No morir en Hollywood

Imagen: Stanislaus Bhor

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A sangre fría, la fluidez

El 22 de abril de 1960 Truman Capote desembarca en el puerto de Le Havre. Lo acompañan su pareja, Jack Dunphy, dos perros bulldog, una gata y 25 maletas atiborradas de prendas. El itinerario contemplaba una estadía en Palmós, la Costa Brava española, y luego, azarosamente suponía que podrían ir a Portugal, París, Suiza o Italia. Estas son, para él, unas vacaciones veladas con una pretensión secreta luego de haber pasado varios meses viviendo en Kansas, como reportero de The New Yorker: ha recopilado el material del que saldrá A sangre fría, su próxima novela.

La amistad que entabló en Kansas con el investigador Alvin Dewey y su esposa Marie será determinante en la estructura del nuevo libro. Capote planea la unión de recursos narrativos en una cámara lúcida literaria: una especie de proyección doble de la realidad, una fotografía o fresco que incluya a la vez la escena fotografiada, el fotógrafo o dibujante, y el artefacto que se usó para la proyección. Convertir las conversaciones, las hipótesis policiales, las constataciones, su propia experiencia periodística, todo el material, en un relato literario objetivo sobre un hecho veraz bajo procedimientos estilísticos propios de la novela (fractura de la cronología, líneas dramáticas, cruce de voces, géneros desdibujados, totalidad). El 28 de abril de 1960, en una carta matasellada en a/c Millar, Calle Catifa, Palamós, Gerona, España, Capote hace saber a Alvin y a Marie Dewey que los robaron en Syracuse, que tardaron cuatro días en cruzar Francia por tierra y que la primavera es espléndida. Que, de tanto comer, ha engordado tres kilos, pese a que la comida española es empalagosa y aburrida por el uso exagerado del aceite de oliva y que ha empezado a escribir A sangre fría: “Lo del robo en Syracuse era realmente hilarante: voy a guardar la lista de objetos robados; puede que la use para el libro que, por cierto, he empezado a escribir esta misma mañana.” Seis días después pide a Dewey una mano con los siguientes datos: «Alvin, esto es muy importante. En el diario de Nancy (Clutter, la hija de la familia asesinada en Kansas) había entradas de los últimos cuatro años. Necesito las del sábado 14 de noviembre de 1958, y de 1957 y 1956. ¡Es urgente! Si ya no tienes el diario, ¿a quién lo puedo pedir? Los echo de menos a todos. Besos. PD. He escrito a Perry [Smith], pero me han devuelto la carta.» El 17 de mayo escribe: “me siguen surgiendo preguntas en relación con el libro, y las seguirá habiendo. Por ejemplo: según mis notas, los Clutter hicieron construir la casa en 1943, pero no parece posible; ¿fue en 1943 o en 1953?”. Antes de partir a Europa, una estadía de seis meses en Kansas le ha permitido recopilar la mayor parte del material para A sangre fría y ha resuelto redactarla en Europa, lejos de la escena social de Nueva York.

Para la segunda semana de octubre de 1960 Capote calculaba que tendría terminado “el libro de Kansas” hacia finales de abril del siguiente año. Había alquilado un apartamento en Verbier, un pueblito en los Alpes franceses, y esperaba concluirlo ahí. En rasgos generales fue lo que hizo: levantarse temprano, trabajar en las notas, el archivo y los datos que le suministraban sus fuentes que se comunicaban con él, por carta, desde los Estados Unidos, pasar del té mañanero al café medianero al wishky vespertino y orquestar ese relato objetivo hasta el anochecer. El 9 de noviembre de 1960 le escribe a Newton Arvin que ya ha escrito 35 mil palabras y calcula que le faltan aún 70 mil. De ahí a que se cumpliera ese cálculo pasarían cientos de minucias, de viajes, de giros inesperados que sumarían cinco años.

