Entre fintas y tiempos verbales

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Egresado de una maestría en escritura creativa, autor de dos libros publicados: uno de relatos, Gringadas (2010, Ediciones B); y una novela, Gramática pura (2015, Rey Naranjo), futbolista amateur y con un pregrado en Administración de empresas, Juan Fernando Hincapié (Bogotá, 1978) hace parte de ese grupo de narradores emergentes colombianos que ya empieza a llamar la atención del público y de la prensa cultural.

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Ángel Castaño Guzmán: En una entrevista dijo usted que, en su caso, la lectura fue el desencadenante de la vocación literaria. En concreto, ¿qué libros y autores le dieron el empujón? ¿Qué lecturas tenía en la cabeza cuando escribió su cuento premiado «Tus cucos» [1.El cuento «Tus cucos» ganó el concurso de cuento Ciudad de Bogotá / Modalidad Jóvenes, en el año 2003]?

Juan Fernando Hincapié: Un autor muy importante para mí es el peruano Bryce Echenique. A los veinte años leí El hombre que hablaba de Octavia de Cadiz. Hasta entonces había leído algunos libros, pero, a decir verdad, me parecía aburrido. Me bastaron unas hojas de Bryce Echenique para entender que se puede contar una historia con humor y gracia, y es de esta manera que he tratado de redactar mis propios libros. Además, gracias a él llegué a otros autores que han sido fundamentales para mí: César Vallejo y Julio Ramón Ribeyro, unos cracks totales. Creo que es justo decir que a la literatura llegué por el Perú.

En cuanto al relato «Tus cucos», ahora no recuerdo qué leía entonces. Pese a que no es un cuento erótico, sino más bien uno que da cuenta de una obsesión, creo que es justo nombrar otro libro que me encandiló: Las edades de Lulú, de la escritora madrileña Almudena Grandes. Entonces prestaba el servicio militar: lo leí en el bus que me llevaba a casa por toda la Avenida Caracas, y miraba aterrado a ver si alguien me estaba mirando. ¿Se podía hacer eso? ¿Qué era «Almudena»? ¿Un hombre? ¿Una mujer? ¿Un seudónimo? Lo leí literalmente de una sentada, como se lee lo que más nos gusta.

ACG: Emilia Restrepo Williamson, la narradora de Gramática pura, mete la cucharada continuamente, reta al lector. Háblenos de cómo construyó tan singular personaje.

JFH: Sabía que quería escribir un manual de gramática novelado. Quería hacerlo divertido, entremezclando toda suerte de comentarios y vivencias, para aligerar un poco el peso de la palabra «gramática». Más o menos al estilo de Argos en Gazaperas gramaticales, pero con una historia detrás. Comencé a trabajar como si el personaje fuera un hombre, pero rápidamente me di cuenta de que no quería hacer un personaje como el de mi primer libro, Gringadas. Es decir, un hombre más o menos de mi edad, una primera persona de esas características. Quería hacer otra cosa. Por la época leí una novela que me gustó muchísimo: Ciencias morales, del escritor argentino Martín Kohan, que está brillantemente narrado por una mujer. Antes había escrito un relato cuyo narrador era una chica, de modo que un día me pregunté: ¿Por qué no una mujer? ¡Claro, mucho mejor una mujer! Todas esas opiniones, todos esos prejuicios le quedan mejor a una mujer, sobre todo a una bogotana proveniente de una familia de «gente bien», que suelen tener muchas opiniones y ningún empacho en expresarlas. Y comencé a redactar, a perfilar el personaje, y todo fue saliendo gracias al trabajo diario. Tengo que decir que los comentarios de mi editor ayudaron a mejorar al personaje y la historia. Todo se logró a punta de trabajo, y pese a que escribir suele ser tortuoso, la verdad fue divertido.

ACG: Aparte de la gramática otro de los temas presentes en su obra es el fútbol. ¿Qué encuentra en el balompié que le atraiga al punto de hacerlo parte de su universo narrativo? ¿Qué pasó con la novela Los 23 idiotas que hace un tiempo anunció?

