HOLA, PIBE, BIENVENIDO. Y, mirá, todo depende de lo que busqués. Vos para qué lo querés. Atendeme. Yo te pregunto porque de vez en cuando viene algún loquito que… y no, acá esos no van. Mirá, es un deporte hermoso, te da un entrenamiento bárbaro, estado físico, seguridad y, bueno, llegado el caso, te da un arma de defensa personal. Ahora, yo ya te digo… el otro día, este, el grandote, ¿Ezequiel? Sí, Ezequiel… me dice no, Oscar, tenés razón, me dice. Y claro, se empezó a dar cuenta. Si vos hacés las cosas bien y aprendés lo que yo te enseño, lo agarrás a uno… porque yo te enseño a pegar acá, en las costillas… lo agarrás a uno que se te viene encima, paf, acá, entra cinco centímetros, levanta diez, y le rompés todo, vas a ver que se queda medio ahogado y se agarra de acá. Vos… Mirá: vos siempre tenés que tratar de terminar todo con un solo golpe. Y otra: si el tipo se te viene al humo, vos le hacés así, apenas un poco de cintura, que ya vas a aprender, y el otro, que no sabe nada, sigue de largo y ahí lo ponés acá, en el riñón, que no sabés cómo duele, ahí nomás lo agarrás de la muñeca para que no se dé la cabeza contra el suelo y lo dejás tirado. Después, si viene la cana, si alguien te pregunta, vos decí que revoleaste una mano, que ni sabés lo que hiciste. Te hacés el pelotudo. Ni se te ocurra decir que hacés boxeo. Vos te hacés el boludo y no le seguís pegando, me escuchás, porque si no es abuso de defensa. Pero claro, sabés qué pasa, algunos vienen acá porque se quieren agarrar a piñas. Vienen y en seguida te quieren desafiar, quieren pelea. A esos los rajo en seguida. Acá, si venís, venís a aprender. Yo siempre les dije a mis hijos y les digo a mis nietos: vos si no sabés, no hablés, porque si no, siempre va a haber uno que sabe más que vos y vas a quedar como un pelotudo. Claro, me entendés… Por eso, yo de lo que no sé, no hablo. Me callo la boca. Pero si de algo sé, es de boxeo. Mirá: yo me estaba entrenando para Múnich Setenta y Dos, y venía bien, eh. Todos los días al Luna Park. Todos los días, de la mañana a la noche. Y estuve ahí nomás de viajar, hasta que me agarró una hepatitis y quedé afuera, no pude competir. Pero bueno, el boxeo me dio otras satisfacciones. Porque yo peleaba, no es que no. Pero mirá esta nariz, ves. Sabés qué pasa, la técnica que yo aprendí, la que me enseñó mi maestro, la que enseño yo, esa no la enseñan en ningún lado. Vos fijate la pelotudez que se enseña ahora: todos los boxeadores se ponen así, la cabeza atrás de las manos. No, nene, así no ves nada, te entran de acá, de acá, de acá… Vos tenés que ver a tu adversario. Las manos van acá, a esta altura, cosa que vos mires por encima de los puños. Lo primero es eso, armar bien la guardia. Vos te concentrás en que no te peguen, y después, cuando al otro se le zafa la cadena porque tira y tira y no te puede entrar por ningún lado, ahí vas y la metés, la trompada. No sabés, locos se ponían. Y claro… De qué nariz de boxeador me hablás. Esto es técnica. Yo te digo: todos los días, de lunes a lunes me entrenaba. Eso, igual, si querés ser un profesional… De todas maneras, yo acá enseño como si fuera a preparar a un campeón del mundo, con el mismo rigor, me entendés. Porque yo tuve la suerte de tener un gran maestro, el Vasco Rubén Gabira, que sabía una enormidad y además era un tipazo. Aparte, con humildad te lo digo, pero las cosas como son, yo era, lo que se dice, un alumno ejemplar, no faltaba nunca al entrenamiento. Porque al entrenamiento no se falta, tiene que pasar algo muy grave. Y él me decía usted tiene que usar las piernas, ahí está todo el secreto. A un boxeador que sabe pararse, que sabe caminar, no lo agarrás con nada. Y no es que yo corría por todo el ring, no, no, no. Pero tenés que aprenderlo de entrada, porque si no es imposible. Durante tres meses yo fui al Luna Park solo a caminar el ring de la mañana a la noche. Para acá, para allá… Hay que tener disciplina. No como esos boluditos que vienen eh vamo a pelear vamo a pelear, no, vía, tomatelás. Aparte, sabés qué, esos no aguantan ni un minuto. Vos con un poco de técnica los sentás en el piso de un golpe, o por ahí ni hace falta que los toques. Ante todo, tenés que tener actitud. Lo tenés a esta distancia y le decís cortala ahí, flaco, yo no me quiero pelear. Así, cualquier cosa, los demás ven que vos no quisiste pelear. Si viene la cana, algo, vos decís, no, oficial, este señor me quiso