Entre otras minucias, relata que el exceso de trabajo lo llevó a un exceso de tabaco. El médico le prohibió fumar. Le ofrecieron escribir el guion cinematográfico de Turn Of The Screw basado en la novela de Henry James y lo realizó como un breve paréntesis en la redacción de A sangre fría. En enero de 1961 murió Bunky, su bulldog, mientras estaba en Múnich. En febrero del mismo año notó que el material para la novela se le había vuelto ingente (“teniendo en cuenta que he acumulado más de 2000 páginas de notas, me sorprende que olvidara esto: ¿cómo se llama la secretaria de la oficina del Sheriff?”). Por las misma fechas vio La dolce vita de Fellini y le pareció falsa y pretenciosa. Llegó marzo y en Venecia notó que un dato no encajaba: “en Reno, cuando el guardia reconoció el coche y comprobó la matrícula, ¿cómo sabía que eran el coche y la matrícula buscados? Quiero decir, ¿cómo pudo haber sabido, o cómo podías saber tú, de qué número de matrícula se trataba? Después de todo Dick y Perry robaron primero el coche y después una matrícula de Kansas City. De modo que ¿cómo sabías el modelo de coche en que iban?”. Como se había prometido no regresar a Estados Unidos en tanto el libro no estuviese concluido, en abril de 1961, cumplido el plazo fijado inicialmente, escribió a Dewey padre: “He llegado a un punto del libro en el que necesito saber cómo acabará!”. Aducía ya que el fin de la novela estaría determinado por la ejecución de la condena. Aun teniendo organizados el crimen y sus circunstancias, la persecución policial, las vidas de los asesinos, las vidas de los miembros de la familia masacrada, los pormenores de la investigación, el testimonio clave para ir tras la pista, Capote se encuentra con un límite inamovible que frenará la publicación de A sangre fría durante los siguientes cinco años: ¿Se ejecutaría la sentencia del juez: la pena de muerte para los asesinos? Mientras el caso no se cierre con la expiación, el libro continuaría postergándose, pero también depurándose, clarificándose, adquiriendo peso la historia de la infancia del asesino, a la espera del ahorcamiento.

Capote intercaló a la redacción de A sangre fría la redacción de reportajes varios que enviaba a revistas de Estados Unidos desde Europa. Leyó múltiples ediciones norteamericanas que le llegaban por correo postal. Mantuvo su rutina de escritor en Suiza, España y varios pueblos de Italia. En las temporadas en que Jack, su pareja, estaba ausente, Capote salía de excursión en un Fiat con sus animales domésticos, dos perros y un gato a los que se había sumado a Lola, el cuervo que le regaló su empleada italiana y que le acarreó mala fortuna a la muchacha y un exceso de excentricidad en todos los hoteles donde se hospedó con tan particular mascota. Fueron años fecundos para Capote. Sus cartas y obras de este periodo registran el grado de concentración y actividad bajo el que estuvo. Quizá su vida nunca fue más estable que entonces. Los adelantos por escritos sin publicar y regalías por los libros publicados le daban un suministro constante de dólares que le permitían una vida sin apremios en Europa. Capote se daba el lujo de enviar obsequios costosos a sus fuentes lejanas. Llegó a escribirle a Bennett Cleft, su editor en Random House, el 21 de julio de 1961 “mi libro se está convirtiendo poco a poco, en un libro. De no ser porque he estado enfermo, aun habría avanzado más. Con todo, no puedo estar insatisfecho. Pero ni te imaginas la cantidad de correspondencia que requiere el asunto: estoy en comunicación diaria y directa con siete u ocho personas de Kansas. PD/ Me quedaré aquí hasta que acabe septiembre. Después volveré a esa solitaria montaña en Suiza. Cielos, seguro que tú la acabarías odiando. En verdad, a mí ya me pasa. Pero, ¡ah, el arte!”.

