociedad, resulta escandaloso o inverosímil oír hablar de alguien que va a la playa con una amiga que lo suele masturbar antes de salir del agua. La sociedad quiere todavía fronteras muy precisas: o es amiga o es novia (o al menos amante). En otro episodio, otra amiga viaja al sudeste asiático para embarazarse de algún desconocido y luego criarlo con su compañera de piso. En determinados ambientes, esto ya no nos parece raro. En otros resultaría inverosímil.
Todo esto se acentúa aún más cuando entramos en el terreno queer: que nuestra novia se empiece a hormonar para adquirir las características físicas de un hombre no es por supuesto nada frecuente, pero en determinados círculos ahora nos veríamos impulsados a intentar entenderlo (aunque como a Rubén, puede que no nos siente demasiado bien).
El tema del doble lo han tocado autores míticos como Borges o Phillip Roth. En el caso de Miembros fantasma formalmente contamos con dos personajes, el narrador y Rubén, cuyas vidas tienen algunos elementos comunes y otros divergentes. Los dos se encuentran muy solos. Los dos han sido abandonados por amores que se sentían insatisfechas por lo que les daba la relación al cabo de un tiempo. Los dos han sido incapaces de librarse interiormente de estos amores. Tanto Rubén como el narrador sin nombre sobreviven con trabajos precarios, donaciones de parientes lejanos, subsidios de desempleo… Los dos están esperando algo, que en una denominación convencional podríamos llamarlo madurar, o encontrar al amor de su vida. Yo creo que lo que realmente esperan es a escribir una novela; o al menos a convertirse en personajes de ella.
Me gusta la estructura convergente de la historia. Cómo se mantiene un cierto suspense sobre estos dos personajes que parece que nunca van a llegar a encontrarse y, sobre todo, cómo se produce el encuentro. Con la estructura de un enamoramiento –sea sexual o no-, con el deslumbramiento de que al fin hay alguien que nos entiende, alguien que es como nosotros. Esta culminación aborda un tema que me parece poco tratado últimamente: la comunicación y el afecto entre hombres. El tópico dice que los hombres no hablamos entre nosotros y gran parte de las veces se confirma. Hablar de sentimientos con otro hombre nos da más vergüenza que desnudarnos, es como tener una relación sexual para la que no estamos preparados.
Miembros fantasma es la historia de una esperanza –y como todas las esperanzas, llamada a desilusionarnos en algún momento-, la esperanza de encontrar a alguien que nos entienda y vengue para siempre la soledad, las meteduras de pata, la fragilidad del amor, nuestra propia debilidad. Es decir, que de alguna forma, moderna, esperanzada y sufriente, Miembros fantasma se entronca con los cuentos de hadas, con el relato fantástico clásico que, después de muchas victorias, termina con la apoteosis del protagonista. No nos viene mal un poco de optimismo a estas alturas.
es periodista y autor de la novela El Asunto Melkano (unomasuno).
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