JFH: Me interesa mucho el fútbol como tema narrativo. Está presente prácticamente en todo lo que escribo. En Gramática pura es en donde menos está presente, pero no me pude contener: Emilia tiene sus opiniones sobre el fútbol. Siempre he sido futbolista, y creo que conozco bien el universo del futbolista amateur. A decir verdad, poco me interesa el fútbol profesional, no siento que sea un tema muy literario. Además, hay infinidad de no-ficción al respecto: entrevistas, perfiles, crónicas, algunas de ellas de un nivel altísimo. Sin embargo, es muy extraño que aún no tengamos la gran novela de fútbol, siendo el fútbol tan popular.

Esto no sucede en otros deportes. Hay mucha y muy buena narrativa sobre el béisbol, por ejemplo, incluso algunas películas notables (las películas que hablan de fútbol son todas iguales de malas). Hace poco leí una novela de fútbol americano que me encantó. Pero sobre el fútbol, nada. Está Fontanarrosa, que es el Messi de la literatura de fútbol; Soriano también es bueno; la novela El regate, del brasileño Sérgio Rodrigues, es excelente. No obstante estos buenos ejemplos, aún seguimos esperando la gran novela, y no digo que yo la haya escrito ni mucho menos, 23 idiotas es un proyecto que quiero mucho porque con él aprendí a escribir, la disciplina diaria, entre otras cosas muy importantes, pero tal vez deba dedicarle unos meses de trabajo con mi editor.

De otro lado, escribir sobre un partido de fútbol es difícil. ¿Qué tanto se puede decir? El tipo la paró con el pecho, se sacó dos, la clavó en el ángulo. Creo que ahí es donde fallan las películas, por ejemplo. Desde la primera toma se ven tipos tirando tacos, chilenas… el fútbol no es así: cualquiera que haya estado en una cancha lo sabe. Uno la puede parar mal, resbalarse, pasar varios minutos sin tocar el balón. En fin. Todo lo que sucede mientras se juega un partido (qué está pensando un tipo, por qué juega de defensa, volante, etc.), todo eso me parece mucho más literario que el partido en sí.

ACG: ¿Qué tanto sirvieron en su formación de escritor los estudios en escritura creativa: tanto los de la Central como los de la Universidad de Texas, en El Paso? ¿Qué herramientas le dieron para el oficio?

JFH: Es una pregunta difícil, porque es difícil cuantificar qué tanto ha servido o no. Recuerdo que la Central era divertida principalmente por los compañeros: siempre terminábamos en algún bar del centro. No recuerdo que se tallereara mucho: éramos como treinta personas en el salón y se hacía difícil. Seguramente con la maestría que tienen ahora hay más tiempo para todo esto. La Universidad de Texas en El Paso, de otro lado, ofrece lo que más se necesita: tiempo. Nunca antes (ni después) tuve tanto tiempo para leer y escribir, y eso es un tesoro para una persona que está en formación. Además, todos los profesores son escritores que, además de su faceta académica, publican todo tipo de libros. También sobresale un aspecto que pocos rescatan: a los alumnos que van de Latinoamérica los suelen ubicar como profesores de español. Creo que a partir de este punto comenzó todo mi interés en la gramática, que ha sido crucial en mi formación como escritor. Es decir, puede que no sea tan interesante «comerse» todas las crónicas de los compañeros en clase, es posible que uno se quede callado en alguna pues no hay nada que decir, pero al otro día tienes que levantarte a dar una clase sobre el pluscuamperfecto de subjuntivo. Ahí se sabe de qué estás hecho. En fin: es positivo desde cualquier punto de vista, aunque hay una parte de mí que sigue pensando que es difícil enseñarle a escribir a alguien. En más de un sentido, como dijo el gran Salinger, es como un ciego enseñándole a andar a otro ciego. Sé que ahora proliferan los talleres de escritura, es evidente que hay una sobreoferta. Desde luego, es una buena oportunidad laboral para los escritores, pero de ahí a que sirva de mucho… Es como abrir un café internet hace veinte años.

by Ángel Castaño Guzmán

(Armenia, Colombia. 1988) es periodista y editor.

4 Replies to “Entre fintas y tiempos verbales”

  1. 2
    Rocio

    Siempre es buenos saber de los escritores y sus obras.
    Gramática Pura es una propuesta muy interesante. Confieso que me lo leí en tres días y sí tenía la curiosidad de saber por qué había optado el autor por narrarlo desde un personaje femenino.

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