1.
Comencemos con una analogía sencilla -y comprensible-: al conductor habitual de automóviles, que gozoso ha manejado diferentes clases de vehículos a lo largo de los años, con provecho y facilidad, quizá hasta con un nada solapado entusiasmo, según una extendida teoría del arte que pronostica que al disfrute del objeto artístico le sigue inevitablemente el deseo de hacerlo, de re-crearlo, le entrarían unas ganas irrefrenables por construirse su propio coche.
¿Conoce Vd. a alguien que le haya dado por ponerse a construir su propio coche?
Yo no.
Se me dirá que un coche es una maquinaria compleja, costosa, que implica el conocimiento interdiscplinar y una cierta infraestructura, además de la autorización de la administración competente, certificaciones, patentes, etc Vaya, que el trecho entre la idea feliz de construirse uno mismo el propio coche (para customizarlo al gusto y a las necesidades individuales) y su efectiva consecución es mucho más trabajoso que el de recrear una obra de arte.
O quizás no.
Todos sabemos dar saltos, pero apenas a nadie se le ocurre ponerse a intentar emular los ocho metro noventa y cinco centímetros del norteamericano Mike Powell. La mayoría de la población sabe nadar, pero ni por asomo tiene en mente batirse contra los veinte segundos con noventa y uno que logró el brasileño César Cielo en 2009, en la prueba de los cincuenta metros libres. Entonces, ¿por qué sí ocurre en el mundo del arte, que la voluntad de emulación anda tan extendida, y particularmente en la literatura?
2.
La profesora Brenda Rapp, de la universidad Johns Hopkins, ha demostrado en un reciente estudio que la escritura y el habla están soportadas por diferentes partes del cerebro, “no solo en lo que respecta a los procesos que controlan la mano y la boca, sino a niveles mucho más profundos del sistema del lenguaje que contiene el conocimiento sobre cómo se agrupan las palabras”.
Las teorías del lenguaje asumen que las representaciones de las palabras y las estructuras sintácticas no son lenguaje escrito ni hablado, sino mera abstracción que puede tomar la forma escrita o hablada, según el caso.
El escritor es aquel capaz de intermediar entre ambas partes del cerebro, esto es, que gracias a una simulación imaginativa es capaz de “pescar” cosas de la parte del lenguaje oral toda vez que lo convierte en una voz narrativa (no auditiva, que trasciende las modalidades habla/lenguaje escrito) y que, más tarde, el lector reconocerá como voces que suenan, fonológicamente, y a las que este lleva a un area cerebral de apreciación y reconocimiento, donde se incluyen las emociones y la memoria y esas reacciones viscerales de sorpresa y misterio del tipo oh, wow, ¡a-ha! etc
Dicho de otra manera, no es necesaria el habla para mediar entre el significado y la palabra escrita, pero el lector, cuando descodifica un texto, lo recibe de manera fonológica.
Así las cosas, lo que hace el escritor es “traducir” y vehicular. Crea un puente intermedio entre ambos hemisferios del cerebro (el lenguaje hablado, el lenguaje escrito), para que el lector obtenga una impresión vívida y real.
De lo que se colige que necesariamente ha de existir una pulsión previa de la escritura, anterior a la lectura. No se escribe porque se lee, sino que se escribe porque se escribe. El escritor debe ser capaz de participar de una acción ficcional para luego traducirla en una voz narrativa. El escritor construye los significados y el lector les concede un sentido posible.
Ambas actividades son humanas, y gracias a la alfabetización se dota al ser humano de la capacidad para ambas. Sin embargo, la masterización del sonido y el ritmo de las frases, ese oído particular, no proviene de la lectura, no es con la lectura como uno se hace escritor. Uno se hace escritor escribiendo. Uno aprende ese sistema particular de traducción que es la escritura ejercitándolo, forzándose a construir y ordenar significados, no dando sentido a un material que ya existe.
Aunque, claro está que cuantas más lecturas tenga un escritor de más recursos podrá servirse a la hora de re-combinar, sugerir, violentar o re-crear significados.
es autor del libro de relatos Fin de fiestas (Suburbano, 2014), además de crítico literario y miembro de la AECL (Asociación Española de Críticos Literarios). Escribe sobre arte y cultura para diferentes medios impresos y digitales. Forma parte del equipo editorial de Hermano Cerdo.
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