Cuando a un hombre le meten un dedo en el culo, reacciona.
Alberto Kesman,
durante la transmisión de Chile vs Uruguay
1.
Fuimos a pescar al arroyo Pando. Era una mañana calurosa y Javier tenía olor a segundo tiempo. Lo primero que hice fue clavarme el anzuelo en un dedo. Mi jornada personal quedaría inmediatamente teñida por este episodio. No me gusta pescar, pensé, para qué mierda vine, encima paleteando con estos dos.
-Dónde pusiste el dedo, Jara?- gritó Javier sonriente mientras preparaba su caña..
Metí el dedo en el agua pensando que serviría de algo, un mínimo alivio brotó de o en mi mente. Eli había llevado unos refuerzos de jamón y queso y me arrimó uno. Comí parado junto a la orilla del arroyo marrón; el sol hacía guiñadas entre las plantas que crecían en la base del puente. Javier, sentado, parecía un autista; la comparación dejó de funcionar cuando recordé que los autistas, por lo general, son inteligentes.
2.
Javier no es mi amigo. Es más, ni siquiera lo banco. Lo conocí en la escuelita de los curas cuando teníamos 7 u 8 años. Su mayor virtud era incluir puteadas en las plegarias matutinas y culpar a los otros. Fue él quien testificó en mi contra cuando le tiré tierra en los ojos a Bartimeo. Cuando Eli me contó que se habían arreglado pensé que era una joda. Desde entonces mi relación con Eli ya no fue la misma. Yo sé que Javier no la deja que me visite, ella lo niega, pero la conozco tanto que no hay forma de que me lo pueda ocultar. Cuando voy a su casa, Javier siempre trata de dejarme en ridículo a lo que Eli siempre responde “dejálo quieto, nabo, por qué lo molestás?”. El Pepe me ha dicho en varias ocasiones que le tendría que pegar un par de piñas al Javi. El Pepe imagina la situación desde su perspectiva. El Pepe mide 1.81.
3.
(A mi me dicen Piolín. Cuando jugaba en el Marco Sastre me pusieron el apodo. Creo que fue el Potrillo, o el Jabón, no recuerdo bien. Yo era titular y jugaba de enganche, el La Pasta me daba siempre la camiseta número 10, porque jugaba lindo o porque en su juventud había sido amigo de mi abuelo. “Tu abuelo le pegaba como los Dioses” me decía, en las prácticas, el viejo La Pasta. En un partido tiré 7 tiros libres, y los 7 dieron en el palo. Te lo juro por mi perro, que lo quiero más que a algunas tías. El La Pasta se agarraba la cabeza. “Le pegás como tu abuelo” me decía, “pero él tenía más suerte”. Después me dijo que a la suerte hay que ayudarla y me obligó a quedarme una hora practicando tiros libres. Luego fui a la escuela y el Padre Martín me dijo que solo los pecadores creían en la suerte.)
4.
El grito de Javier interrumpió mis pensamientos: “Decíle a Eli que prepare el mate, la puta que te parió!”.
Me levanté dejando la caña sobre unas piedritas de colores que se acumulaban en la orilla. Eli parecía dormitar en la camioneta que su padre, el gran Oscar, le había prestado a Javier. Me acerqué caminando lentamente, pero el reflejo del sol no permitía ver dentro de la cabina. Cuando estaba a menos de un metro la puerta se abrió.
-Pasá Piolín-, me dijo con su completa sonrisa.
-Javier dice que prepares el mate- le respondí mientras me acomodaba como copiloto.
-Que la chupe, Carlos, que la chupe! ya me tiene harta-, dijo mientras se acomodaba el pelo hacia atrás quedando todavía más bonita. Una gota de sudor se deslizaba entre sus tetas, no usaba soutien y los pezones parecían los timbres de la casa de mi abuela.
-Piolín, dejá de chuparte el dedo, tengo que decirte algo…Vení, dame ese dedo de mierda.
Tomó mi mano, una gotita de sangre lagrimeaba por mi dedo índice.
-Vamos a hacer un pacto -me dijo-, si un día dejo a Javier, vos te arreglás conmigo, te conseguís un laburo de cadete y nos vamos a vivir a Polanco del Yí.
El calor dentro de la camioneta era agobiante, pero ninguno de los dos parecía estar incómodo.
-Los pactos se deben sellar con sangre, Elizabeth. Tajeáte un dedo!- dije haciéndome el gracioso.
-Tengo una idea mejor -me dijp-, mi tajo ya está hecho, y ahora mismo, sangra.
Llevó mi mano con decisión por los senderos de su muslo, luego la cadera, y finalmente me hizo meterla por debajo de su short. Mis dedos bajaban por el oscuro y cálido follaje del monte de la Diosa. Sentí el contacto de humedades. Un milagro poderoso se desplegaba entre mis piernas; de su boca se escapaban palabras imperdonables. Con los ojos cerrados, Eli, sacudía su cuerpo sobre el asiento, su respiración era cada vez más agitada. Mi mano se balanceaba en un ligero compás de deleite.
5
Sin abandonar ese santuario, giré la cabeza para observar el arroyo. Javier, de pie, al costado del agua, nos miraba sin vernos sacudiendo un pez gigantesco que aún luchaba por su vida, “Tomá, puto”, me gritaba con vehemencia mientras mi pez exploraba otras profundidades. Con la mano que tenía libre prendí la radio para ensombrecer los gemidos de Eli; seguían discutiendo sobre la elminación de Uruguay de la Copa América, de la explusión de Cavani y el dedo de Jara. El sol continuaba dando de lleno en el parabrisas y Eli afirmaba que eso era la bendita suerte. Eli pecaba mientras Javier pescaba. Yo solo deseaba la mujer del prójimo.
6.
Al caer la tarde regresábamos en la camioneta por la Ruta 8. Javier decía que todo lo que el juez no ve, no ha ocurrido. “Si te tocaron el culo y no se dieron cuenta, jodéte, mala suerte. El fútbol no es para alcahuetes.”
Me dormí en el asiento trasero mientras Eli se chuponeaba al Javi. Soñé con el padre Martín y un confesionario. Cuando abrí los ojos el mundo estaba extraño. No era exactamente culpa lo que sentía, sino un dejo de tristeza o cierta inquietud de saber que, tarde o temprano, Dios, sancionaría de oficio. El dedo aún sangraba y esa misma noche, Chile, salía campeón.
(Montevideo, 1984). Ha publicado el poemario “Arca de aserrín” (Ediciones en blanco, 2011) y el cuento “Micaela Moon” (Travesía Ediciones, 2014). Pueden leerle en www.migueavero.blogspot.com y en algunas revistas de la web como Revista Nuestra Imagen o Ciudad Esqueleto.
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