Escribir contra la vida

Si algo caracteriza la lectura de este libro son los sentimientos encontrados que provoca. Un hombre enamorado es la segunda entrega que nos llega en español de los seis voluminosos tomos que componen el ciclo Mi lucha, novelas autobiográficas con las que el noruego Karl Ove Knausgard se ha convertido en su país en un verdadero fenómenos de masas. Se trata de una lectura adictiva, sin lugar a dudas, pero a lo largo de las más de seiscientas páginas de este relato desquiciado cuesta simpatizar con su autor: un hombre al que, a fin de cuentas, las cosas le van bastante bien, pero que no deja de quejarse casi de un modo profesional. Ya desde el título del ciclo completo adivinamos una pretenciosidad difícil de digerir, pues la lucha a la que alude no revela nada verdaderamente excepcional.

Como suele ocurrir con autores en los que el afán de provocar es claro, en Knausgard el conflicto de fondo es el de un artista que cree en el arte como en algo casi divino, por encima del bien y del mal, que todo lo puede justificar, pero, por otro lado, es un hombre profundamente conservador, tradicional, moralista y conformista. Se diría que Knausgard intenta nadar a contracorriente de la sociedad, pero acaba por formar una familia numerosa, bautizar a cada uno de sus hijos, comulgar en una iglesia llevado de su deseo “de ser bueno”, atormentarse durante un año entero a causa de una infidelidad sexual, amasar una buena cantidad de dinero, obviar cualquier problema o conflicto social que vaya más allá de su entorno inmediato. Sin embargo, nos intenta convencer de que su vida es épica, que se enfrenta a gravísimo problemas, que cada día es una batalla que ha de superar, que, en definitiva, vive en una lucha constante. Y es precisamente en ese intento, que puede producir antipatía, donde al mismo tiempo radica el mayor logro de este libro.

Knausgard, en efecto, consigue que una compra en un supermercado, cambiar pañales a su hija, leer un rato o hacer la cena se convierta en un reto angustiante y febril, del que cuesta salir. Un hombre enamorado es sobre todo eso, intensidad, incluso en sus momentos de calma, pues sabe uno que son solo los que preceden a la tormenta.

Su autor muy pocas veces parece estar donde quiere estar y llevar a cabo sus propios deseos (“Tenía una familia, tenía que estar ahí para ellos. Tenía amigos. Y tenía una debilidad en mi carácter que me hacía decir sí cuando quería decir no»). Eso le genera un sentimiento contradictorio continuo, que plasma con maestría en cada página. Podemos sospechar que se trata de una argucia, claro, pues si, por ejemplo, convertirse en padre le causa tantos quebraderos de cabeza, no cuadra bien que llegue a tener cuatro hijos -en este tomo aún solo tres-.

Decía Deleuze, a propósito de la obra de Dostoievsky -autor muy mencionado por Knausgard- que sus personajes nunca llevan a término su propósito primordial, ya que por el camino siempre les sale al paso algo más urgente: la pasión como impedimento para llegar al placer. Knausgard quiere dedicar todo su tiempo a la literatura. Ha roto con su pareja y se muda a Estocolmo para empezar de cero. Su plan está claro: “Tenía una oportunidad. Tenía que cortar con todo ese mundo cultural adulador, corrupto hasta la médula, en el que todo el mundo, cada mierda, estaba en venta, cortar toda relación con ese vacío mundo de la televisión y los periódicos, sentarme en un cuarto y ponerme a leer en serio, no literatura contemporánea, sino literatura de la más alta calidad, y luego escribir como si de ello dependiera mi vida”. Pero no, algo se lo impide continuamente: una historia de amor, una mudanza y luego otra, después una hija a la que seguirán más, etc.

Para contar todo ello, que en definitiva no pasa de lo cotidiano, son varios los enfoques posibles, y Knausgard ha optado por la fiebre de Dostoievsky. Sale airoso del empeño, nos deja exhaustos, tensos, casi tan desquiciados como él mismo, atormentados, intranquilos, contemplando la vida como una carrera de obstáculos que, por fortuna, acaba cuando uno cierra el libro.

Un hombre enamorado no es solo literatura del yo. Para quien esto firma se inscribe de lleno en la literatura sobre la locura, desde La campana de cristal de Sylvia Plath a Días sin hambre de Delphine de Vigan. Quien esté dispuesto a adentrarse en ella deberá juzgar, además de por los méritos literarios, desde ahí, desde el lugar de una mente desquiciada. Cualquier otra consideración puede desbaratar su lectura. Que cada quien elija.

by Santi Fernández Patón

nació en 1975. Es miembro de La Casa Invisible de Málaga (España), una de las iniciativas de gestión ciudadana más relevantes de la última década. Ha publicado las novelas Miembros fantasma (Hakabooks.com, solo en edición digital) y Grietas (XIX Premio Lengua de Trapo de Novela). fernandezpaton.net

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