Burbujas

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1.

Este pasado domingo día 18 de mayo se produjo el atraque de siete grandes cruceros en el puerto de Barcelona, y así la ciudad se vio invadida por treinta y un mil sescientos cruceristas [1. Barcelona bate su récord anual de cruceristas al recibir 31.600 pasajeros en un sólo día, Diario 20 Minutos, 18-05-2014]. En rigor, no toda la ciudad -porque los turistas no suelen subir mucho más allá de Las Ramblas, quizá se llegan hasta la Plaza Catalunya, pero poco más.

De hecho, los comerciantes del Passeig de Gràcia tuvieron que optar por poner a disposición de los cruceristas el así llamado TheShopPink Bus [2. Un servicio de autobuses trasladará cruceristas al paseo de Gràcia, El Mundo, 26-02-2014] para ver si los atraían hacia las tiendas de lujo.

Y es que, siendo que normalmente los cruceristas cuentan con muy pocas horas de estancia en la ciudad, no quieren arriesgarse a perderse y no deambulan más que por las calles aledañas al puerto y a Las Ramblas. Su lógica comportamental está gobernada por el impulso y ello implica que se mueven alborotados y que se dejan guiar por los estímulos más llamativos, cercanos y accesibles.

Vale la pena que recordemos aquello que decía el sociólogo Alain Touraine sobre los nuevos actores sociales (verbigracia: los turistas), y a los que aconsejaba definir más por cuestiones culturales que no económicas y sociales.

Esto nos vale perfectamente para esa invasión bárbara que son los miles y miles de cruceristas que se presentan juntos en un mismo puerto, pero, también, aunque suene un poco raro, para entender mejor el último libro de relatos de Alejandro Zambra.

2.

Al igual que el turista, practica Zambra en Mis documentos (Anagrama, 2014) una literatura del desfogue, del impulso, del capricho. Y están los itinerarios de los relatos perfilados por trazos a medio hacer, o por mejor decir, por trazos que se reconducen sobre la marcha. Esto es: tienen una voluntad performática, casi como de documento de trabajo al que necesariamente se le ha de dar un sentido. Y se le da, sí, pero no uno teleológico, sino contingente.

Eso significa que los textos están parcheados y que, en ellos, también se recurre a topos convenidos. Los lugares de interés cultural aquí son los de las obras de otros escritores (en particular Julio Ramón Ribeyro y Roberto Bolaño), pero también los del propio escritor, como si se echase guiños a sí mismo (al Zambra que escribió sus anteriores libros, pero también a un potencial Zambra futuro, autor de libros aun inexistentes).

A mí, como a Nadal Suau [3. Crítica de Mis documentos, Nadal Suau, El Cultural /El Mundo, 24-01-2014], no me ha gustado el título del libro (ni antes de leído, ni después). Porque la analogía con los archivos de trabajo que un escritor guarda en su computadora, a la espera de una revisión (esto es, de la verdadera escritura: la re-escritura) es de tan fácil y chistosa casi grosera. Y, además, esa idea como de cuaderno de notas público habría de ser apuntada acaso por el crítico, no por el propio escritor. Lo cual no quiere decir que no sea fértil, la idea; que lo es. Pero tiene un inconveniente, y es que para apuntalarla, Zambra siembra de señales luminosas todo el libro, con referencias, analogías y simbolismos (no siempre felices) a los ordenadores. Y eso, de alguna manera, idiotiza la lectura.

Lo cual no es óbice para no destacar que esa estructura de documento de trabajo es lo mejor del libro, pues se nos muestra el relato a medio hacer. Zambra nos deja ver la inspiración que lo ha motivado (ese rapto inicial) y cómo desde ahí el escritor se las compone para estirar la idea como un chicle (siempre sin desviarse demasiado de ese punto inicial). Esta lógica impetuosa dota al texto, empero, de frases maravillosas, de esas que se subrayan con sumo placer y permite que el lector advierta la pasión que ha empujado a la mano enfebrecida sobre el teclado.

En definitiva, que la emoción que transmiten los textos de Zambra es, a mi entender, de lo más pura, incontaminada por el estilo o la arquitectura narrativa. Es una emoción que explota incontrolada como cuando a la botella de champagne le sacamos el tapón: silvestre e impetuosa. Beoda y alegre.

3.

Hay un relato de Julio Ramón Ribeyro, del libro Solo para fumadores (1987) que se llama «Ausente por tiempo indefinido». En él, Ribeyro cuenta la historia de un escritor que se da cuenta de que está malogrando su vida. Publicó Mario (pues así se llama el escritor) un libro de cuentos juvenil que le había convertido en «una promesa de la literatura». Pero, desde entonces, nada: «la primera página de una novela, mil veces releída y corregida».
El caso es que una mañana sufre una iluminación y se retira al hotel de la Estación, en Chosica, a treinta klómetros de Lima. Allí consigue escribir «arrastrado por una fuerza aluvional, sin que pudiera darse un momento de respiro». Con el paso de los días, sin embargo, se dará cuenta de que lo escrito no le vale, que era «una monstruosidad». Había partes logradas, pero solo partes. Y se dice a sí mismo:

«una obra existía, ahora se daba cuenta, no por sus aciertos esporádicos sino por la persistencia de una tonalidad, es decir, por la presencia de un estilo. Y su libro carecía completamente de estilo».

Entonces se da cuenta de que es posible llevar una vida creativa sin escribir jamas una línea. Y que se pueden crear momentos fugitivos y preciosos, eso que él llama «el momento feliz».

Pues bien, la obra de Zambra está sembrada de esos momentos felices (porque se notan verdaderos, memorialísticos, autoficcionales), y esto es, para mí, lo mejor de la misma: una constante ebullición de burbujas de champagne embriagadoras y felices que, al cabo, se evaporan y nos dejan con el escritor ahí desolado, tratando de pelearse con el computador y de redondear esa dicha efímera en algo que se obstina en llamar un cuento. En definitiva, que borrachera y resaca quedan indisolublemente unidos en Mis documentos.

Por eso, aun admitiendo que hay algo maravilloso en esta agrupación de textos, se hace difícil considerarlos tal que una obra íntegra. Se trata más bien de eso, de un compendio lleno de «partes logradas,» pero también de incontables tránsitos.

4.

Ah, y una última precisión, solo por matizar.

En el texto «Yo fumaba muy bien», Zambra atribuye a Ribeyro la declaración de que para él escribir era un «acto complementario al de fumar». Sin embargo, en su relato «Solo para fumadores», Ribeyro atribuye la frase a André Gide, y ésta se supone que procede del diario del autor francés.

 

 

 

 

 

 

 

by J.S. de Montfort

es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.

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