Nosotros caminamos en sueños

La primera imagen, como en toda buena novela, expresa el sentimiento y sinsentido provocado por la resolución que dicha imagen recibirá en las páginas posteriores. Patricio Pron comienza su novela con la descripción de un momento perturbador y asombroso: sobre la cabeza de nuestros protagonistas, en el maldito cielo de las Malvinas, se encuentra suspendida una bomba. Suspenso que marca el origen del relato, e imagen que muestra la fundación onírica del mismo.

Una bomba suspendida en el aire es una estupidez, pero también lo es todo acto relatado en la guerra. La operación, vista de esa forma, es, sin embargo, incompleta; pues el ejercicio realizado por Pron consiste precisamente en crear un sentido total de la guerra construido a partir del sinsentido intrínseco de la misma. Sentido que, por supuesto, sólo es una construcción posible dentro de las posibilidades narrativas de la ficción.

Lo curioso de los relatos sobre guerra es que en su mayoría buscan una conmoción sentimental, rastrean un lector humanizado que repudia las acciones de la guerra por todo lo que niegan y no tanto por todo lo que significan. Pron indaga entonces en esos otros significados, no los de la humanidad y el lento respiro de la esperanza dentro de una situación catastrófica como la guerra, sino la guerra vista desde su más absurda connotación: la plena estupidez, la plena tontería que resulta imposible describir de una forma distinta a la acotada por el título de la obra que dio origen a Nosotros caminamos en sueños: Una puta mierda.

Aún así –quizá haya que recordarlo–, los relatos sobre guerra despiertan siempre una emoción ficticia, todo en ellos parece cargado de cierta esperanza novelesca. Sucede que la guerra no sólo significa la confrontación entre dos ejércitos, ésta también implica la ambición de un utópico triunfo, triunfo cuya imagen se muestra rodeada por un sueño perturbador, que bien puede ser entendido como una brutal mentira o como un estratagema de la ficción. Pron prefiere hacer los dos. Ridiculiza la mentira desde personajes carentes de intelecto pero certeros en su función dentro del relato. Estos actúan tal cómo podría actuar un individuo que ha perdido el sentido común para dejar espacio a toda clase de  estériles nacionalismos frente a un escenario de anticipada derrota: necesitados de sentido, desprovistos de una inteligencia medianamente humanizada. Simplemente actúan, reaccionan y conviven en el accionar del relato, incluso su estupidez y pobre percepción de la realidad constituye un engaño funesto que mantiene al lector en la búsqueda de alguna inteligencia, quizá la del narrador, quizá la del autor, quizá la del soldado O’Brien, capaz de resolver algo en esta neblina de insensatez.

Cabe plantear incluso una posibilidad austera: el creador de los relatos sobre la guerra, aquél que manifiesta libremente la inclusión de la ficción en el cerrado entramado del texto, es un creador de contenidos absurdos y ejecutables únicamente en la perseverancia de la ficción. Únicamente la mentira dotó a la Guerra de las Malvinas de un sentido fidedigno, sentido donde la nación argentina pudiera fundamentar su confianza. Durante meses, medios y canales de información suministraron la noticia sobre el falso triunfo de Argentina en aquella guerra, mediatización evidentemente fallida en el momento en el que fue revelada la “sorpresiva derrota” del ejército argentino.

La imagen de la bomba que nunca cae puede entenderse como una analogía de esta suspensión de la información. La mentira pende sobre la cabeza de los crédulos, es cierto; pero dentro de la ficción, dentro de la partición que corresponde al relato en el territorio de la falsedad, una bomba que nunca cae despierta uno de los aspectos más sensibles que circundan a cualquier relato: la imaginación, por sí misma una mentira, el constructo onírico al que sólo podemos acceder mediante algunos métodos contados: dormir y soñar, por ejemplo, pero también la lectura de un libro como Nosotros caminamos en sueños.

En los sueños, así como en los relatos, no hay diferencia tajante entre los componentes que pertenecen a la mentira y aquellos que refieren a la realidad. El relato no los confunde; pero necesita que progresen a la par, como los escrutinios de Levrero en búsqueda de un yogur, escrutinios que sorprenden por su extraordinaria capacidad para relatar una breve y hasta ridícula noción individual y transformarla en una asequible observación sobre las dificultades que implica encontrar lo que buscamos.

La guerra, sea como sea, es una realidad que difícilmente habremos de enfrentar, pero que sin duda llegaremos a conocer, en la mayoría de los casos mediante una construcción de mentiras y una justificación consciente del sinsentido. De dichas construcciones sólo podremos aspirar a conquistar una especie de natural desengaño, pero la capacidad de la ficción para someter en sus límites lo que conocemos como Historia, nos obliga a indagar en ella para evitar que lo acontecido pueda repetirse, olvidarse o solidificarse como objeto de mera contemplación, y si acaso ha de repetirse o condenarse a la exhibición en museo, que sea desde la fascinación de un tiempo y mundos imaginarios. El tiempo, pues, donde una bomba suspendida es posible.

Nota:

Durante mi lectura de Nosotros caminamos en sueños el aleatorio de iTunes arrojó una pista ideal para hacerme compañía: “The Bones in the Ground” de Robyn Hitchcock, perteneciente a su disco de 1984 I Often Dream of Trains. Decidí mencionarlo en Twitter y eso hizo que el mismo Patricio Pron también recomendará una o dos canciones que bien podrían convertirse en la hipotética banda sonora de su novela. Como las tres son bastante recomendables las colocamos aquí:

“The Bones in the Ground”, de Robyn Hitchcock:

«Love, Ire & Song» de Frank Turner:

«Masters of War» de The Roots:

by Luis Arce

nació en la ciudad de México en 1989. Es escritor y publicista, no necesariamente en ese orden.

One Reply to “Nosotros caminamos en sueños”

  1. 1
    Nosotros caminamos en sueños | Escribe Luis Arce | Patriciopron.com |

    […] Lo curioso de los relatos sobre guerra es que en su mayoría buscan una conmoción sentimental, rastrean un lector humanizado que repudia las acciones de la guerra por todo lo que niegan y no tanto por todo lo que significan. Pron indaga entonces en esos otros significados, no los de la humanidad y el lento respiro de la esperanza dentro de una situación catastrófica como la guerra, sino la guerra vista desde su más absurda connotación: la plena estupidez, la plena tontería que resulta imposible describir de una forma distinta a la acotada por el título de la obra que dio origen a Nosotros caminamos en sueños: Una puta mierda. [Sigue leyendo] […]

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