Lo perdimos mientras sobrevolaba el Mediterráneo. Su misión consistía en fotografiar las posiciones enemigas que habían tomado el este de Lyon, su ciudad natal. No sabemos si lo engulló el mar o si lo reclamó la tierra por haberle faltado tanto tiempo, si fue derribado, si le falló un motor, si olvidó su máscara de oxígeno. O quizás le mató esa manía suya de leer mientras volaba. Estoy seguro de que habría querido morir en las alturas. El calendario marcaba 1944, y para entonces ya había sobrevivido a un buen puñado de accidentes. No se puede decir que tuviera mala suerte.
El Principito se había publicado un año antes en Estados Unidos, que es el país al que decidió exiliarse por culpa de la guerra, aunque no pasarían más de dos años hasta que volviese a enrolarse en el Ejército del Aire francés.
Si se revisitan los primeros días de esta biografía, es fácil maliciar que todo el tiempo que estuvo al servicio de su país fue una manera de saciar sus ansias de cielo: construyó sin éxito su primera máquina voladora a los doce años, así que tuvo que engañar a los pilotos de un aeródromo próximo a su casa para que le dejasen subir y volar en avión por vez primera.
Para cuando estalló la guerra en Europa y fue llamado a filas, ya llevaba quince años viviendo de sus habilidades de piloto. Su primer trabajo como aviador lo hizo para Latécoère, una compañía que se había dedicado a fabricar aeroplanos franceses durante la Primera Guerra Mundial, y que, acabada ésta, supo rehacerse ofreciendo servicios postales. Con Latécoère vendrían las excursiones aéreas a través de Francia, España y África, y más tarde Sudamérica, sus aventuras y desventuras en el desierto y sus empeños por superar récords intercontinentales. En cuanto a los logros literarios, basta con consultar en el índice de cualquier historia de la literatura francesa que llegue hasta nuestros días las palabras: “Antoine de Saint-Exupéry”.
La historia que de él nos cuenta y nos ilustra Peter Sís es la de un aviador vocacional y la de un escritor circunstancial que terminó demostrando la misma dedicación en ambos oficios. Si no hubiera sido porque el editor de la revista Le Navire d’argent le pidió que le contase por escrito sus historias, tal vez nunca lo habríamos leído. De él se conoce ese cuento no apto para adultos co-protagonizado por un niño alienígena, pero los premios se los ganó con Vuelo nocturno (1931) y Tierra de hombres (1939).
Muchos de los dibujos de este libro llevan una doble vida: una avioneta bajo un cielo estrellado es a la vez un mapa donde se puede ver marcado el itinerario del piloto. Hay también panorámicas a doble página de aguas nocturnas, de cielos donde sólo cabe una estrella (o un planeta), de desiertos inspiradores, de paisajes que son un laberinto de montañas que son rostros.
Encontramos retratos de los compañeros y familiares más importantes en la vida del biografiado, diversas radiografías de avionetas, reproducciones adaptadas de fotografías y documentos bibliográficos, datos técnicos, referencias a los descubrimientos tecnológicos y a los misterios que la Ciencia soñaba con resolver algún día de principios del siglo XX.
El mérito de Sís no es sólo el haber narrado como un cuento de hadas la vida y obra aérea de este escritor; también se debe al trabajo de investigación visual. Quizás los premios se los otorgaron por eso. Por haber sabido congeniar el rigor histórico con el imaginativo. La bibliografía seleccionada que Sexto Piso no ha olvidado incluir le avalan.
Pocos escritores tienen vidas tan memorables como sus obras. Con la de Saint-Exupéry compite la de Malraux. Las guerras mundiales dieron material para escribir y también para vivir. El horror al que sometieron al mundo sólo podía ser respondido con heroicidades e ideales de la misma magnitud. Antoine lo intentó al menos desde la cabina de un avión y desde la literatura. Ignoro si Peter Sís ha deseado o detestado protagonizar una biografía semejante, pero la que ha escrito es envidiable.
nació entre un desierto y un mar del sur de Europa hace treinta años y empeñó buena parte de su tiempo en leer. En un acto suicida, se licenció en Teoría literaria y se dedicó al periodismo cultural. Estos días sobrevive dando clases de literatura y escribiendo para un par de revistas mexicanas.
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