Curioso que esa estabilidad se dé justo cuando más alejado está del mundillo del espectáculo y las celebridades, el jet set neoyorkino. Si bien cineastas como Billy Wilder, fotógrafos como Cecil Beaton y Avedon, escritores como Christopher Isherwood o William Styron o Tennessee Williams eran sus invitados ocasionales, la mayor parte del tiempo permanecía solo, entregado a la escritura. En otras ocasiones también Capote había sentido la necesidad de alejarse del jet set: cuando después de su primera temporada exitosa como redactor en revistas de moda se retiró a Alabama para enfocarse en Otras voces otros ámbitos y regresó con un libro extraordinario para su edad. Cuando viajó por las islas griegas para redactar aquellas pinceladas exquisitas de Color Local. Cuando convivió con la compañía de teatro de afro-norteamericanos que fue a Rusia de gira en plena guerra fría. En los años de A sangre fría, retirado en Europa, la lista de sus invitados y la multiplicidad de personas a las que dirige cartas muestran la necesidad de mantener un cordón umbilical mínimo con un mundo distante que le llamaba, pero del que debía mantenerse alejado para poder escribir. Los años de A sangre fría le dejaron experiencia y maestría en su preceptiva y estética personal. Tras la lectura de esta voluminosa correspondencia, las características esenciales que se infieren como útiles y necesarias para la creación de su obra cumbre como condicionales empiezan por ese aislamiento que enfoca, por la estabilidad emocional (vivía en pareja) que lo mantiene activo y lejos de las tentaciones del alcoholismo y la adicción, un enfoque y una labor constante definidos por una obsesión clara (redactar A sangre fría), una suerte por contar con la cooperación y empatía de sus fuentes directas, un esfuerzo diario y continuado de enfocarse en una novela, una solvencia económica y un respaldo incondicional de editores y colegas ante el trabajo que realizaba.

Plegarias atendidas, el bloqueo

Todo lo contrario al Truman Capote que trataría de redactar Plegarias atendidas diez años después situado en el centro de Nueva York, enemistado con las fuentes primarias de su tema (la élite), imbuido en una relación sentimental tormentosa con un banquero, intoxicado de somníferos, drogas y alcohol, sufriendo las presiones de la línea de muerte de los adelantos con sus editores, temido y menospreciado por el jet set que lo había catapultado al centro de la palestra pública.

El Truman Capote que en 1964 le dice a Alvin Dewey III que no se puede aprender nada de un libro aburrido pero que un libro absorbente no tiene por qué ser buen prosa pero sirve para entender los procedimientos básicos y a continuación le recomienda leer libros que considera absorbentes pero de prosa elevada (Adiós a las armas, Memorias de África, Winesburg Ohio y los poemas de Robert Frost), el Capote que confiesa al aprendiz que usualmente usa modelos de gente real (conocida) para posibles obras de ficción pero después busca un tema que los envuelva, el escritor hecho que le dice al aprendiz que el punto más importante después de descubrir la diferencia entre prosa mala y buena, y entre buena y el verdadero arte literario es habituarse a escribir diariamente, el que le dice que lo demás lo aprenderá leyendo, el que se atreve a dar un consejo (este: “un buen ejercicio es describir, en una o dos páginas, alguna escena o persona tal y como la veas: cuando tenía tu edad solía hacer este ejercicio religiosamente. Te acaba fortaleciendo, es como practicar al piano. De momento no es necesario que intentes escribir un relato entero y en todo caso escribe sobre lo que conoces”) el Capote que le envía a su aprendiz un libro de gramática con la recomendación de que se lo aprenda de memoria, es el Truman Capote que ya pasó por todas las etapas del aprendizaje y ha alcanzado la maestría.

El que escribe Plegarias atendidas con los reflectores del espectáculo apuntando a él, es otro. El de A sangre fría es un enfant terrible, una promesa literaria. El de Plegarias atendidas es el maestro convertido en celebridad, al borde de la edad provecta, del que se espera que no falle, que mejore, que supere el listón, como si fuese posible superar un libro escribiendo otro cuando cada obra requiere sus propios recursos.

Y ahora, de nuevo, ¿qué pasó? ¿Por qué el milagro no volvió a lograrse? ¿Perdió Truman Capote la capacidad de escribir? ¿Sufrió el llamado bloqueo del escritor?

