El paso de la vida a la muerte debiera quizás posibilitar una suerte de espacio o tiempo en el que el finado pudiera acceder a algo entretenido: un periodo transitorio que nos permitiera echar un último vistazo alrededor con ironía y evaluar a los que quedan en el mundo de los vivos. Pero en la realidad – mientras no nos demuestre alguien lo contrario – todo parece indicar que no es así. Por suerte, la literatura, la ficción, permite ciertas licencias. Y ya puestos, ¿a quién le amarga un dulce?
En The Seventh Day [El séptimo día], la última novela del chino Yu Hua, el protagonista, Yang Fei, es un hombre de 41 años recién fallecido a causa de una explosión en el restaurante donde había estado comiendo una sopa de fideos, justo cuando se disponía a disfrutar de un pequeño plato de fruta del tiempo, éste último a cuenta de la casa.
Al despertarse el primer día tras su muerte, la ciudad en la que vivía está envuelta en una espesa niebla, a través de la cual tiene que abrirse paso para llegar al crematorio, del que con sorna nos dice que “hoy en día se lo conoce como tanatorio”. Debe darse prisa, pues le han dado hora para su cremación, a las 9:30 de la mañana. Yang está lavándose en su casa y ataviándose con ropas más indicadas para tal ceremonia cuando suena el teléfono y una voz le recuerda que debe presentarse a las nueve con el pertinente comprobante de reserva.
Naturalmente, llega tarde.
La novela se compone de siete capítulos, que corresponden a los siete días que median entre el fallecimiento y la conclusión del peregrinaje de Yang por la «Tierra de los No Enterrados».
The Seventh Day sería una narrativa de tono macabro si no fuera porque Yu Hua escribe mayormente en clave irónica. Cuando no lo hace, la novela peca un poco de sentimentalismo; pero no debemos engañarnos: hay una rica veta de humor negro en esta historia.
A ratos el concepto argumental es ingenioso, innovador y risueño, y Yu bosqueja una velada crítica a la sociedad china contemporánea. Muchos de los fallecidos con los que topa en esa «Tierra de los No Enterrados» son pobres que no pudieron pagarse en vida una pequeña parcela donde se entierren sus cenizas. Un matrimonio con el que se topa Yang Fei le explica cómo murieron, cuando las excavadoras enviadas por el gobierno municipal derruyeron el edificio mientras dormían, después de haber trabajado varios turnos seguidos por una mísera paga. Una chica que también vaga por ese extraño ‘purgatorio’ (la palabra no sirve, pero algo tiene uno que escribir) de los que no tienen un lugar donde ser enterrados, le cuenta a Yang Fei su historia: cómo tras malvivir con trabajos muy mal pagados cayó al vacío desde el edificio más alto de la ciudad. Más tarde, Yang Fei se encuentra con el novio de la chica, quien tras vender un riñón a una de las mafias del tráfico de órganos, enferma y muere en la miseria.
«La Tierra de los No Enterrados» está poblada por una multitud de muertos. La mayoría de ellos están ya (literalmente) en los huesos, resignados a pasar la eternidad de la muerte en esa vasta planicie en la que hay árboles y ríos. En su deambular, Yang Fei se encuentra con personas conocidas; estos personajes secundarios intervienen para contar(nos) sus historias personales: son estos aderezos significativos, porque permiten a Yu mostrar múltiples y variadas perspectivas de la vida actual en China, retazos sugerentes del tipo de sociedad que prevalece en el gigante asiático que se ha convertido en la gran dinamo de la economía mundial.
En el crematorio hay al menos tres secciones diferentes: una de sillas de plástico para los clientes menos acaudalados, otra con sillones en los que se sientan los más pudientes a la espera de su turno (para que su cuerpo se convierta en cenizas), y la zona de los VIP, que en la novela solamente utiliza el alcalde de la ciudad, muerto en la habitación de un lujoso hotel mientras disfrutaba de la compañía de una atractiva jovencita.
El tratamiento de algunos episodios roza lo obsceno. Yang Fei, al fin y al cabo, está ya muerto y por tanto se siente inmune a las críticas o al inmoral peso de la fama. Durante los siete días en los que transcurre la narración del protagonista, mientras éste busca a su padre, a quien supone también muerto y atrapado en la «Tierra de los No Enterrados», cuenta la historia de su vida, desde su extraordinario nacimiento cayendo por el retrete de un tren en march,a a la niñez con un padre soltero (el ferroviario que lo encuentra entre los raíles de la vía), y su fallido matrimonio con una atractiva y ambiciosa mujer, con la que coincide en ese insólito limbo por el que deambula.
China, el antiguo reino del medio, es a principios del siglo XXI una innegable potencia geopolítica y económica. La transformación del país en las décadas recientes ha sido desmedida. Sus problemas, no obstante, son bien conocidos: la contaminación descontrolada, el agotamiento de sus modelos caducos, la corrupción política y el nepotismo, el consumismo desenfrenado y la decadencia moral (a quien le interesen estos últimos aspectos cabría recomendarle la lectura de la última obra del autor sino-australiano Ouyang Yu, Diary of a Naked Official). Yu Hua no se esconde: la crítica al sistema no es óbice para que dote a sus personajes (muertos, no lo olvidemos) de una gran ternura, de la gentileza que tienen las personas corrientes que luchan por sobrevivir día tras día. Como suele ser habitual, son los más vulnerables, los más débiles, los que asisten como testigos impotentes del desmesurado crecimiento económico, del cual no llegan ni a probar las migajas.
El dinero puede comprarlo todo, parece ser que incluso tras la muerte. Es por eso que a los VIP los incineran con una máquina importada de tecnología punta, mientras que a los pobres les toca lidiar con el ineficiente artilugio de fabricación doméstica. En cualquier caso, no se olviden de tomar número.
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nació en Valencia en 1964. Vive en Canberra, donde se dedica a la traducción y a la lectura. Escribe en el blog Notas Literarias,. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.
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