Confiesa Adam Thirlwell en The Guardian que, durante mucho tiempo, ha sentido nostalgia por lo que él llama «la era del shock».
Pongámonos en contexto, mediados del XIX: el juicio de Madamme Bovary, de Las flores del mal. Y la segunda década del s. XX: Stravinsky, el urinario de Duchamp. Pero antes fue la Olympia de Manet… y mucho antes Voltaire, Diderot, etc En fin, pero eso fue hace mucho tiempo, ¿no? Ahora parece que ya el shock no solo es imposible, sino que es inadmisible.
Así opina, al menos, Grayson Perry, que dice que ahora todos somos bohemios y, por esa razón, el arte ya no nos resulta -no puede resultarnos- chocante, escandaloso. Lo cual implica que, en el arte, se haya instalado una perezosa melancolía.
Pero entonces…, ay, acontece lo de Charlie Hebdo en París y surge la pregunta: ¿no habíamos dicho que ya la época del shock pasó? Quizá es que hablemos de cosas diferentes: ¿escandaloso, ofensivo y chocante son lo mismo?
Tiene tantas variantes el shock, dice Thirlwell, que, para entender este nuevo tiempo convulso, necesitamos una genealogía del shock. Dicha genealogía comienza -tanto histórica, como simbólicamente- en París, un emocionante viaje en el tiempo al que Thirlwell les invita aquí.
es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.
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