Creo que no. Su capacidad de escribir seguía intacta (la prueba son los cuentos y reportajes sueltos de Música para camaleones), pero mi hipótesis es que las condiciones generales que hicieron posible el método de composición de A sangre fría fueron irrepetibles para él. El proceso de redacción de Plegarias atendidas es casi una cadena de errores. En una perspectiva inadvertencia (en eso consiste vivir) Capote no se pudo sobreponer al efecto negativo que acarrea la fama y poco a poco fue deshaciendo las características de espacio, de vínculos y dedicación que puso sobre los moldes de letras de A sangre fría. Hoy tenemos una idea de dos etapas en la escritura de Capote: el de A sangre fría, un escritor formado y laborioso y el Capote de Plegarias atendidas que se ha convertido en un ejemplo paradigmático del escritor bloqueado, casi un emblema de la imaginación que se deseca.

Pero no fue la imaginación la primera avería en Truman Capote, ni dependió de él el hecho de que no volviera a publicar una obra maestra después de 1965. Capote fue avasallado por los compromisos que acarrea toda fama. Cuando la vida se llena de compromisos extraliterarios la primera damnificada es la imaginación. Todo su declive empieza con ese golpe publicitario insospechado al aparecer A sangre fría en las páginas de los principales medios de Estados Unidos (capítulos por entregas en The New Yorker, entrevista extensa en The New York Times, 36 páginas en Life, dos millones de dólares en regalías). El éxito parece explicable por una fórmula hoy: un tema envuelto en el espíritu de la época (un crimen inexplicable que traumatiza a una sociedad violentada por agresiones internas y externas traumáticas, la época de los magnicidios, de la guerra fría, de Kennedy, de Luter King, de la represión, de las acciones colectivas por los derechos civiles). El éxito, además fue posible por el peso ascendente que tenía el aparato publicitario de la prensa sobre la sociedad. Una vez famoso, se espera de Capote una fidelidad a la imagen que se encargó de difundir como trabajador incansable. Pero él ya no va a dejarse encasillar. Ahora difunde una actitud que va a ser tenida por ofensiva al designarse como examinador de los secretos culpables de la alta sociedad. La decisión de hacer público el tema de una novela dinamitera en que divulgará los secretos de las celebridades que lo tenían de amigo (Plegarias Atendidas) crea una desbandada de gente que una vez lo apreció y acudió a sus fiestas fastuosas y le tuvo como confidente pero que ahora rehuirá de su presencia como quien huye de la peste. Esos amigos le eran necesarios para seguir escribiendo un libro bajo la preceptiva del reportaje objetivo, un libro cuyo poder de certeza dependía de la proximidad a las élites. Para hacer este libro necesitaba más documentación que imaginación. El recurso de publicar la novela por entregas en revistas de amplia circulación e influencia permite que las personas usadas como pretexto y materia prima para su artefacto narrativo tomen distancia y ejecuten acciones de desprestigio en contra de él. Ese distanciamiento lo conducirá a sus también célebres depresiones, y la depresión lo sumirá en consumos explosivos de drogas, somníferos y alcohol. Después de A sangre fría dijo que ya no usaría el reportaje novelado como método, sino que se enfocaría en la ficción. Con Plegarias atendidas rompió ese propósito que le hubiera dado el pretexto para forzarse a una nueva indagación estética y volvió sobre lo conocido: el modelo del reportaje novelado, pero esta vez rompiendo su preceptiva: siempre que preparaba una novela huía de la metrópoli, pero ahora se quedó en el centro la metrópoli para escribir sobre la escena neoyorkina. Mientras fue amable e interesado y halagador con sus fuentes pudo acceder de buena gana a la vida privada de la gente, pero una vez se hizo sarcástico, frívolo y atrabiliario fue mirado con recelo y su carácter se avinagró en entrevistas públicas en que denigraba a todos. La puesta en escena al mismo tiempo de un baile de máscaras con lo más granado de la élite y la posterior ridiculización de esta clase social con quienes departía envolvió de gruesas cadenas y ataduras al proyecto. Su personalidad mudó del optimismo abierto y declarado al escepticismo tardío. Y es que si el método en que apoyas tu escritura depende de la retroalimentación a partir de los otros, si aquello que (en sus palabras) lo movía a escribir reportajes novelados era esa idea de usar un procedimiento literario a un tema periodístico pero conservando el método de investigación que sería matizado por el distanciamiento narrativo, entonces el hecho de divulgar su toma de posición como crítico insobornable de la impostura en la alta sociedad y de infidente divulgador de la puerilidad del mundo de las celebridades le impidió seguir en aquella posición privilegiada, la base de su poder de observación, lo que antes le permitía estar lo suficientemente cerca de su objeto de estudio literario para analizarlo y proyectarlo, pero que ya no resultaría más una atalaya. Es decir que el haber anticipado la estrategia, tema y posición para su próximo gran libro le impidió ejercer el uso de la técnica literaria que había depurado. Era un cazador sin presa, en medio de un desierto de piedras mineralizadas en diamantes.

