Confía(ba) uno al enfrentar la lectura de Nueve (Demipage, 2014), el último libro de relatos de Rodrigo Hasbún, y no sin gran alegría, en que iba a responder al deseo de su autor, manifestado en diversos lugares, ([1. Declaraciones de Rodrigo Hasbún a Martín Zelaya Sánchez: «Algún día quisiera publicarlos (los cuentos de Cuatro) junto a los cuentos de Cinco, en un volumen titulado Nueve«.
«Rodrigo Hasbún: Cuatro son suficientes». Pagina 7, 12-Junio-2014.] & [2. A la pregunta de Claudia Gonzales Yaksic «¿Alguna relación de esta obra con otra suya que presentó y tituló “Cinco?», Hasbún contesta: «Me gustaría algún día publicarlos juntos (los cuentos de Cuatro), bajo el título de “Nueve”. Hay cierta continuidad entre ambos –personajes que envejecen de un libro a otro, una necesidad de explorar en la intimidad– pero también hay una suerte de transición».
«Rodrigo Hasbún: Remediando silencios». Los Tiempos, 15-Junio-2014.]) de que, al fin, dos de sus libros de cuentos, precisamente denominados Cinco (Gente Común, 2006) y Cuatro (El Cuervo, 2014), quedasen reunidos en un mismo libro bajo el título de Nueve. Y, así, imagina(ba) -y agradec(ía)- el lector español -y más aun el crítico- tener, por fin, a su disposición la integridad de la obra breve de Hasbún, para trazar cabalmente una panorámica del autor y poder ir, así, sacando algunas conclusiones, siendo que su obra cuentística (publicada) supera ya la veintena de relatos.
Pero no.
Lo que nos encontramos en Nueve es otra cosa:
“es una condensación o un resumen posible de la aventura intensa e inquietante que hasta ahora ha significado para mí escribir cuentos” [3. Rodrigo Hasbún: «El cuento siempre se ha mantenido vivo en Latinoamérica», El Cultural, 02-Diciembre-2014], en palabras del propio autor.
En puritud, el libro recientemente editado por Demipage, contiene los cuatro cuentos que conforman Cuatro, dos de los cuentos de Cinco (uno de los cuales fue re-publicado en Los días más felices) y tres cuentos de Los Días más felices. En definitiva: solo cinco de los nueve cuentos le son desconocidos al lector español. Para añadir más confusión al caso, los cuentos de cada uno de los libros se presentan no juntos sino alternándose, en la idea (imagino) de que la variabilidad de los cuentos (debida específicamente a su momento compositivo) produjese una cierta ilusión de antología. Esto, que beneficia al no-lector de Hasbún, y que supone uno vendrá a operar al modo del warm-up para el próximo lanzamiento de la novela Los afectos, que publicará Mondadori el año próximo, se constituye en un escollo hermenéutico para el crítico.
Así las cosas, y siendo que ya hemos escrito en otro lugar sobre Los días más felices [4. Escenas de la vida gaseosa, J.S. de Montfort, Tendencias21, 15-Marzo-2013], nos centraremos en los cinco textos nuevos que ofrece el volumen. El primero de ellos, “Carretera”, un texto primerizo de Hasbún, de 2006, un relato que a mí me ha recordado mucho a la obra de Carlos Castán, podría funcionar al modo del prólogo. Pues significa una oportunidad -perdida- para clausurar la adolescencia que Hasbún explorará en Los días más felices. En él, un chico va a la boda de su primer amor, Ana, que se va a casar con otro chico. Se emborracha durante el viaje, y finge y miente (diciendo a los meseros de los bares en los que va recalando que es él quien se va a casar). Poco a poco descubrimos que Ana era prima suya y está embarazada de su futuro marido. Y lo más importante, y que va a marcar un estilema central en la obra de Hasbún: el sentimiento de nostalgia y de tristeza inofensiva. Una parálisis emocional que o bien tiene a los personajes ensimismados en su inconsciente temeridad (Los días más felices) o bien yacen sumidos en el espanto, la perplejidad y una cierta auto-conmiseración (Cuatro).
