Indicaciones procedimentales
Mesa alargada. Sobre ella un vaso y una jarra de agua.
Antes del inicio de la conferencia el conferencista está sentado en su silla; sus piernas y cintura ocultas por la mesa. Parece haber permanecido en esa posición durante décadas, sin levantarse al cuarto de baño o a comer.
Los codos sobre la mesa.
A su derecha la jarra de agua y el vaso, ansiosos, esperan ser utilizados o intervenir en el desarrollo de la conferencia.
El conferencista debe tener las manos juntas, los dedos entrecruzados que le tapan la boca. Sus ojos fijos en las hojas de papel que leerá una vez inicie la conferencia.
La lectura empieza bajo las siguientes condiciones: Presencia de, mínimo, un espectador en las butacas del salón o sala elegida. Un buen trozo de silencio previo, justificado por la revisión del texto de la conferencia. Ocasionales miradas al público, llenas de hermetismo o desconfianza.
Gestos o maneras de lectura:
Lectura con pausas (entendida la palabra “pausas” como una optimista – e ilusoria – medida de acompañamiento para la voz y la dicción del conferencista).
Expresiones de énfasis apoyadas por la extensión del brazo con su mano correspondiente dibujando un punto en el aire mediante la unión de un par de dedos.
Se recomienda poner una mano sobre el pecho cuando la lectura entre en etapas pontificales o doctrinales.
Durante un momento de intensa polémica es mejor detenerse para servir el agua de la jarra en el vaso. Debe oírse al agua caer sobre el vaso, el ruido del golpe de la jarra contra el vaso. Luego, cuando el conferencista beba el agua, exhibirá una inusitada satisfacción.
Conviene entrecerrar los ojos y servirse de un tono sugestivo para el momento en que se narre la historia.
El asombro, simulado o no, se manifestará en el aspecto festivo del rostro: ojos ensanchados, amplia sonrisa.
El rigor intelectual y la inobjetable erudición serán presentados a través de un rictus grave en el rostro.
Las digresiones, habituales en toda conferencia, deben leerse como si fueran decisivas; con tales tonos de persuasión que lleven a pensar en la imposibilidad de refutarlas.
Tras leer el texto es pertinente que el conferencista permanezca ordenando sus hojas de papel y, sobre todo, observando al público durante los siguientes sesenta segundos. Muy seguro de sí mismo. Después se levanta de la silla, busca la salida y desaparece.
El espectador debe quedar con la impresión de que ha asistido a una conferencia.
Texto de la conferencia
Nada tengo que decir.
Necesitamos silencio.
Nada tengo que decir. Estoy diciéndolo, y esta es la primera idea de la conferencia.
No debemos temer al silencio.
El silencio inventa ideas para nosotros.
Si alguno de ustedes es beneficiado con una de esas ideas, en este preciso momento, traten de apresarla. Deténganla, si pueden.
Las ideas le pertenecen al silencio. Por tal razón, suelen huir si se las quiere agarrar.
De vez en cuando uno logra volver a las ideas.
Pero ellas nunca vuelven.
La primera idea de la conferencia, entonces, acaba de abandonar este recinto.
Estoy seguro de que las ideas de ustedes también acaban de escaparse.
Creemos tener una idea. Sin embargo, no nos pertenece. Sin embargo, reconocer esta carencia nos convierte en personas libres. Libres, es decir indefensas. Indefensas, es decir obligadas a oír después de callar.
Así es mejor para todos. Así espero que sea.
El antiguo problema de la Forma y del Contenido.
El tiempo que ustedes y yo estamos desperdiciando en esta sala es lo que se conoce como Contenido de la conferencia.
Lo que estoy leyendo, lo que estoy diciendo, es la Forma de la conferencia.
Caso cerrado.
Las refutaciones a lo que acabo de proponer tienen valor sólo si se formulan en silencio.
Eviten que los expulsen de este sitio.
Por mi parte, evitaré que me expulsen.
Explicaré un poco más la solución al viejo y gastado enigma de la Forma y del Contenido.
Ustedes no me oyen: ese es el Contenido de la conferencia.
No entiendo del todo lo que estoy leyéndoles, y sin embargo se los leo en voz alta: esa es la Forma de la conferencia.
Caso cerrado.
Prosigamos.
Contaré una historia acerca de una larga conferencia. Será de mucha utilidad.
Sobre todo para quienes, por desgracia, no han podido ni han querido venir a este recinto.
Había una vez un escritor cubano que fue invitado a dar conferencia acerca de La Poesía en una importante universidad de su isla. El escritor ocupó la silla, posó trescientas hojas manuscritas sobre la mesa, observó al respetable público, suspiró, y pronunció el texto completo de su conferencia: “Damas y Caballeros, buenas noches… La Poesía es una sombra que nos acompaña…He dicho”. Se pasó la mano por la quijada. Suspiró otra vez. Y se fue de aquel lugar.
Y aquí llegamos a la mitad de mi intervención.
Razón de más para tomar un descanso.
Hora del Tentempié.
[ Tentempié ]
La intención y el impulso de leer esta conferencia son la conferencia.
Lo más decente en esta clase de situaciones es decir cualquier cosa. De cualquier manera.
Da igual lo que se dice y el modo en que se dice.
Una conferencia no es un viaje. Mejor: es negarse a viajar.
Viajar sin moverse.
Estamos llegando al final.
En conclusión, comprendo que algunos de ustedes estén cansados sobre esas butacas. O que estén empezando a dormirse.
Quiero decirles que los entiendo.
No hay problema. Ningún problema.
Podría extenderme en algunos de los puntos que he tratado.
No obstante, mi deseo es dejarles la información correcta en un puñado de conceptos exactos, que ustedes logren recordar después.
Esto es, en últimas, lo que anhelaba leerles, decirles, hoy.
Gracias.
Tentempié
Luego de unos segundos de silencio, durante los cuales pasa saliva, el conferencista llama por medio de un grito a una Mesonera, quien entra en el escenario para oír la petición.
La voz y ademanes del conferencista cambian de modo notable ante la Mesonera: se tornan impositivos y arribistas.
El conferencista pide que le sea traído un pudín.
La Mesonera se retira y el conferencista queda expectante.
Vuelve al cabo de unos segundos con un plato en la mano, respetuosa. Sobre el plato están el pudín, rosado, moviéndose por medio de temblores, y una cuchara. Lo posa sobre la mesa, junto al vaso y la jarra.
La Mesonera se va.
El conferencista observa el pudín. Cuando este ha dejado los leves contoneos, toma la cuchara y lo ingiere con parsimonia monacal, mientras observa al público.
El silencio debe dominar de tal modo la sala que se oye el estrellarse de la cuchara contra el plato.
Cuando termina de comer el pudín, con actitud marcial aparta el plato; saca un pañuelo del bolsillo de su pantalón, lo pasa por las comisuras de los labios, sin abandonar las continuas miradas al público sonríe, suspira, y reinicia la lectura del texto de la conferencia.
es escritor y editor colombiano nacido en 1977. Colaborador permanente de la revista Cartel Urbano, www.cartelurbano.com
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