Dice una de las diversas leyendas que tratan de reconstruir el fracaso de Capote, que una vez publicado el primer capítulo de la que iba a ser su magnum opus los teléfonos del Upper Eats Side de Nueva York empezaron a sonar entre los amigos y conocidos que se llamaban entre sí para compartir las impresiones sobre la bomba de pólvora que Capote hacía pasar por atómica y que acababa de dejar caer en Esquire. Todos sus amigos se buscaban en Plegarias atendidas en aquel febrero de 1975, perfilados, disfrazados, tergiversados, dibujados o desdibujados, caricaturescos en ese puñado de páginas. Incumplía así Capote su promesa de no volver a meter la vida ajena en la literatura. Decidió que el mundo al que había accedido como un advenedizo (era un sureño, campesino de un pueblo de Alabama en que vivió con sus abuelos y llegó a trabajar como archivista aún adolescente en una de las revistas más prestigiosas de Estados Unidos, The New Yorker), el mundo que vislumbró inicialmente en Desayuno en Tíffany’s, que era el mundo de los trepamundos que sacrifican toda tranquilidad para convertirse en celebridades y la alta cultura y el turismo de alto consumo y la vida privada de los famosos y poderosos, era susceptible de ser dibujado en un mural grotesco, un fresco cínico de la clase alta (por eso se ufanaba de comparar su proyecto con lo que hizo Proust con En busca del tiempo perdido), al que podría aplicar toda su agudeza, todo el archivo de datos que conservaba en su memoria de redactor (se jactaba de recordar el 90 % de una conversación). Pero Truman Capote entró en cortocircuito al pretender aplicar el mismo método a un tema que no implicaba ya un par de asesinos encerrados y dispuestos a conversar y contar su vida sin velos en las infinitas horas muertas del encierro carcelario, sino que concernía a una clase social poderosa, despreciativa, la misma que lo había situado en el centro y le había abierto las puertas de sus fiestas y galerías y mansiones y que ahora lo sepultaría en vida.

Dice Sam Kashner enVanity Fair sobre la primera entrega de Plegarias atendidas:

En “La Côte Basque» Capote volvió su diamante duro contra los diamantes de alta sociedad de Nueva York: Gloria Vanderbilt, Babe Paley, Lee Radziwill, Mona Williams, elegantes, hermosas mujeres que llamó sus «cisnes». Eran muy ricos y también sus mejores amigos. En la historia Capote reveló sus chismes, los secretos, las traiciones, incluso un asesinato. «Toda la literatura es chisme», dijo Truman a la revista Playboy tras la polémica que estalló. «¿Qué es Dios en la tierra de Anna Karenina o Guerra y paz o Madame Bovary, si no el chisme?

La historia se desarrolla como una larga y chismosa conversación en un monólogo, en realidad-entregado por Lady Coolbirth durante incontables copas de champán Roederer Cristal.][En cuanto a Gloria Vanderbilt, Capote la presenta como cabeza-hueca y vana][ cuando Vanderbilt leyó la historia, supuestamente dijo: «La próxima vez que vea Truman Capote, voy a escupir en su cara. «][«Creo que Truman realmente dañó a mi madre», dice hoy el periodista y presentador de noticias CNN Anderson Cooper.

