Lo primero que me vino a la cabeza al terminar el primer capítulo de F es que había disfrutado. Así, sin más. Un sentimiento sencillo, reconocible, pero no por ello tan habitual como a uno le gustaría. Me lo había pasado muy bien, y esperaba que el resto de páginas no me decepcionara. Ahora puedo decir que, en efecto, he disfrutado al completo de la nueva novela de Daniel Kehlmann, uno de los autores más reputados en lengua alemana. En Fama, el libro de relatos anterior a esta novela, ya había descubierto a un autor del que cabe esperar mucha mayor repercusión en nuestra lengua.
Kehlmann relata con fluidez y ritmo una historia cargada de simbolismos, casi una alegoría sobre nuestro tiempo, sobre la ambición, la familia, el vínculo social, el arte, el amor o, mejor dicho, la pérdida del amor y la empatía en una época desquiciada, golpeada por un entorno que, para colmo, en nuestras latitudes se vio noqueado por las crisis económica.
En esta alegoría, F llega a contar episodios que podrían resultar inverosímiles, pasajes extraordinarios, exagerados, distorsionados, casi efectistas -como el capítulo inicial-, pero en ningún momento sus engranajes rechinan. Para aceitarlos, Kehlmann se ha valido de lo mejor de cada casa, qué duda cabe. Uno, sin cuestionar su indudable estilo e imaginario personal, ha encontrado tramos en los que la voz de Philip Roth resonaba como la un mesías. No es mal maestro, desde luego.
Roth nos ha contado episodios en apariencia inverosímiles, desde un supuesto malentendido que lo convierte en un espía del Mosad hasta una separación amorosa que incluye defecaciones en las alfombra de un salón. Y nos lo creemos. Lo hacemos porque tiene el don -trabajado, pulido a fuerza de hojas desechadas- de la naturalidad. Y esa es la principal lección que con toda seguridad Kehlmann ha absorbido.
Ahí radica la pericia de un escritor que aspira a ser realista pero, al mismo tiempo, a desbordar los límites de la realidad o, si se prefiere, a estirarla hasta las fronteras puramente literarias. Kehlmann tiene ante sí el reto de no caer en la parodia, en la exageración, casi tampoco en la caricatura, y para eso el lector no debería ver en lo narrado al escritor. La historia ha de ser la protagonista: un historia que parezca contarse a sí misma, en la que el narrador haya desaparecido y sea, sencillamente, el puro transmisor de esa historia. Aunque parezca una verdad de Pero Grullo, no lo es tanto: ¿contar una trama desquiciada y que nos la creamos? Entonces no debe haber una voz fuerte, marcada o efectista en exceso. De lo contrario notaríamos tanto el artificio que una historia tan arriesgada como esta perdería verosimilitud.
F es una novela que no solo se disfruta, sino que nos ofrece, por tanto, algunas lecciones sobre lo que debe ser la narrativa. Además, el relato es tan potente, tan atractivo, y sus personajes dan tanto juego, que salimos de esta lectura con la sensación también de haber vivido. Kehlmann domina este arte, y el lector exigente lo aprecia. Cualquier día de estos, seguro, veremos cómo el prestigio de su autor se extiende también a nuestra lengua.
Todos saldremos ganando.
nació en 1975. Es miembro de La Casa Invisible de Málaga (España), una de las iniciativas de gestión ciudadana más relevantes de la última década. Ha publicado las novelas Miembros fantasma (Hakabooks.com, solo en edición digital) y Grietas (XIX Premio Lengua de Trapo de Novela).
fernandezpaton.net
Me pasó exactamente lo mismo con el primer capítulo, Santi, es tan bueno que no quieres dejar de leer. Una joya, esta novela. Por Dios, ¡un sacerdote ateo! ROFL :))))
[…] [Publicado originalmente en Hermano Cerdo] […]