Deslumbramiento, devoción, desinterés

San Juan Bautista con un carnero

 

1.

Recién estos días leía un párrafo que me dejó pensando, pertenece al libro Reencuentro, de Fred Uhlman.

Se lo comparto, es como sigue:

«Entre los dieciséis y los dieciocho años, los jóvenes combinan a veces una cándida inocencia, una pureza radiante de cuerpo y mente, con un anhelo exasperado de devoción absoluta y desinteresada. Generalmente, esa etapa sólo abarca un breve lapso, pero por su intensidad y singularidad perdura como una de las experiencias más preciosas de la vida» [1. Fred Uhlman, Reencuentro, Traducción de Eduardo Coligorsky, Ed. Tusquets, 1999, pág 28].

 

Así como no hay belleza sin fealdad, no puede existir la lozanía de la literatura sin la oposición de la decrepitud del mundo, me digo. Y esta es la razón por la que la literatura siempre se opone al mundo, batalla con él, pienso; es, en definifiva, afirmo: ex-céntrica, la literatura, anda afuera. De lo que se sigue también que la escritura es un puro impulso rejuvenecedor y, por ello, no es difícil ver a muchos escritores ya viejos si no ancianos que derrochan vitalidad y entusiasmo y ganas de vivir y que, en fin de cuentas, desmienten la realidad de su fecha de nacimiento.

2.

En el prólogo del libro de Uhlman, escribe Arthur Koestler (y lo escribía en junio de 1976) que esta obra es lo que se conoce como una novella y que su característica más relevante es que «pretende ser algo más completo: una novela en miniatura». A lo que añade que Uhlman, gracias a sus capacidades como pintor, ha sabido «cómo adaptar la composición a las dimensiones de la tela». Esto se opondría a la incontinencia de los escritores, de los que dice Koestler que «disponen, infortunadamente, de una reserva ilimitada de papel». Es decir, que apunta el prologuista que la genialidad reside más en la contención que no en dejar que la vida se derrame libre y natural.

No acabo de estar de acuerdo con esta afirmación, pero lo que sí es cierto es que los textos novelescos más breves tienen una urgencia, un ímpetu innegable y que su impulso es el mismo que el del capullo de flor a punto de estallar (y su estallido sucede en el ánimo y la mente del lector), en tanto que las novelas más largas están mucho más hechas a la espera, al sosiego: las anima la calma, la sensatez y el buen juicio. En este segundo caso, podríamos decir que las alienta la belleza de su verdad y que a los textos breves los espolea el frenesí de su asombro.

3.

Escribe Manuel Vicent:

«una ciudad deja de existir cuando en ella ya no amas a ninguna mujer» [2. Manuel Vicent, Verás el cielo abierto, Editorial Alfaguara, Madrid, 2005, pág 109].

La literatura, cuando realmente es buena, siempre se nos aparece como esa ciudad por la que caminamos enamorados (y, ello, sin saberlo antes de adentrarnos en su perímetro). Nos hace sentir jóvenes, gallardos, llenos de posibilidades. Porque el amor, decía el poeta que es como tratar de retener el agua con los dedos de una mano abierta [3. Manuel Forcano, «El riu inmens», de Estàtues sense cap, Ed. Proa, Barcelona, 2013,  pág 37]. Y, así, cada cual lo retiene como puede: unos le construyen diques para que no escape y otros le dejan un inmenso y árido desierto para que se deseque. Pero siempre, la buena literatura, nos hace sentir la rebelión del amor (o la frustración de su negativa).

4.

En su libro Literatura de izquierda, Damián Tabarovsky resume así la cosa del estremecimiento, dice:

«En secreto ocure algo insólito: la literatura continúa. Es una tumba sin sosiego» [4. Citado por Ricardo Menéndez Salmón, Portico a novienvre, de Luis Rodríguez, KRK ediciones, Oviedo, 2013, pág 14]

Y esa es la razón por la que la literatura es algo de veras vetusto e inmemorial, pero, al mismo tiempo, lo más sagrado: lo que renace eternamente, como diría Cirlot.

Un asunto que no es particularmente de gente joven, pero cuyo trato rejuvenece.

Y este elixir mágico, como toda maravilla terrenal, se propone (y se nos propone) siempre bajo el paraguas del desinterés y la obsequiosidad. Porque, ¿qué es si no el amor, más que un acto de comunicación generoso, desprendido y libre?

by J.S. de Montfort

es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.

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