Como un gladiador perdido en terrenos de Atila, Capote se aventuró con un mazo en busca de los cineastas, las actrices, los políticos, las esposas de los banqueros para asestarles donde más duele: el prestigio social. Los adelantos millonarios que recibe por esta obra a la que se le vencen todos los plazos de entrega fundamentan parte de su leyenda de fracaso estrepitoso, su mala reputación, su incompetencia, y parte del mito que cubre el bloqueo de escritor. Pero Capote no fracasó, puesto que el no escribir un gran libro prometido poco tiene que ver con la capacidad de invención. Su caída tiene que ver con las condiciones externas necesarias para la realización de una obra que con la capacidad de escribirla. Capote simplemente no encontró a qué aplicar su técnica y ya no quiso explorar un nuevo camino. Eso lo refrenó. Plegarias atendidas, su último intento de hacer una novela de largo aliento, adolecía de tema: era apenas un propósito (el intentar hacer un retrato descarnado del mundo del poder, la alta cultura, la élite social, los banqueros, las modelos y las damas rosadas). Pese a estar situado ya en el centro del salón fastuoso que sería el escenario de su novela, un mundo que Capote empezó a conocer de cerca al conseguir una cuota de celebridad con su primer libro, pese a reunir las condiciones para llevar al cabo el proyecto (una red social inmensa, un poder de observación depurado, una capacidad de urdir y tejer líneas narrativas diversas), Capote rompió las leyes instauradas por su preceptiva personal: si sus reportajes novelados requerían de una fuente directa documental, el enemistarse con la fuente potencial y prevenirla, cerró la fuente directa de suministro que irrigaba su escritura. Eso, para un escritor, es el bloqueo: la incapacidad de aplicar una forma de escritura a un tema elegido. No tiene que ver con la imaginación. Hay miles de formas de exorcizarla: leyendo, cambiando de espacio, explorando nuevos temas y posibilidades. A ese empeño de hacer una crítica de clase llegó tras la inmersión en un periodo de actividad extraliteraria que le dejó la celebridad alcanzada con A sangre fría: vivía en un entorno saturado de compromisos sociales, fiestas, alcohol, sin horarios, sin rigores. La ruptura amorosa y la adopción de una nueva relación turbulenta basada en un triángulo amoroso, la vivencia del alcoholismo y la inmersión en variadas adicciones y el exceso de somníferos lo llevará a someterse a terapias agresivas de desintoxicación y largos periodos muertos de síndrome de abstinencia. A ello se sumará aquel error de cálculo de anticipar parte de la novela: al aplicarle la estrategia de novela por entregas a un texto que era una bomba anti establecimiento, una novela contra la clase a la que había ingresado como advenedizo y de la que había empezado a sentirse parte, puso una barrera entre las fuentes directas de su relato cuando el libro no podía estar aún en una etapa avanzada. La incapacidad de cumplir con los plazos de entrega a sus editores, la dificultad física de continuar con su método cuantitativo de producción de palabras (contaba sus escritos por número de palabras y llegó a decirse que ganaba 129 dólares por cada palabra que salía de su pluma) le acarreó todo tipo de apremios fiscales, demandas y devoluciones de dinero. Del proyecto que fue Plegarias atendidas sólo publicó un par de escenas sin costuras, independientes unas de otras, como ejercicios de estilo sin una línea narrativa. La muerte súbita pondrá la lápida sobre el sumidero.