En los siguientes cuatro cuentos nuevos nos encontramos con una mayor concisión; Hasbún lo definió como una “menor autorreferencialidad” [5. Rodrigo Hasbún: Cuatro son suficientes, Los Tiempos, 12-Junio-2014]. Se podría decir que son menos irracionales y vaporosos; en ellos prima más la certeza (aunque se trate de una certeza que no desea asumirse todavía), que la sensación. Diríamos que son, pues, los ecos de la fiesta. Y se sienten como un tránsito o acaso un epílogo. Pueden entenderse estos textos como un diario de vidas ajenas. Y tiene algo de afán testimonial, de retrato de las venalidades del mundo contemporáneo.
Hay en estos cuentos siempre un secreto desvelado, pero que no afecta sustancialmente a lo narrado, sino que funciona como paisaje de fondo, como marca de la traición, podríamos decir, de lo que significa sumergirse, de lleno, en el mundo adulto. De igual manera sucede con la ciega obediencia al deseo y la claudicación del sexo, como bien ha señalado José Angel Rojo [6. «Nueve trozos de un mundo roto», José Ángel Rojo, Babelia / El País, 26-Diciembre-2014]. Pero se trata de la sexualidad de la juventud, que se anhela o teme, se imagina o finge, que se testimonia siempre con una mezcla de incredulidad, asombro, resquemor y nostalgia. Vaya, lo que ocurre es que los hijos se han vuelto padres (y algunos incluso van camino de ser abuelos).
La sexualidad, de hecho, es un síntoma de la presencia de la muerte, más en tanto que vida apasionada que ha desaparecido, y no como amenaza directa a la extinción del cuerpo. Esta idea de la inexorabilidad degenerativa del cuerpo viene acompañada de la presencia sancionadora de la ley, con la intercesión y presencia de las fuerzas de seguridad del estado, pero también se manifiesta en la ruptura de los vínculos familiares y/o matrimoniales. Amén de que el libro esté trufado de múltiples decesos que se sienten como sirenas amenazadoras que circundan el espacio y la emotividad sentimental de los personajes. La intimidad ha devenido, en cierta medida, cruel instancia quasipornográfica, pero esto se explica porque los relatos nos hablan ya de unos personajes en una época postinocente, más allá de los reflejos enamoradizos de la juventud. En este sentido, es interesante destacar como la tercera persona del plural holística, y cohesionadora, de Los días más felices (en el sentido de estructura narrativa desjerarquizada), aquí se presume como amenaza o acaso como una fantasmagoría del pasado que retorna (casi como farsa). El narrador del relato “Los nombres” lo explica muy bien así: “ no sabíamos resignarnos todavía a que la fiesta ya no era nuestra” (p. 100).
Los protagonistas de estos cuentos ya dejaron atrás la mocedad y la miran con recelo y abatimiento, con incredulidad. Sufren el síndrome del estatus frustrado, pues parecen incapaces de asimilar su actual estado identitario y vital y buscan razones y atajos para orillarlo (unas cincuentonas que se emborrachan salvajemente, cual adolescentes, un padre que no es capaz de hacer el esfuerzo por comprender la naivedad de su hija, un profesor de escritura creativa incapaz de adivinar la tragedia que se cierne sobre sus estudiantes o un niño algo repelente, que ya desde la edad madura recuerda a una prima suya muerta de leucemia).
Estructuralmente, el más complejo de los cuentos es “Tanta agua tan lejos de casa”. Se yuxtaponen en él múltiples voces y espacios, pero no al modo del flujo de conciencia, sino en retazos de monólogos interiores, a los que se suma la vocinglería del fluir de la vida, y el apaciguamiento de la naturaleza, que en su grandeza parece tener un efecto balsámico y, en su aislamiento salvaje, un afán embrutecedor.
