La arqueología del narcotráfico

UNiv Cairo

Universidad de El Cairo

 

Amen Khan había tenido una larga historia de éxitos en el campo académico. Sus últimas indagaciones acerca de las ruinas en Medio Oriente lo han ubicado como uno de los expertos en el tema. Nadie entiende cómo se convirtió en narcotraficante internacional.

Amen se inició en la investigación una vez que obtuvo su doctorado por la prestigiosa Universidad del Cairo, hizo una estancia posdoctoral en Chicago (tal vez ahí comenzó con el narcotráfico). Se le conocían varios domicilios alrededor del mundo: Creta, Bahamas, Canarias y un departamento en el barrio de Tepito, en la ciudad de México (de seguro donde tenía sus tratos con los zares mexicanos de la droga).

Escribió varios artículos científicos publicados en revistas de alto nivel; uno de los más famosos se llama: «The long tail of Archeology: coming from the Mesopotamia to Egypt», con el que expuso sus planteamientos acerca de las similitudes que guardan las distintas culturas del mundo en sus vestigios arqueológicos, sus artefactos y sus edificios (¿de dónde sacará tiempo para escribir, publicar y al mismo tiempo traficar?).

En su cubículo de la universidad podías encontrar austeridad en su máxima expresión: un escritorio de madera con ocho cajones llenos de papeles, fólderes y textos científicos o correcciones recientes. Encima del escritorio tenía una computadora portátil, varios lápices, hojas en blanco, una libreta de notas color azul y dos marcos con fotografías familiares.

Anka, mi colega, sigue diciendo que no es verdad lo sucedido con Khan: «Todo es pura invención para desacreditar al mundo académico», justifica ella sin considerar las evidencias brutales que aparecieron en los diarios y noticieros de circulación internacional cuando se divulgó la noticia. Yo siempre lo vi algo raro, a través de su mirada oscura e intensa me transmitía cierta desconfianza, sobre todo cuando hizo aquella pregunta envidiosa sobre mi trabajo en las ruinas teotihuacanas en el congreso pasado, pero no le tomé importancia sino hasta que me abordó posteriormente y con gran insistencia para manifestarme su interés de venir a México al congreso que nosotros organizábamos.

Su desesperación por visitar tierras mexicas me puso en alerta, no sólo porque no quería que conociera nuestra investigación, quizás por celo profesional y porque era un experto que podría poner en riesgo nuestro trabajo. Jamás imaginé que aquí se reuniría en un café del centro histórico con uno de los narcotraficantes más buscados del país (las fotografías se publicaron después de su arresto).

Libros forrados de droga. Literatura científica cercenada para transportar polvos mágicos millonarios. Computadoras con discos duros llenos de opiáceos y memorias cargadas de heroína. Millones de dólares traficados en una bolsa inocente de libros de texto y un computador portátil. Así era como Khan transportaba y hacía sus negocios en el extranjero.

 

Barrio de Tepito, México DF.

Barrio de Tepito, en México D.F. / © Diario Proceso

 

Según su carnet de viajero frecuente, el académico asistía a 10 o 15 congresos internacionales sobre distintos temas, la mayoría vinculados directamente con su área de experiencia, pero otros tantos con áreas distintas o complementarias, en donde presentaba ponencias, asistía como espectador o como organizador de éstas. Quién se imaginaría que estas «reuniones académicas» estaban mezcladas con su agenda de negocios y reuniones secretas.

De acuerdo con los datos proporcionados por el detective Gorda, de la Interpol, les llevó casi una década dar con él; lo consideraban el cerebro de uno de los carteles internacionales más célebres y secretos del mundo; en el bajo mundo, lo apodaban «el maestro».

Anka sigue diciendo que todo fue fabricado y que Khan es una inocente paloma, un chivo expiatorio del sistema internacional.

Después de ver sus residencias, sus autos comprados con prestanombres y, por supuesto, sus fondos inagotables para hacer investigación y viajar por todo el mundo, parecería que su universidad tenía gran financiamiento para que sus investigadores dieran a conocer sus hallazgos en todos los congresos internacionales posibles. Pero en el mundo académico no hay tal utopía. Los recursos son siempre escasos y asistir a un congreso internacional se puede considerar un lujo que muy pocos pueden darse.

No para Khan, quien viajaba en primera clase y traía en su maletín de piel de marca una computadora de última generación y una tableta. Ahora sabemos por qué sólo utilizaba la tableta para trabajar y dejaba que su celular sonara muchas veces en los coffee breaks de los congresos donde era interrumpido en numerosas ocasiones. «¿Cómo hará el doctor Khan para tener larga distancia internacional en cualquier parte del mundo a un precio tan bajo?», se preguntaban numerosos colegas cuando le veían entablar largas conversaciones a través de su teléfono móvil.

Seguramente, decía alguno, es su plan de datos y utiliza internet para comunicarse con su familia. Debe tener una esposa muy «posesiva», insinuaba alguna colega con cierta sonrisa cómplice y burlona al mismo tiempo. Lo cierto es que nadie sabía nada de la señora Khan, de hecho, le habíamos visto con varias guapas mujeres -que bien podrían ser edecanes- en las cenas de gala o en los convivios formales al final de cada congreso. Después se escabullían a algún privado a tomar la copa y no volvíamos a saber nada de ellos. Pero de familia nada, no señor. Hermetismo total por parte del Dr. Khan.

Se descubrió que tenía varias identidades en los diferentes países de la Comunidad Económica Europea y que sí, efectivamente, estaba casado, pero con dos esposas y que inicialmente había quedado viudo hacía un par de décadas, cuando un accidente automovilístico en Chicago le dio un giro a su vida y perdió a su amada Samaria en una carambola de la autopista 66.

“Así que no sólo había una señora Khan, sino tres”, dijo Anka, para su sorpresa, cuando leía la nota aparecida en el New York Times de la tarde siguiente a su arresto en México. «Estos hombres no entienden», añadió con fastidio y me miró como si quisiera encontrar una explicación acerca de la errática conducta matrimonial del buen Khan.

Encogí los hombros en señal de neutralidad, ni apruebo ni desapruebo, quién sabe qué habrá sufrido aquel hombre.

Meses después supimos que estaba condenado en una prisión de máxima seguridad de Nuevo México; seguía escribiendo y publicando, de hecho, tenía un nuevo libro en prensa. Vimos la crítica y el extraño título que llevaba: «La arqueología del narcotráfico: origen y descubrimiento de la adicción humana». Anka y yo nos miramos y recordamos su cara ovalada, su barba negra y puntiaguda, su asiento en primera fila y su cabello despeinado; quién se iba a imaginar que un caballero del narcotráfico estaba sentado a nuestro lado.

by Rodrigo Sandoval Almazan

(México, 1972) es profesor universitario de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Fue columnista de la sección estado del Diario Reforma de 1997 a 2012; comenzo a escribir editoriales en el Financiero Centro en 1992, y mantuvo la columna portal ciudadano durante 15 años. Actualmente escribe para computerworld y continúa participando en concursos literarios y distintos medios para completar su formación literaria y académica.

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