Las ‘luchadoras’ de la calle Águila

Hablemos Press

 

Poco después de haber arribado al poder, en los primeros años de la década del 60, el gobierno revolucionario de Fidel Castro cerró los prostíbulos, ofreció empleos y vías de superación cultural a muchas de las mujeres que trabajaban en ellos, y decretó el fin de la prostitución en Cuba.

De esa manera, parecido a lo que ocurrió con la discriminación racial, las autoridades pretendieron eliminar un fenómeno social susceptible de reproducirse en cualquier momento. Muy probable que formas solapadas de prostitución continuaran manifestándose posteriormente en ciudades como La Habana, sitio de destino de muchas mujeres jóvenes provenientes del interior de la isla, a menudo sin familiares en la capital y carentes de alternativas para ganarse la vida.

Sin embargo, cuando la escasez de artículos de consumo obligó a los gobernantes a habilitar tiendas especiales para extranjeros, donde había que acudir con dólares u otras monedas libremente convertibles —prohibidas para los cubanos, so pena de ir a la cárcel acusados de tráfico ilegal de divisas—, se destapó nuevamente la prostitución. Entonces apareció la “jinetera”, esa mujer que vendía su cuerpo a extranjeros a cambio de baratijas, como un perfume o un par de zapatos.

El jineterismo cobró un auge inusitado a partir de 1993, cuando se despenalizó la tenencia de divisas por parte de los ciudadanos cubanos, en momentos en que la economía del país tocaba fondo, y abandonar la isla era la aspiración suprema de buena parte de la juventud. En ese contexto, las inmediaciones de los hoteles, las discotecas, los centros de recreación, los cascos históricos de las ciudades, así como otros sitios de interés turístico, se nos antojaban hipódromos donde las jineteras cabalgaban en pos de algún yuma (extranjero) que las sacara del infierno, o en su defecto les proporcionaran los fulas (dólares) con que mitigar la hecatombe.

Fue el momento en que otras mujeres con menos posibilidades de competir por un yuma en los lugares más exclusivos del turismo internacional, pero con idénticas necesidades que las jineteras, se decidieron a sentar plaza en sitios donde la clientela sería cubana. Pero, de acuerdo con las tarifas y el salario promedio del ciudadano de a pie, no sería cualquier cubano el que podría acceder a este comercio de la carne. Surgen así algunos focos de prostitución en la capital, entre ellos el de las calles Monte y Cienfuegos, emblemática intersección en la que confluyen los municipios de Centro Habana y Habana Vieja.

Dicen algunos que Monte y Cienfuegos se “quemó” cuando se produjo allí una riña entre una prostituta y su chulo, en la que resultó muerta la primera. El operativo policial desencadenado dio una batida contra las muchachas que frecuentaban la zona, al tiempo que desmanteló parte de la infraestructura que facilitaba el negocio, como los cuartos donde tenían lugar las citas.

Como resultado de ello, el centro de gravedad de la prostitución se trasladó hacia un parquecito contiguo al Parque de la Fraternidad. El parquecito —conocido posteriormente como “el Parque de las Putas”— está frente al antiguo Palacio de Aldama, hoy sede del Instituto de Historia de Cuba. Allí, un hombre solo se sentaba en un banco, y no pasaba mucho rato sin que una joven se le acercara. Mas, era un lugar demasiado céntrico, desprovisto de vías para un posible ocultamiento, y por tanto a merced de policías y chivatos.

 

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©Juan Suarez / Havana Times

 

Aparece el lugar indicado.

Hacía falta un sitio más discreto, que no se alejara de los lugares frecuentados por los clientes habituales, y si contaba además con establecimientos que atrajeran a nuevos interesados, como un bar y una piloto (local donde se vende cerveza a granel), mucho mejor. Así apareció el tramo de la calle Águila, entre Monte y Estrella. Por otra parte, las tiendas de alrededor posibilitaban que las chicas pudieran pasar inadvertidas, camufladas entre curiosos y compradores, en espera de un buen partido.

Ya desde horas tempranas de la mañana, caminar por la calle Águila equivale a encontrarnos con jóvenes —algunas portando apenas pequeñas carteras como único complement-o, apostadas a la espera de alguna proposición. Una presencia que aumenta a partir de las horas del mediodía.

Las chicas, por lo general, conservan una curiosa disciplina en cuanto a los horarios. Algunas siempre están por las mañanas, otras siempre al mediodía, y las hay fijas de las tardes. Por supuesto, también existen algunas que se pasan todo el día, sobre todo cuando no logran los ingresos que desean. Cuando incursionamos por segunda o tercera vez en la calle Águila, ya advertimos ciertos códigos y situaciones que pudieron pasar inadvertidos durante la primera visita. En primer término, lo referido a las denominaciones. Porque ellas no se consideran prostitutas, sino “luchadoras”, mientras que los usuarios de sus favores sexuales son “puntos”. Y al intercambio erótico se le llama “matar una jugada”.

Lo otro que observamos es una amalgama de hombres parados en las esquinas, en los pasillos de las tiendas, o sentados en los muritos de las aceras. Dan la impresión de no ser puntos. Claro, se trata de los chulos. Unos personajes que todo lo complican, pero que, como veremos más adelante, asumen una dimensión diferente según el parecer de cada luchadora, muchas de las cuales, incluso, los tienen como sus maridos.