pegar y yo me defendí. Entendés, le decís así: cortala, flaco, no te vengás porque yo no quiero pelear. Con actitud. Vos siempre lo primero que hacés es pararte: sacás la pierna derecha para atrás y le decís cortala, flaco. Y si se te viene igual, le tirás con la mano abierta, acá, al hombro, te lo sacás de encima. Ahí el tipo acusa el golpe, entendés, se caga encima, porque el cerebro te hace las cuentas: este sabe, piensa, si me tiró la izquierda abierta a esta altura, me agarra con la derecha y me cruza todos los dientes. Vas a ver cómo le tiemblan las piernas. Perdón, señor, te va a decir. Vos siempre conservá la actitud, porque el otro no sabe nada. Mirá: el que sabe una defensa personal, un arte marcial, no se mete en esa. Ahora, vos tampoco seas boludo, si la podés evitar, la evitás, porque el tipo vos no sabés lo que puede tener. En una de esas te caza con una sevillana o con un revólver y te liquida. Y no… Lo que yo te digo es para una situación extrema, un caso donde ya estás ahí, que no la podés zafar y sos vos o él. Ahí sí, suponé que lo tengo acá pegado y veo que va a sacar un arma, con la izquierda le empujo la mano, no lo agarro, eh, y con la derecha, todo en un solo movimiento, le meto el ápercat acá, limpito debajo de la mandíbula, y si tiene la boca abierta, ah, no… hacés un desastre, porque nosotros no necesitamos espacio para pegar, y encima, con la adrenalina de que tu vida corre peligro, sabés qué, lo levanto del suelo y la cabeza dónde le va a parar… Pero haceme caso, siempre que puedas lo evitás. Porque aparte es feo pegarle a un tipo. Vos te pensás que es agradable pero no, es feo. Y bueno, la cosa es así, uno tiene que tener recursos llegado el caso de una eventualidad. Ahora vení, acercate que te muestro cómo se ponen las vendas. Abrí la mano así. Ahí va, los dedos bien abiertos. Cuando te hacés el vendaje siempre tenés que abrir bien la mano, cosa que no quede tirante. Fijate: la venda queda flojita, porque si se corta la circulación, te rompés la mano y ni te enterás. Ahí, abrí bien. Primero le das una, dos, fijate que siempre… tres… de adentro hacia afuera, cuatro, cinco vueltas sobre los nudillos. Si le das seis no pasa nada. Ahora le damos a la muñeca un par de vueltitas y con lo que queda de venda bajamos por el antebrazo. Después agarrás el otro rollito y con la punta que quedó acá, bueno, la tapás con la segunda venda y empezás a subir: una, dos, tres… acá no importa cuántas son, la cosa es que llegues acá y ahí sí, cerrás y apretás bien el puño, cosa que la mano se hinche, ves cómo se hincha, así después cuando cerrás para pegar no molesta. Cerrás bien y levantás de a un dedo para pasar la venda por abajo, así, te hacés como un ocho. Ahí quedó. Lo mismo con la otra mano. Ahora, prestá atención, porque no vayas a hacer lo que hace la gilada. Vos venís, te entrenás, le pegás a la bolsa, al púchimbol, agarrás la otra bolsa de allá, lo que quieras. Y después qué hacés. Claro, no, ahí es donde fallan todos. Pero yo te digo que tenía un maestro excepcional, y él me explicó: cuando usted llega a su casa, después del entrenamiento, no se saca el vendaje, se lo deja puesto. Al principio molesta un poco. Por ahí te puede picar acá, viste que la piel es más sensible… Incluso puede ser que te dé un poco de olor, por la transpiración, pero no te calentés. Venís a la clase siguiente y seguís laburando, siempre con la venda puesta. Pegás acá, allá… y cuando cortamos, lo mismo, te vas a tu casa y volvés la próxima con el mismo vendaje. No te lo vayas a sacar, eh. Vos hacele caso a Oscar, que yo esa la pasé hace mucho. Al poco tiempo te acostumbrás. Lo importante es no dejar el entrenamiento. Vos olvidate, que los resultados vas a empezar a verlos en un año, una cosa así. El tema en el boxeo es que siempre te tenés que adelantar a lo que el otro va a hacer, estar siempre atento, y para eso, la parte que te toca a vos la tenés que tener incorporada, me seguís, vos sabés que si yo te tiro esta mano, ni bien sale, vos ya esquivás ahí, me tirás la derecha acá y después al otro andá a juntarlo del suelo. Claro… Pero te digo, por eso hay que trabajar mucho, para que el cuerpo responda solo, porque los músculos son inteligentes, tienen memoria. Y con las vendas lo mismo: te las ponés el primer día y después no te las sacás, las incorporás, en una palabra. Mirá, bueno, a mí ya no se me nota, pero después de un tiempo