Rafael Chirbes: Contar siempre más

Chirbes - por Gustavo Ribas

Rafael Chirbes / © Gustavo Ribas
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Tengo la suerte de haber leído buena literatura desde la adolescencia porque mi padre, con quien nos criamos mi hermana y yo, era un buen lector. A él, por tanto, le debo que cayera en mis manos un libro fino de Anagrama, firmado por un tal Rafael Chirbes, que se titulaba Los disparos del cazador, y que mi padre nos recomendó tanto a mi hermana como a mí. Creo que cuando terminamos de leerlo nos dijo algo así como “¿Habéis visto? Cuenta mucho más de lo que cuenta”. Probablemente, aunque me diera cuenta más adelante, cuando ya había leído sus novelas anteriores (La buena letra, En la lucha final y Mimoum), y otras posteriores (especialmente La larga marcha), cuando ya le había visto en alguna charla en la Universidad, comprendí que Chirbes era, probablemente, el escritor contemporáneo del que, como aprendiz de novelista, más había aprendido.

Quizás por eso, con un atrevimiento que solo se entiende por mi juventud, lo abordé durante una Feria del Libro de Madrid, hace media vida. Él firmaba ejemplares, o más bien aguardaba a hacerlo, solitario, en la caseta de Anagrama. Yo acababa de volver de Milán, donde había pasado seis meses, para trabajar, precisamente, en la caseta de una editorial universitaria, apenas a unos metros de la de Anagrama. Desde Italia había enviado a una revista un estudio sobre Max Aub, un autor que sabía que le gustaba a Chirbes, y por ahí le entré. Me dijo que sí, que le enviara por carta a su dirección de Beniarbeig el artículo publicado, junto al manuscrito de una novela que también había concluido en Milán.

Poco tiempo después, me llamó al móvil. Lo recuerdo perfectamente. Estaba en un autobús de Granada, donde vivía por entonces. Aún me sorprende que un escritor consagrado tuviera ese gesto con un veinteañero que no conocía a nadie dentro del mundillo literario. Por resumir aquella llamada: ni mi estudio sobre Aub ni mi manuscrito le habían gustado: “Entré en el libro de la misma manera que salí, no me hace cambiar mi manera de ver el mundo”. Luego me preguntó mi edad, y me dio a entender que tenía madera y que siguiera con ello.

Años después, ahora yo vivía en Málaga, le escribí otra carta. Había terminado otro manuscrito, y quería saber si lo leería. Me respondió de inmediato y se lo hice llegar, igualmente por carta. Más o menos lo mismo, si bien ahora salvaba la primera parte de este manuscrito (que a la postre, por cierto, acabaría en la fase final del Herralde y publicado en edición digital por una más que minoritaria editorial). En esta ocasión, además, me dio su juicio por escrito, de manera que conservo esa carta y a ella me remití a la hora de volver a escribir, pues me regalaba algunos consejos ineludibles.

Cuando el año pasado mi novela Grietas ganó el Premio Lengua de Trapo, pensé en enviarle un ejemplar. No lo hice. Me pudo el pudor. Ya era escritor, ya no tenía por qué molestarle, por qué robarle tiempo, cuando a fin de cuentas contaba con un editor para enmendarme. Pensé que seguramente, con el correr de los años, acabaría coincidiendo con él en alguna ocasión, y entonces le recordaría quién era y tendría la oportunidad de ofrecerle en persona la novela, por si alguna vez tenía tiempo para leerla. Ya es demasiado tarde y siempre lo lamentaré.

Su muerte me ha afectado como si le conociera de verdad. Y en cierto modo es así porque cuando uno escribe, Chirbes es de los autores que le acompañan de manera más consciente. Uno intenta que el lector no salga de sus novelas igual que entró, que la lectura que ofrezca del pasado no sea la autocomplaciente de tantos otros autores, que el retrato del presente incorpore una perspectiva no demasiado manida, un punto de vista distinto, que a fin de cuentas podamos comprender por qué las cosas son así, o al menos por qué no son como nos las pintan. Sí, a Rafel Chirbes lo tengo siempre presente cuando escribo. Espero que alguien, cuando lea una de mis novelas, pueda decir lo mismo que me dijo mi padre sobre este maestro: “Cuenta más de lo que cuenta”. Sé, no obstante, que nunca contaré sin contar como él lo hizo.

Descanse en paz.

by Santi Fernández Patón

nació en 1975. Es miembro de La Casa Invisible de Málaga (España), una de las iniciativas de gestión ciudadana más relevantes de la última década. Ha publicado las novelas Miembros fantasma (Hakabooks.com, solo en edición digital) y Grietas (XIX Premio Lengua de Trapo de Novela). fernandezpaton.net

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