Tu última novela, Prohibido entrar sin pantalones (Seix Barral), la protagoniza el poeta y revolucionario Vladímir Mayakovski. ¿Puede la literatura revolucionar una sociedad?
Mayakovski protagoniza una época en la que se llega a esa especie de peligrosa convicción de que el arte puede convertirse en una nueva religión. Esta idea parte de Nietzsche. Hasta la aparición del filósofo, la palabra con la que se designaba a un escritor era «artista». La muerte del Creador, es decir, Dios, hace que se sustituya un término por otro: se habla de nosotros como creadores, moda que ha perdurado hasta nuestros días.
El poeta ruso sostiene que la misión esencial del arte es cambiar la vida. Pero en la misma época hay otros poetas que no piensan como él. Anna Ajmátova escribe una serie de poemas que hoy han resistido mejor el paso del tiempo que los de él, y sin embargo la ambición de ella fue cantar la belleza cotidiana, el mundo pequeño burgués y la melancolía del paso del tiempo. Ahora a Mayakovski lo lee muy poca gente y tiene muy poca influencia literaria, lo contrario que Ajmátova. Dos destinos completamente distintos entre los que la historia parece apoyar a aquellos que no son demasiado ambiciosos. Desde esta perspectiva, le da la razón al poeta o pintor que se siente antes que artista, artesano.
Terry Eagleton comenta que la literatura pudo servir para que los obreros olvidaran las barricadas al “sumergirlos en la profunda contemplación de verdades y bellezas eternas”[1. Terry Eagleton, Una introducción a la teoría literaria.]
Trotski le reprochaba a Mayakovski querer cargarse todo el pasado, y pensaba que ese gesto no era nada revolucionario. Decir que hay que matar a Pushkin no le daba ninguna fuerza a la clase obrera porque ésta no sabía quién era ese escritor, ni Tolstoi ni Dostoyevski. Lo único que se lograba con ello era perpetuar el poder de la burguesía a la que se pretendía asustar, pero que finalmente no tenían de qué. Los poetas no asustan, asusta la clase obrera, para la que esos nombres no significaban nada.
Eagleton plantea esa terrible paradoja porque la lectura, tenga o no capacidad revolucionaria, necesita ser un placer. Y es verdad que ese placer puede recogerte sobre ti mismo y quitarte todas las ganas de salir a la calle, porque has encontrado un lugar donde sentirte bien, incluso cuando sus protagonistas de esa lectura lo pasan mal. Pero es una de esas paradojas irresolubles. Yo creo que los libros raramente echan a la calle a la gente, sobre todo la ficción. La poesía quizá más, porque es un género para ser leído en público e incluso cantado, pero lo que echa a la calle a la gente es el paro, el hambre y las injusticias. Cuando esas injusticias se denuncian en un libro es porque ya han sobrevolado a una sociedad. La capacidad de revuelta de la literatura la veo muy, muy, muy discutida.
El programa político de las vanguardias europeas fue un fracaso. ¿Pudo deberse a que los lectores y seguidores de estos movimientos no se atrevieron a sobrepasar la apuesta estética?
Para que el lector haga ese movimiento, la vanguardia en cuestión se tiene que convertir en religión. Exige una fe en algo que de momento sólo es un papel donde se te dice cómo se pretende que sea el futuro. Quienes más han cambiado la vida y son más poetas que los poetas en este último siglo han sido los científicos: Tesla y Edison, por ejemplo. Cuando a Mayakovski le preguntan quién es el gran poeta de su siglo, señala a Einstein. En ese sentido, es consciente de que esa aspiración máxima de revolucionar el mundo sólo está al alcance de gente capaz de crear productos lo suficientemente potentes como para cambiar la vida de verdad, como conseguir que de Madrid a Barcelona se tarde menos de una hora en avión.
Era muy difícil que esa sociedad comprara el maximalismo de los vanguardistas. El gran éxito de las vanguardias está en lo pequeño: en el diseño, la moda, la publicidad, la escenografía, manifestaciones que con el tiempo se ha visto que han crecido considerablemente. Hoy se puede hacer una performance aquí delante sin que nadie se asuste. Imagínatelo en 1914. Siendo menos ambiciosos y grandilocuentes sí que consiguieron varios éxitos. Pero la vida de verdad la han cambiado los científicos, algunos para bien y otros para mal. El inventor de la bomba atómica, que fue un gran poeta del horror, nos llevó entre otras cosas a un largo período de guerra fría.
Si la ciencia es la poesía de los últimos tiempos, ¿quién es el gran poeta de nuestro siglo?