esta punta que te quedó acá, a la altura de la muñeca, vas a ver que es como que se empieza a agarrar de acá, se agarra y crece un poquito, como… viste las enredaderas, bueno, así. Vos no te asustés que es normal. Te sube por acá y toma la forma natural del antebrazo, después la del codo y sube todo así. Eso es lo lindo del boxeo bien entendido: acá no hacen falta aparatos ni cosas raras; con las propias características de tu cuerpo tenés todo lo que necesitás, por eso es un deporte sano. Una vez que la venda te llega al hombro, empieza a cruzarse por los omóplatos, acá atrás, pero para eso ya estamos hablando de años. Vos no te preocupes, trabajá tranquilo. Yo te digo para que sepas nomás. Y después, bueno, claro, sigue por acá, para abajo, agarra lo que es la zona del abdomen y baja por las piernas. Ahí, sabés qué, como no te podés mover mucho, se aprovecha para trabajar bien los golpes cuerpo a cuerpo, que salen de acá, de la cadera. Así hasta que en un momento llegás a tener todo el cuerpo vendado, y tenés que aguantar, porque a los músculos les genera mucha resistencia, y eso mismo te hace levantar temperatura, y como estás todo vendado… Claro, exactamente… el calor se queda ahí. Para ese momento te puede picar un poco más, hincha un poco las pelotas, no te voy a mentir. Pero son unos meses, según la época del año en la que te agarre. Y después sí, una vez que te acostumbrás al calor, de a poco vas perdiendo la sensibilidad en la piel, y por ahí, cuando caminás, vas a ver que dejás como un polvito que te sale de los pliegues de la venda. Vos en qué vivís, en casa, en departamento… Y… tenés que barrer todos los días porque si no junta mucha mugre. Eso es piel, me entendés, y a medida que se le va la humedad se descascara, como el cielorraso aquel, mirá. Mientras tanto, vos laburás, seguís con lo tuyo, y en un momento vas a sentir hambre, mucha hambre… Por ahí si antes te comías un plato de ravioles con tuco, ahora mínimo te comés dos. Y por eso mismo no tenés que aflojar con el entrenamiento, porque si no, sabés qué, no, los ravioles se te van acá. Vos seguís, no te importa nada. Así podés estar un par de semanas, hasta que en un momento empezás a sentir que te cansás mucho, que te cuesta mantener los brazos arriba. Te entra un sueño que no te despertás con nada. Entonces venís y me decís mirá Oscar, me siento cansado, me pasa así y asá… Y ahí sí aflojamos. Claro… Bajo una de las bolsas, le pido ayuda a alguno, y te colgamos de ese gancho. Pensá que quedás agarrado del vendaje, cabeza abajo. Ahí aguantás unos días. Paciencia china… Pero se pasa rápido, eh. A la semana, suponé, el vendaje empieza a abrirse por acá, y vos de a poco te vas estirando. Despacio, sin apuro, porque las cosas mejor hacerlas bien. Además vas a tener los miembros entumecidos, así que con calma. Cuando el agujero ya es grande, ahí sí te estirás, te estirás… hasta que en un momento las alas se te despliegan solas. Es un reflejo, vos no tenés que preocuparte de nada. Y más bien que te vas a sentir raro, pero al poco tiempo lo dominás. Acá todo se aprende. Así que te asomás un poco, agitás las alas para que se active la circulación, y después vas saliendo con el resto del cuerpo, que lo vas a tener todo negro. Por último, te desenganchás los pies, que lo mismo, vas a verlos negros y las piernas flexionadas, así, como yo, mirá. Después de eso empieza una etapa hermosa, otra instancia de preparación: aleteo, a distancia, a media distancia; desarrollo de las antenas para la percepción del oponente y trabajo cardiorrespiratorio para mantener el vuelo. No te olvides que si al otro no lo liquidás rápido hay que aguantar doce raunds. Pero bueno, ahora no te compliques. Yo te cuento porque esto me apasiona, podría estar toda la noche… Así que hacé una cosa: venite la próxima y ya nos ponemos a laburar.
(Buenos Aires, 1989). Autor de los libros de narrativa breve Un deporte hermoso (los-proyectos, 2014) y El corto verano de los hombres (Milena Caserola-El 8vo. Loco, 2013), así como de relatos incluidos en antologías y revistas, y de la pieza teatral La patria liberada (2014). En Twitter: @Pichersky.
Me gustó mucho este cuento. Bien lograda la voz, y el final también.
Qué bueno que te gustó, Humberto.
Si te apetece leer el libro completo, puedes descargarlo aquí:
http://los-proyectos.com.ar/ariel-pichersky/un-deporte-hermoso/index.html#sthash.maxOvOkx.dpuf
Saludos
J.S.