Víctor Santana escribió un libro que merece más de lo que ha obtenido. Merece una mejor edición, una mejor distribución y más atención. Pienso, incluso que merece más y mejores reseñistas porque estamos ante algo inusual en la literatura nacional.
Debo partir de esta aclaración, lo que hace Víctor no es lo primero que elegiría para leer, quiero decir que sus temas y la manera en que aborda cada uno de sus relatos, generalmente, no terminaría de leerlos. Tienen mucho de lo que suelo alejarme: no siguen las reglas del cuento moderno, es más, ni siquiera las del relato estadounidense; sus historias parecen no tener una dirección determinada y se dedica a ensayar sobre diversos temas mientras está narrando. Y, lo que menos me atrae, al parecer el autor es un experto en música electrónica, de esos que revisan obsesivamente el trabajo de todo un subgénero electrónico. Tan aburrida que me parece esa música, caray, no sólo eso, sino también su celebración multitudinaria donde se necesita drogas de diseño para soportar el grave y repetitivo golpeteo. Pero el autor sorprende, incluso con todas las características anteriores, el libro puede sostenerse con graciosa facilidad.
No es material para pistas de baile, consiste en cinco cuentos que funcionan por separado pero que en conjunto se convierten en parte de un proyecto más amplio: la construcción, diáspora y probable destrucción de la leyenda de San Tamal (o Mazatlán, supone el lector). Las historias cuentan la constante huida de todos los personajes. Es un libro sobre el abandono y el éxodo, tanto interno como externo, de lo conocido y estable.
Todos huyen o quieren hacerlo, por ejemplo, Alejandro y Jonás lo hacen a través de la música electrónica en el primer cuento: “Los Bahn”. Huye Alí en “Alí Muñoz por él mismo”, el mejor cuento del libro, si me preguntan. Y Paulina Periñol planea su huida de esa retrógrada ciudad que es San Tamal en “Historia de San Tamal”.
Sé que Víctor Santana se mueve en el mundo de la academia. También que utiliza saco todo el tiempo porque así se estila en las universidades. Y que su padre tiene un récord Guinness por preparar un alimento, no recuerdo cuál, pero el más grande del mundo en su momento.
No sé si estas tres características sean fundamentales para su escritura, pero creo que puedo relacionarlas con el libro.
La vida académica la veo reflejada en el lenguaje. A pesar de que existen personajes que hablan como norteños de cepa, la prosa de Santana está inmersa en la academia. Los diálogos coloquiales ofrecen palabras, que afloran aquí y allá, demostrando su origen doctoral, casi marxista, diría yo. Por ejemplo, en “Historia de San Tamal”, un personaje intercala diálogos como el siguiente: “—¿Cómo se llamaba el grupo de empresarios que promocionó la legalización de los casinos? ¿Cuándo se registró el primer protorrécord (…) en San Tamal?” Con estos: “—Iren. Les voy a hablar, en corto. Lo más importante que tiene que tener un trabajo final es una portada matona. Bien matona.”
Por fortuna, esas palabras que develan a Víctor como académico no afectan el fluir de la narrativa ni tampoco quiero decir que las historias tengan una tendencia socialista-comprometida. Nada de eso, en este caso, por fortuna, la ideología no domina a la literatura.
Los sacos se pueden observar en las necesidades económicas de sus personajes. A pesar de que algunos casi viven en las calles, sus preocupaciones no son las de alguien hundido en la miseria, sino la de quienes utilizan sacos para verse bien, aunque sea en la mente. Todos tienen pensamiento clasemediero, todos desean más de lo que poseen y todos están inconformes con lo que pueden conseguir.
Y, finalmente, los Récords Guinness. Al parecer, Mazatlán es una ciudad en donde a sus habitantes se les ocurre imponer records que nadie había pensado en ellos antes (“¿Cuándo se conmemora el discurso que dio en San Tamal el fundador de los Récords Guinnes, don Norris McWhirter? (…) ¿Cuántos récords posee Ashrita Furman, el hombre récord? ¿Cuántos de ellos los consiguió en San Tamal?”). Una de las tantas maneras de confundir lo grandote con lo grandioso que tenemos en este país.
Pues esta característica es, para mí, la más obvia en todo el libro. No quiero decir que Santana caiga en estas ridiculeces, sino que con su libro busca romper los esquemas utilizados normalmente en la literatura nacional. Estoy afirmando que, por lo menos en mi generación, no existe otro autor que utilice las estructuras narrativas de la manera tan poco convencional en que Santana va construyendo su perspectiva arquitectónica literaria.
Sé que es complicado conseguir No es material para pistas de baile, pero con una pequeña búsqueda en la red es fácil ponerse en contacto con el autor y es probable que él mismo envíe el PDF de este libro.
Dicen que el siguiente libro del autor es menos tradicional que este. Esperemos que pueda acercarse a los lectores de una forma más tradicional. Casi tanto como esta reseña.
es escritor, profesor y periodista. Nació en Torreón, Coahuila en 1978. Es autor de Con las piernas ligeramente separadas, (2005), Polvo rojo (Ficticia, 2009) y Melamina (Tierra Adentro, 2012). Se le puede seguir por Twitter: @puratolvanera
Ya me antojó, ahorita mismo lo busco. Saludos!