Está por ver. Llevamos apenas catorce años y mira lo que hemos cambiado. Sólo pensar cómo serán las cosas en 2114 es un ejercicio de fantasía imposible. Tengo comprobado que la fantasía funciona bien en lo tecnológico, porque hay novelas de los años veinte que ya hablan de gente que lleva un televisor en el bolsillo, que son nuestros móviles. Pero esas mismas novelas, situando la acción en el año dos mil y pico, hablan del protectorado español de Marruecos. El mismo autor que predice el móvil es incapaz de imaginar que algún día Marruecos no será español. Es mucho más difícil que la imaginación acierte en los hechos políticos que en los tecnológicos, y, si sigues un poco el hilo de toda la ciencia-ficción, este hecho se repite una y otra vez. Ocurre hasta en 1984, que es una clara crítica al estalinismo. En esa novela apenas hay referencias a uno de los grandes peligros de nuestra época: los nacionalismos. Y sin embargo en todo lo demás, por ejemplo en cómo el poder domina el lenguaje, acierta.
Hoy en día, para manifestarse en España hay que pedir permiso al Ayuntamiento local. Los Gobiernos europeos han entendido que es mejor dejar gritar a la gente que reprimirla. Ocurre lo mismo con la literatura.
El sistema ha llegado a ser tan sabio que ha sabido comprender que la manera de callar al pueblo es dejarle hablar. El hecho de que te aprueben el recorrido y el horario de una manifestación me parece absurdo. La finalidad de una manifestación es molestar a alguien. La prueba de que un libro pudiera ser peligroso sería que lo censuraran. Hay sociedades en las que no se censuran los libros porque se sabe que es la manera de quitarle todo su posible potencial. Esa flexibilidad del sistema es muy difícil de romper.
Vivimos una supuesta guerra entre Ciencias y Letras que parece llevar años perdiendo esta última disciplina. ¿Acaso las Humanidades no tienen parte de responsabilidad en su incapacidad para adaptarse al presente? ¿Es posible que el único género que haya sabido hacerlo haya sido la literatura de autoayuda, más allá de si sus propuestas son o no las adecuadas?
La defunción de las Humanidades en el sistema educativo responde a la propia mercadotecnia. Es mucho más dirigible un ciudadano formado para que sea cliente que para que tenga un pensamiento crítico. Eso ha llevado aparejada una cosa que al propio sistema le viene muy bien, pero que a las Humanidades le viene fatal, que es la especialización. Hoy puede haber veinte especialistas en ingeniería, aeronáutica, etc., y son auténticos y grandes científicos, pero no saben quién es Kafka. Es muy difícil que encuentres un científico de principios de siglo que no sea también un letrado, porque las Ciencias y las Humanidades siempre fueron de la mano.
Sobre lo que preguntas de la autoayuda, no lo había pensado hasta ahora, y no me gusta responder cuestiones para las que no tengo una respuesta fundamentada.
Volviendo a la profesión de tu protagonista: ¿hay un exceso de metaficción en la literatura contemporánea?
Como se da el caso de que varios escritores reflexionamos acerca del propio significado de la literatura, es posible que haya esa sensación de que hay demasiada. Es posible que sea un signo de los tiempos, no lo sé. Para mí, la metaliteratura lo único que significa es que la literatura per sé es una meta. A mí los libros que siempre me gustaron eran aquellos que creaban la necesidad de tener experiencias. No veo ninguna guerra entre lectura y vida. Es tan absurdo como decirle a un niño: «¡Deja de jugar al fútbol y vive!». ¿Es que leer no es vivir?
¿De qué y cómo escribiría Mayakovski en nuestros días?
El suyo fue un mundo en eclosión, mientras que el nuestro puede que sea un poco más aburrido. No entendía el futuro como un punto de referencia que se aleja mientras nos acercamos al horizonte, sino como un lugar al que algún día se llegaría. No sé si en la Rusia de hoy Mayakovski estaría con Putin o con Ucrania. Lo seguro es que estaría encantado con el triunfo absoluto de la tecnología, y daría recitales multitudinarios hablando de lo que escribió siempre: de él mismo, de sus amores, de sus viajes y de esa utopía de encontrar un lugar que se pareciera al paraíso perdido.
nació entre un desierto y un mar del sur de Europa hace treinta años y empeñó buena parte de su tiempo en leer. En un acto suicida, se licenció en Teoría literaria y se dedicó al periodismo cultural. Estos días sobrevive dando clases de literatura y escribiendo para un par de revistas mexicanas.
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