No hay traducciones al castellano de los libros del alemán Paul Scheerbart (1863-1915), excepción hecha de su ensayo Arquitectura de cristal, editada por el Colegio de Aparejadores de Murcia, en el año 1998. En ella, Scheerbart defiende la sustitución del ladrillo por el cristal; teoría que fue puesta en práctica por Bruno Taut en el Pabellón de Cristal de la Exposición de la Deutscher Werkbund de Colonia en 1914 e influyó en Walter Benjamin. Pero del resto de su obra no tenemos noticia alguna (también son escasas las traducciones al inglés de sus libros). Sabemos, sin embargo, que fue un prolífico autor de ficción especulativa, fantasía y, por sobre todo, un visionario al que apodaban “el payaso sabio”. Se dice que tuvo influencia también sobre los expresionistas alemanes, e incluso sobre el dadaísmo. No tenemos, empero, manera de comprobar la naturaleza estilística de sus fábulas fantásticas ni de sus sátiras interplanetarias. Nos quedan las menciones de sus títulos freaks: El emperador de Utopía, Escalera hacia el sol, Con coraje, siempre! o La danza del cometa, entre otras. Y con la sugerencia de esos títulos no podemos sino inventar nosotros mismos las tramas de apariencia disparatada y de humorismo bienintencionado de los libros de Scheerbart (novelettes astrales, los llama él, a sus libros) .
Gallo Nero ha venido a reparar, en parte, este desdén por la obra del escritor alemán gracias a la publicación de su obra el móvil perpetuo (historia de un invento), editado originalmente en Alemania, en 1910. El libro es una miscelánea que incluye apuntes de diario, diagramas, ensoñaciones y notas que documentan sus progresos (más bien sus fracasos) en lo que respecta a la construcción de la máquina del movimiento perpetuo. Para poner al lector en antecedentes y, sobre todo, para contextualizar la obra, se ha de decir que en 1849 Robert Mayer formuló la ley de la conservación de la energía, comentando en dicha formulación física que “un móvil perpetuo sería inviable”. Con su invento, Scheerbart no pretende refutar la ley de la conservación de la energía, pero sí desmentir que de esta se pueda inferir la “inviabilidad de un motor propulsado por pesos”. El argumento de Scheerbart es que el propio Mayer dedicó tres años a crear una máquina de móvil perpetuo, pero al no ser capaz de construirla, declaró que esta era imposible. Scheerbart se propone pues, demostrar que sí existe la posibilidad “de que un peso ponga en movimiento un sistema de ruedas sin llegar a acercarse al suelo”. El móvil perpetuo es la documentación de ese intento.
Lo interesante del caso es su naturaleza fantasiosa y su origen literario. Y es que todo surge un 27 de diciembre (de 1907), cuando Scheerbart reflexiona sobre “la creación de unos cuentos breves en los que ocurriese algo nuevo, algo sorprendente, grotesco”. Y acaba imaginando un relato titulado “La rueda dentada movida por pesos”. Y, digamos que como ilustración o croquis de trabajo, es por lo que comienza con los diagramas de ruedas unidas por diferentes vigas y sujetas a pesos (dibujará un total de veintiséis en los dos años y medio que dedicará al proyecto). Pero pronto la imaginación se tropieza con una realidad incontrovertible: la torpeza manual de Scheerbart y su falta de dinero para encargar la realización de sus prototipos. Y aunque el 15 de enero de 1908 escriba que “la única salvación hay que buscarla en la imaginación”, su fértil inventiva no hace más que chocarse con la realidad obstinada de la física. Pero es una frustración divertida, burlesca; a veces incluso ridícula (casi de autoparodia). Por ejemplo, cuando en el mes de junio de 1908 cree haber dado con la solución definitiva escribe: “aquella fue una de las épocas más hermosas de mi vida; me había olvidado casi por completo de la Tierra. Pecunariamente me iba bastante mal, aunque no era algo que notase. Solo que discutía sin cesar con mi esposa. Yo le aseguraba que esa mala vida era precisamente un indicio de que algo mejor estaba por venir. Por supuesto no siempre lograba ser muy convincente. Pero era tan dichoso como solo puede serlo alguien que construye e imagina mundos nuevos…”.
La maquinación de su invento (a la que se va progresivamente dedicando casi en exclusividad) le procura al escritor alemán un ir y venir constante a la oficina de patentes para registrar sus ideas y, al tiempo, este vaivén le da pie a Scheerbart para divagar sobre los más variopintos asuntos y así, como de refilón (pero con un convencimiento casi fanático), nos va anunciando la inviabilidad del militarismo, nos comunica su deseo de que desaparezcan las ciudades modernas, da cuenta de su propósito de estructurar las cordilleras según proporciones rítmicas, decreta la prevalencia futura de los “psíquicos” (entre los que él se encuentra) frente a los físicos (entre los que se encuentra Robert Mayer) o advierte de la posibilidad de que “algún día se podrían fabricar obleas que nos proporcionasen todos los nutrientes de la forma más concentrada posible” (¿?). Pero también tiene tiempo para la metafísica (“¿sabemos con certeza que estamos, en efecto, vivos?, se pregunta) e incluso sueña con hacerse millonario (ya deja escrito que la gente podría llamarle entonces “tío millonario supremo” (sic)). En resumidas cuentas, el móvil perpetuo (el libro) es un intento por “dar una vía astral a la literatura y al arte” y el móvil perpetuo (el invento) es una quimera que, según Scheerbart, “no nos hemos merecido”, signifiquen ambas cosas lo que demonios sea que signifiquen.
Quizá la clave esté en algo que escribe Scheerbart el 08 de enero de 1909, pues que “desde luego nada se pone en movimiento perpetuo solo por una creencia”. Así, mismamente, sucede con el libro que tenemos entre manos, que no puede uno leérselo de manera armónica y se atiende a sus páginas en un puro bamboleo histriónico, pues saltamos sin la menor solución de continuidad de la carcajada al estupor, de la conmiseración a la conchabanza y de la perplejidad al escepticismo. Siempre, eso sí, con humor; pues para el humor no se necesita fe alguna, sino una predisposición vivaracha y optimista. Y este es el estado de ánimo que habrá de traer el lector que quiera adentrarse en estas páginas repletas de gracia, ingenio, extravagancia y utopías científico-literarias.
es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.
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