La asepsia no es siempre una garantía para la concentración indispensable a toda gran obra literaria. Pero la distancia de espacio y paisaje que había tenido la precaución de tomar otras veces, antes habían funcionado en Capote. Esta vez, se negó a cambiar de entorno, y es el entorno el que averió su escritura. Los motivos que paralizaron a Capote en su última etapa son extraliterarios. Los cuentos y reportajes de Música para camaleones son prueba de que aún podría escribir muy bien y aspirar al verdadero arte, es decir que poseía un arma de creación bien afilada. Pero las cuentas de cobro que le pasó la fama, el desprecio de clase, los compromisos contractuales, la decepción afectiva son suficientes para paralizar cualquier vida y sumirla en la postergación (que los estadunidenses llaman procastination). Lo que bloquea la imaginación es lo que ocupa su espacio. Las drogas pueden ser un placebo para distraer la mente de la suma de decepciones que pueden derrumbar una vida, pero en el peor de los casos es un método efectivo para precipitarse aún más al fondo del abismo. Por lo demás, no corre ningún cargo contra Capote. Con una obra maestra basta, aunque hayas tenido que empeñarle toda tu tranquilidad, decoro y honra.

El último gran texto de Capote es Féretros tallados a mano, que apareció en la revista de Andy Warhol, Interview, en 1979. El texto está basado en los relatos que le hizo el investigador Alvin Dewey de una racha de asesinatos en serie y sin solución en Nebraska. Otra vez intentaba aplicar su método. Y lo conseguía, pero cada vez era más una repetición caricaturizada de un estilo alcanzado. Murió por crisis hepática, a causa quizá de una sobredosis, en California, en 1984. En una de sus cartas había dicho: “Antes la muerte en Venecia que la vida en Hollywood”, es decir morir con todo en Italia que sin nada en Hollywood. Murió en Hollywood con su vaso de whisky en una mano y en la otra con el látigo que Dios le dio. Toco madera.

by Stanislaus Bhor

es blogger y cronista independiente. Es autor de La balada de los bandoleros baladíes (2011) y miembro del consejo editorial de esta piara. Escribe semanalmente en Una hoguera para que arda Goya.

6 Replies to “No morir en Hollywood”

  1. 2
    Bhor

    Camaradas: definitivamente necesitamos un verificador de datos para HC. Era el cargo que más admiraba Capote dentro de una revista. Gracias, Lourdes. Tomo nota y excusas mil.

  2. 5
    Ulises Prado

    Buen trabajo, si bien innecesariamente exhaustivo en muchos aspectos. Capote tenía el cerebro frito por tanto trago y tanta macoña; jamás pudo volver a escribir con el genio de Música para Camaleones. Sírvanse ustedes.

  3. 6
    Blanca

    En mi opinión, Capote sufrió a lo largo de los años una degeneración espiritual que fue lo que en realidad lo destruyó. La forma de mirar a sus personajes desde «Otras voces, otros ámbitos», o «Desayuno…» es no sólo inteligente, profunda y ligera a la vez, poética, aguda, sino amorosa. Aunque siempre usaba el bisturí, su crueldad era, por decirlo así, terapeútica, curativa. Sin embargo, en el período final de su vida se lanza sin piedad a la vivisección, y eso se paga. La entrevista con Marilyn es demoledora, creo recordar, con el retrato de su decadencia. A una personalidad tan frágil no se le puede hacer eso. En cuanto a sus intenciones en «Plegarias atendidas»hay que reconocer que eran de lo peor. Violar la confidencialidad y lucrarse a costa de gente que lo apreciaba y consideraba su amigo es algo detestable, sean esas personas degeneradas, frívolas, o como sean. Es de una hipocresía impasable. Seas un genio o no. En el primer relato vende de tal manera a Slim Keith que posiblemente ella tardaría años en superarlo y en reconstruir su vida social real. Ser genio no es comprar una bula para vender a quien te venga bien o sacrificar gente a los pies de la Diosa Literatura. Ann Woodward se suicidó por la publicación en Esquire de La Côte Basque». Se suicidó. De llevar las manos tintas en tinta, pasó Capote a llevarlas tintas en sangre.
    Aso hay que añadirle los cinco años esperando, deseando, que ahorcaran a un hombre para poder publicar A Sangre Fría. A mi modo de ver, se convirtió en un monstruo psicopático, de una frialdad emocional y un egoísmo brutal. Y ante eso, no sólo se retiran las amistades. También la Musa se va.

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