Hace algún tiempo comentábamos en estas mismas páginas la manera en que tres escritores habían afrontado el duelo por la pérdida de alguno de sus padres. Destacábamos entonces Patrimonio, una historia verdadera, de Philip Roth, así como Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente, relatos llenos de verdad, algo que echábamos en falta en Mi madre, de Richard Ford.
En los últimos meses la literatura del duelo ha engrosado sus filas con otros tres libros desiguales, así Las noches azules, en el que la estadounidense Joan Didion relata la pérdida de su hija, y Di su nombre, de su compatriota Francisco Goldman, sobre la muerte de su pareja. Son ambos textos, pero sobre todo el segundo, de una endeblez descorazonadora, en la que se llega a conseguir algo realmente difícil en este tipo de libros, y es que apenas nos conmovamos. Arribábamos por tanto un poco descreídos a La hora violeta, en la que Sergio del Molino (Madrid, 1979) narra el último año de vida de su hijo, muerto de una leucemia diagnosticada a los diez meses de su nacimiento.
No se debe medir la calidad de un texto por la manera en que atrapa al lector, pero yo lo voy a hacer: leí La hora violeta de una larga sentada y ahora quiero leer todo lo publicado por su autor. Sergio del Molino ha escrito una de las mejores obras que he leído en los últimos tiempos, y a mí me parece que el empeño no era fácil: ya lo hemos dicho más arriba, últimamente veíamos muchos naufragios en textos con aspiraciones similares.
Evidentemente, contar la agonía y la muerte de tu propio hijo de dos años supone transitar por la desguarnecida frontera que separa el pudor del exhibicionismo y por el límite no menos frágil entre el sentimentalismo y lo sentimental. Supone también el riesgo constante de caer en la afectación, en la gradilocuencia o en los lugares comunes o incluso en el morbo y el dolor por el dolor: conmover con la muerte de un niño no es mérito alguno. Supone, en definitiva, el riesgo de sacrificar la literatura en aras de la propia experiencia narrada. Y cuando hablamos de algo tan común como el duelo, las exigencias son aún mayores.
Del Molino roza con las yemas de los dedos cada detalle de ese último año de vida de su hijo, y con ese ligero tacto nos llega, nos remueve, nos cambia por dentro mucho más que si hubiera entrado con las manos por delante. La crudeza, aquí, no está en recrearse en la experiencia. La crudeza aquí se expresa a través ni más ni menos que de la literatura. Del Molino se contiene, mide, ahorra pasajes demoledores, pero no sus consecuencias, pincela un paisaje humano sutil y por lo mismo complejo, limpia su prosa pero nos transmite la suciedad de la muerte, de la culpa, de la impotencia, y lo hace con un grito ensordecedor, fulgurante, desgarrado…, pero sin alzar la voz. ¿Es posible esa cuadratura del círculo? La hora violeta demuestra que sí.
Al principio de este libro Del Molino dice que no existe en español un término para definir al padre que se queda huérfano de un hijo, y que su intento desesperado es el de poner palabras a ese concepto quimérico. La hora violeta es el diccionario exacto para un sentimiento que su autor logra universalizar a partir de una experiencia individual.
Yo le estoy agradecido.
nació en 1975. Es miembro de La Casa Invisible de Málaga (España), una de las iniciativas de gestión ciudadana más relevantes de la última década. Ha publicado las novelas Miembros fantasma (Hakabooks.com, solo en edición digital) y Grietas (XIX Premio Lengua de Trapo de Novela).
fernandezpaton.net
[…] [Publicado originalmente en Hermano Cerdo] […]