“Syracuse” le queda a Hasbún, en mi opinión, algo trunco (y ello es porque evidencia la naturaleza sincopada -emocionalmente- del narrador), pues se siente en sordina; no carece de morbidez, pero sí de ternura. Es tremendista y metanarrativo. Y muestra más abatimiento que comprensión. La felicidad es aquí liberación (muerte, otra vez, en forma de suicidio). La historia la cuenta un profesor de escritura creativa que es, al tiempo, instigador y testigo de los actos, pues conmina a sus alumnos a escribir unos diarios en los que mezclen verdad y mentira, y el incierto “estatuto de verdad” de lo relatado provocará una historia de amor trágica entre dos de sus alumnos. La escritura no sirve aquí como espacio de reflexión y análisis, sino como mero dietario, donde se da cuenta de los hechos y se fabula lo justo, con prevención y con una cierta neutralidad flemática, que esconde un miedo larvario y cruel a la realidad del sentimiento, a la hondura del desarraigo, a la intensidad del desamor. No en vano es el único de los cuentos que sucede en los Estados Unidos y solo se menciona nominalmente a los dos protagonistas, el resto no son sino referidos por motes.
Respecto a la construcción de “La mujer y la niña” [7. El relato «La mujer y la niña» puede leerse online aquí], se ha de decir que se trata de una estructura más o menos convencional, lineal y referida en pretérito imperfecto. Y la construcción formal de “Los Nombres”, un cuento que guarda cierto parecido con la obra de Juan Forn, entronca con las estructuras focales utilizadas en Los días más felices, oscilando entre un narrador autodiegético en primera persona y una tímida tercera persona del plural que ha perdido fuerza y vigor (ya que cada vez se hace más difícil la identificación grupal).
Vale la pena constatar la tensión que se invoca en estos cuentos y que hace referencia a la lucha entre la sociedad y el individuo. Si en Los días más felices el individuo tenía al grupo para reforzar su individualidad, para hacer fuerza común contra la ferocidad normativa de la comunidad, aquí el individuo teatraliza un síndrome generacional, que no es exactamente el de peterpan, pues no hay en ellos ingenuidad, sino resabio y acomodamiento.
Por concluir, diría que Cuatro -en mi opinión- se fundamenta en la exploración de la inclemencia del pudor, escudo inútil frente a la procacidad y la pornografía del mundo actual. Es el candor, entendido como tesoro, la imposible inocencia, lo más bello que se agazapa en estos cuatro cuentos. Y es que el tema que explora Hasbún sigue siendo el mismo de siempre: los posibles modos de la adolescencia. Pero aquí no como hecho presente o condición inexcusable, sino como memoria, recuerdo, anhelo o falso disfraz. Se indaga en la adolescencia en tanto que estado mental, la lacra de nuestro tiempo. Por ello sus textos son radicalmente contemporáneos y evocan en el lector una cierta conmiseración apagada. En cuanto a la ambición de las construcciones narrativas, yo diría que se trata de cuentos que se centran menos en el estilo que en la forma; con matices: donde antes Hasbún proponía más variabilidad para las estructuras del relato, aquí se nota un intento por vigorizar las formas para así poder expandirlas y ampliarlas, digamos, en lo que parecen tentativas que propenden hacia modelos de escritura de mayor aliento.
Escribía Manuel Pérez Subirana en su novela Lo importante es perder (Anagrama, 2003) que “crecer es traicionarse”. Estos cuentos últimos de Hasbún, donde se perciben giros bolañescos y homenajes onettianos, unos cuentos que, por momentos, hacen pensar en la obra del costarricense Rodrigo Soto, retratan precisamente ese conflicto y nos muestran esos instantes de lucha en los que los adultos se resisten a aceptar un cambio en el que están ya irremisiblemente insertos.
es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.
[…] 6“Nueve trozos de un mundo roto”, José Ángel Rojo, Babelia / El País, 26-Diciembre-2014 Fuente: hermano-cerdo.com/ […]
No me gustó para nada el libro. Nada de profundidad, pretencioso. Me parece un escritor muy sobrevalorado. En serio: ¿cómo tomáis en serio esos cuentos que parecen haber sido escritos por un adolescente de 17 años perturbado?