Los científicos de estos días tienen algo de siniestro: no traen ojos hundidos por obsesiones megalómanas, en ninguna mesa hemos visto el estallido inesperado de un tubo de ensayo, ni un embudo recubierto de papel de plata ha coronado la tapadera de sus neuronas. En cambio, sus vidas nos resultan a casi todos muy familiares: trabajos que roban más horas de las pactadas en el contrato, sueldos que no sobreviven al fin de mes, fórmulas lingüísticas que la calle no comprende. Los más viejos visten jerseys de colores rancios, camisas bien planchadas, hasta corbatas, pantalones de pana y zapatos lustrosos. Los jóvenes, camisetas de colores con logos de series, superhéroes, personajes de culto, frases ingeniosas, gafas de pasta, vaqueros rotos y zapatillas converse. Hasta han aprendido a titubear. No, nada de extravagancias. Es la primera vez que la FIL cede sus salones a la Ciencia.
Estos individuos no precisan de fuegos artificiales porque se bastan de las palabras para desmoronar la realidad de algunos presentes. En Latinoamérica es suficiente con poner en duda alguna obra del altísimo para transformar esos verticales e instintivos cabeceos de los oyentes en horizontalidades obstinadas. ¿Y cómo no hacerlo? ¿Acaso no ha logrado ese tipo de la palestra con la sola melodía de su voz que algunos estómagos se anuden, que nazcan arrugas en las frentes más relajadas, que chirríe una silla incómoda, que brote una humedad nerviosa en nuestros sobacos? ¿No es eso hechicería? ¿Mentalismo?
No en vano dijo algún ponente del coloquio «En qué (no) se parecen la ciencia y la religión», quizás en broma, que lo que acababa de hacer su colega de mesa Diego Golombek era «magia negra». Golombek es biólogo, divulgador, editor, columnista y escritor de ficción. A través de dos sencillos experimentos demostró el poder de sugestión de la mente. Si quieren saber cuáles, vayan a sus charlas.
No hay un lugar donde se incite más al ateísmo que en Latinoamérica; su sobreabundancia de actos de voluntad divina puede resultar aborrecible. Si algo ha dejado claro la historia es que Nietzsche erró por completo. Dios no ha muerto, se ha mudado de continente. No por nada el Papa de estos días es argentino, como lo es es país invitado a esta FIL, donde se celebra durante los nueve días que dura la feria un foro de divulgación científica. ¿Para cuándo un foro de divulgación teológica y una mesa con un revuelto de literatos, científicos y teólogos?
Entre lo más llamativo, el colectivo The Big Van Theory, un grupo de científicos monologuistas que organizan stand-ups para acercar su materia a los menos doctos, y también algunos de los preguntones del público, donde te puedes topar con un crío de trece años haciendo preguntas sobre el bosón de Higgs que tú no entiendes, así que olvídate de la respuesta. Los niños de hoy han nacido con la oportunidad de llevarnos eones de ventaja porque no le temen a las redes sociales ni a los canales de difusión de la red. Una herramienta como Youtube en manos de un chaval fascinado por cualquier tema puede desembocar en un geniecillo prematuro. ¿No me creen? Busquen la media de edad de la empresa Ooyala.
¡¿Pero es que no se han dado cuenta ya?! ¡Dicen ser científicos, pero son como nosotros! Cuídense mucho de la persona que hace fila con usted para entrar al salón 6, porque podría ser uno de ellos. Por si acaso, he empezado a poner mucha atención a los dedos meñiques. Ya me he topado entre el público con algún individuo fuera de sí.
nació entre un desierto y un mar del sur de Europa hace treinta años y empeñó buena parte de su tiempo en leer. En un acto suicida, se licenció en Teoría literaria y se dedicó al periodismo cultural. Estos días sobrevive dando clases de literatura y escribiendo para un par de revistas mexicanas.
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