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UNO
Hay obras que escapan a la síntesis aunque ellas mismas, de algún modo, aspiren a ser el resumen de cierto universo: intentos por dar cuenta de la sensibilidad de una época. Esto es lo que ocurre con Historia del dinero (Anagrama, 2013), novela que cierra lo que podríamos llamar la «trilogía frívola» sobre los años setenta; las anteriores estuvieron dedicadas al llanto y al pelo.
Sin embargo, habría que hacer un intento por captar esa ubicuidad que postulan, escudriñar esos libros y hacerlos decir algo.
DOS
Pero cuando digo «trilogía frívola» estoy haciendo un elogio, y cuando digo «años setenta» estoy haciendo una concesión. Hablo de la frivolidad como esa vertiente que Puig le descubrió o, mejor, le inventó a la literatura rioplatense y que explotó indiscriminadamente, y con la cual Pauls ya había experimentado en Wasabi, donde lo abyecto y lo banal (un forúnculo) era el motor narrativo.
(Esa veta literaria que ha servido como una suerte de antídoto contra Borges para algunos escritores argentinos.)
Narrar desde lo cotidiano, desde lo pop, rozar lo kitsch: ésa es la tendencia de estos tres libros (Historia del llanto, 2007 – Historia del pelo, 2010 – Historia del dinero, 2013), que toman uno de los decenios más politizados del siglo xx solamente como punto de partida, como un sitio desde el cual se puede mirar y explorar cierto tipo de tensiones y relaciones.
“Porque, ¿qué es la época? ¿A qué se reduce, cuánto dura una época sin mentir o evaporarse si no cristaliza en un nombre propio, un estilo personal, un cuerpo marcado por señas particulares y por huellas”, se lee en Historia del pelo.
La literatura argentina ha narrado tan exhaustivamente ese periodo nefando que daba la impresión de que ya se había dicho todo, que era una época sobrescrita. Y en cierto modo lo era. Pero Pauls, en lugar de centrarse en los años de la dictadura, fija su mirada en el periodo previo: el de la militancia guerrillera, los tiempos de efervescencia ideológica en que se conformó cierto pathos, y ha eludido los métodos usados hasta el hartazgo: el juego con las versiones de la historia, la narración elíptica y la ficción paranoica, el trabajo documental y el testimonio.
(Cabe mencionar que Historia del llanto llevaba como subtítulo “Un testimonio”, leyenda que se perdió en las novelas subsecuentes.)
La evolución de ese tipo de obras fue natural —desde el silencio hasta la enunciación directa y descarnada—. Seguramente los libros de Pauls no habrían podido escribirse sin tales antecedentes.
“Nadie escribe sobre los años setenta; si alguien escribe sobre los años setenta, está perdido —afirma Pauls—: la novela va a ser una porquería, no va a decir nada interesante ni sobre los años setenta ni sobre la literatura. Nada. Hay que inventar un objeto que de algún modo se confunda o recorte o enmarque algo de los años setenta que recién empezás a ver cuando leés la novela”.
Así, entonces, funcionan el llanto, el pelo y el dinero: objetos que generan nuevas formas de leer la historia, que reinventan una época.
TRES
En un sentido, la trilogía frívola no son sino tres versiones de la misma historia, como podría haber muchas —siempre que se haga pasar la materia narrativa a través de esos filtros cotidianos.
Solemos olvidar que el lenguaje se ejerce con todo el cuerpo (“un cuerpo marcado por señas particulares y por huellas”), y cuando una narración se separa del cuerpo, la experiencia se separa de su sentido. El de Pauls es un intento por restaurar el sentido desde lo nimio, lo corporal; sus novelas trabajan con la dimensión de lo sensible.
Solemos olvidar que lo íntimo es político —y viceversa.
CUATRO
Pienso que Historia del dinero es una novela residual. Está enteramente conformada por vestigios, construida con lo que quedó de la escritura desaforada en torno a aquel tiempo, de ahí la tematización de lo pueril: la elección de materiales y personajes que escapan a la historia oficial, aunque en momentos se intersecten con ella: la microhistoria que, de pronto, alcanza a entrever la hache mayúscula de la Historia:
1. El golpe de 1973 en Chile visto en la televisión y ante el cual el protagonista no puede llorar en Historia del llanto.
2. La peluca que utilizó Arrostito cuando secuestró al expresidente Pedro Eugenio Aramburu en Historia del pelo.
3. La tasación del precio a pagar por el rescate de los hermanos Born en Historia del dinero.
La experiencia, sí, pero siempre mediada; en contra de la literatura testimonial, narrar en tercera persona (y en estricto presente); la biografía trasminada a través de filtros que operan a manera de fetiches, como si el mundo pudiera ser leído desde las obsesiones.
(Y Pauls ya había mostrado las posibilidades narrativas de una obsesión en El pasado, una obra no tanto sobre el amor como sobre sus repercusiones y estragos, sus ondas expansivas.)
En contra de la prosa parca, llana y pulquérrima, del estilo “indeterminado, insípido, como un ejemplo de frase de una gramática para extranjeros”, propone la densidad textual, el lenguaje en su espesura: una idea narcótica del estilo.
La historia individual de un “héroe”, siempre entre comillas, que participa en la historia colectiva solamente de forma oblicua y casi accidental, un personaje secundario —al modo de los de Zambra, “que no pueden o no quieren ser personajes”— que se ve protagonizando una trama que lo excede; un puro pronombre: él.
CINCO
Él, el personaje, envuelto en una vorágine lingüística, donde aparece el dinero —ese otro residuo social— en todas sus formas y acepciones, proliferando como una plaga o en peligro de extinción, clandestino y oficial, en todas sus posibles traducciones materiales; él, sacudido por el estilo alucinado, un tanto radiactivo (que todo lo que toca lo trastoca), con una prosa abigarrada y de digresiones nebulosas que ha ido cultivando Alan Pauls, ese escritor de oraciones que se desdoblan en las que puede ocurrir todo o nada, pasar, por ejemplo, treinta, cuarenta años, o detenerse en una imagen durante siete páginas, que funcionan como catalizadores y recuerda a los ritmos que adquieren Faulkner o Proust, pero también Pron y Bolaño y Foster Wallace y pueden cansar y perder lectores en el camino, pero los —pocos— que se queden permanecerán ahí, habitando la frase.
Él, el escritor de novelas totales en formato breve.
SEIS
Queda la sensación de que uno crece violentamente, de que uno, en realidad, nunca deja de ser el chico que mira con azoro un billete por primera vez mientras piensa en el futuro —porque lo que compra el dinero siempre es futuro, posibilidades—, de que uno crece, en fin, en el interior de una frase, y luego es arrojado a la plúmbea cotidianidad de la vida adulta.
SIETE
Hay obras sobre las que uno puede apenas comenzar a decir, obras, decía al comienzo, saturadas de sentido y uno empieza a comprenderlas recién cuando acaba de leer y cierra el libro. Obras que cambian el modo de leer una época, ampliando las posibilidades para hacerlo.
En la contraportada hay una frase que Pauls se ha encargado de repetir en todas sus entrevistas más o menos del mismo modo: Historia del dinero es una novela porno en la que se han intercambiado todas las escenas de sexo explícito por escenas de dinero explícito. Por eso, reseñar esa novela a nivel de la trama sería como contar una película porno con la descripción minuciosa de cada penetración: una tarea —si no imposible— ociosa.
nació en 1986 en la ciudad de México. Es escritor y editor. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y actualmente es secretario de redacción de la revista Tierra Adentro.
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