Leer a Monge

monge

 

 

Escribe Emiliano Monge en El cielo árido (Mondadori, 2012):

“Y es que una historia puede no tener principio o tener varios comienzos como puede continuar siguiendo un hilo o saltando de un instante a otro pero no puede acabar en un instante cualquiera: una historia debe terminar como ha acabado la existencia que lo anima y que le insufla vida al texto” (p. 189-190)

Es interesante esta postura, que es aquí la del narrador, alguien innominado, que quiere ser personaje y no lo consigue. Por eso fuerza su introducción en la historia, reclamando así una cierta importancia al calor de lo narrado. Siendo quien cuenta, tiene voz.

Y se hace texto; futuro, por lo tanto.

Pues lo que sucede es que el narrador nos ha confesado en un momento que no fue capaz de ser persona (sea esto lo que quiera dios que signifique; el narrador no nos da más detalles sobre el asunto). Y, así, convirtiéndose en narrador, forma parte de ese siglo que cuenta (el siglo XX mexicano) y del lugar (la Meseta Madre Buena). Pero también de esas gentes que vivieron, sufrieron y son sinécdoque de un tiempo ido, de un espacio inhóspito, de una sentimentalidad árida y cruel.

Se podría discutir mucho sobre esta idea de vida textual (asociada a la vida real ordinaria, contrastable, biográfica), pero no es exactamente lo que nos interesa aquí. Solo mencionar un detalle, por zanjar este tema: mi creencia férrea en que un buen texto debe ser animado por un algo real, vívido. Sea esto una imagen, un sentimiento, una peripecia, una melodía, un instante fugaz… pues poco importa. Pero eso debe darse siempre, para que se sienta la organicidad del texto, su franqueza y la voluntad por decir la verdad; tenga esta verdad la naturaleza que tenga.

La paradoja es que esta garantía de verdad no es garantía de éxito (entendido como la potencialidad que tiene un libro para comunicarse eficazmente con sus lectores). Y es que no olvidemos que El cielo árido es una novela que en 2012 recibió el XXVIII Premio Jaén de Novela, auspiciado por Caja Granada y publicado, distribuido y promocionado por Random House Mondadori.

Siento confesar que este libro a mí se me pasó por alto en su momento, al tiempo de ser publicado.

Y ha llegado a mí de una manera bastante caprichosa.

Lo que me ha resultado, sin embargo, en extremo chocante ha sido comprobar que la novela recibió un segundo premio: el de Otras Voces, Otros Ámbitos. Un galardón que cuenta con el apoyo de Ámbito Cultural de El Corte Inglés y del Hotel Kafka. Un premio que se otorga a una novela que, en palabras de Javier Azpeitia, uno de sus impulsores:

“Se trata de buscar el brillo oculto de los escritores escondidos, aquellos que han publicado una obra que el gran público no ha sabido valorar» [1. Carlos Rubio-Rosell / Agencia Reforma, “Reconocen en España obre de Emiliano Monge”, NoticiasNet, 20-12-2014].

La paradoja es que esa obra se publicó con todas las garantías para que llegase al gran público. ¿O no?

La novela ha tenido parabienes y una amplia cobertura en prensa. Sin embargo, el hecho es que recibió el premio de Otras Voces justamente por haber vendido menos de mil ejemplares. ¡Mil ejemplares! Mil ejemplares para un premio dotado con veinticuatro mil euros parece una cosa ridícula, si no directamente calamitosa.

Es cierto que se trata de una novela en la que la violencia no tiene principio y parece no tener fin (ni menos aun sentido ni justificación) y que esta pueda que sea la razón por la que el lector no haya estado muy predispuesto a querer leer la obra (el narrador nos recuerda con insistencia,  ya hacia el final del libro: «el abismo siempre llama al abismo»). Pero no es menos cierto que la prosa de Monge es excelente, la estructura formal original y sabia y el planteamiento de la historia, narrado a golpe de efecto (desanudando los nudos del carrete, dice el narrador), es interesantísimo (también enredado y, en ocasiones, confuso y dificultoso, difícil de seguir, sí, pero es que la fuerza del libro se halla justamente en las escenas dramáticas y en la prosa que golpea -en el estilo- obligándonos a deambular de una escena a otra, a la intemperie, igual que oscilan desterrados sus protagonistas).

Con franqueza, no sabría dar una respuesta cabal a la escasa repercusión de la novela entre los lectores. Me planteo, eso sí, cómo es que no ha sido capaz la crítica de poner en valor este libro y de acercarlo a los lectores potenciales de la novela, lectores como yo mismo.

 

by J.S. de Montfort

es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.

0 Replies to “Leer a Monge”