 

Al habla con Yaíma

Yaíma es una trigueña de 26 años que frecuenta las mañanas de la calle Águila. Para ella los chulos son necesarios como protección. Protección que adquiere suma importancia, entre otros casos, cuando aparece un punto que no quiere pagar. “Mi marido tuvo que caerle a piñazos y quitarle el dinero hace poco a un negro descarado que no quería pagarme”, nos dice Yaíma.

Y lo más significativo es que cuando Yaíma llegó a Águila, dos años atrás, no tenía chulo. Ella es una muchacha que destaca por su buen nivel cultural, un rasgo que no abunda entre el resto de sus colegas. Es graduada de Ingeniería Hidráulica, pero le inhabilitaron el título al no aceptar la ubicación laboral que le asignaron para cumplir el Servicio Social. “Y después estos comunistas dicen que nos dan los estudios gratuitos, descarados que son”, refunfuña Yaíma.

Posteriormente, para no quedarse en casa sin hacer nada, matriculó un curso nivel medio en Gastronomía. Al concluir los estudios trabajó un tiempo en un restaurante estatal, al tiempo lo dejó pues no le satisfacía y durante meses intentó encontrar qué hacer. Entonces un amigo le comentó que aquí en Águila podía ganar mucho dinero.

“Mire, me pasaba ocho horas de pie en el restaurante, trabajando sin cesar, y cuando me iba, a lo sumo, lo hacía con cuatro o cinco fulas (CUC) en el bolsillo que me daban de propina. Y con mi salario oficial no podía contar, pues ¿quién vive en Cuba con 445 pesos cubanos al mes (unos 18 dólares)? Aquí en Águila, en un día, puedo ganar el triple de lo que me pagaban en un mes en el restaurante. Y sin matarme mucho, solo con tres o cuatro jugaditas que mate”, asevera Yaíma.

Al continuar indagando acerca del papel de los chulos, nos comenta esta chica: “Cuando llegué a Águila estaba sola. Había acabado de romper con mi novio. Mi actual marido fue un punto que tuve. Me gustó como hacía el amor, y pronto nos empatamos. Me llevó para su casa, y ya llevamos más de un año juntos. Comoquiera que él no tiene trabajo, yo lucho para los dos. Dice que cuando consiga un buen trabajo me va a sacar de este mundo. Yo, realmente, no lo veo como un chulo. Él me protege, yo lo ayudo, y nos queremos…”.

 

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Susana, en cambio, tiene otra opinión

Susana es una mulata guantanamera que dejó a su hijo en su provincia natal, y vino a La Habana a tratar de levantar cabeza. Vive, junto a otras dos mujeres, en la casa de un chulo para el que trabajan. Cada una debe, por tanto, darle una parte del dinero que ganan luchando. Además,  tienen la obligación añadida de acostarse con él. Susana me pidió que no indagara demasiado en su relación con este chulo, por lo que supongo que no le va muy bien. Sin embargo, por medio de esta mulata de buen cuerpo -muy demandada por los hombres- di con algunas de las reglas del negocio. “En primer término, siempre debemos pensar que este es nuestro trabajo, por lo que no debemos buscar el placer con ningún punto. Cuando nos pagan los cinco o 10 CUC que casi todas cobramos habitualmente, lo nuestro es abrir las piernas y que el punto haga lo demás. Claro, excepto que el tipo sea espléndido y nos pague 20 CUC o más. En ese caso, lo complacemos en todo. Además, si el punto nos hace preguntas personales, nunca decirle la verdad. Y mirar bien que el preservativo esté sanito, y velar por que el tipo no se lo quite sin darnos cuenta. Porque, óigame, hay cada mujeres que lo hacen sin preservativo por cierta cantidad de dinero. ¡Yo, ni loca! Ah, y muy importante, ninguna de nosotras se llama realmente como todos nos nombran. Ese es solo nuestro nombre de guerra».

 

Más sobre los chulos

Algunos, ciertamente los menos, no están todo el tiempo cerca de sus chicas, ni pendientes de cuántos puntos éstas se llevan a la cama. Son luchadoras  que cuentan con más libertad para tomar decisiones ante las ofertas que reciben. Algunas andan por casas o habitaciones alejadas de la calle Águila, con mejores condiciones de alojamiento, y por las que los puntos suelen pagar por encima de los 15 o 20 CUC.

Este tipo de chulo, por lo general, no le exige todo el dinero a la luchadora, la que casi siempre consigue ahorrar una parte de los ingresos. No son pocas las mujeres del interior del país que luchan aquí en Águila durante unos meses, y después regresan de vacaciones a sus provincias, con regalos para sus hijos, padres y parientes.

Sin embargo, el chulo clásico se suele comportar de manera diferente y no le pierde ni pie ni pisada a sus mujeres, lo que puede llegar a dificultar, incluso, el acercamiento de algunos clientes. Tal asedio llega al clímax cuando el chulo toca a la puerta de la habitación si considera que su mujer lleva demasiado tiempo encerrada con un punto. Situación que ha provocado no pocas reyertas. Estos chulos, a diferencia de los primeros, les exigen todo el dinero a las luchadoras, y después ellos deciden qué necesitan comprar las mujeres.

Comentario aparte merece el maltrato físico a las mujeres. Algunos chulos suelen emplearlo como una forma de coerción, lo que enfrenta a las luchadoras a un callejón cuyas únicas salidas pasan, bien por tolerar los golpes, bien por enfrentarse al riesgo de una denuncia ante la policía. Pues una vez que se conozca su condición de prostituta, será ella, quien, probablemente, termine en la cárcel.

 

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©Invision Images

 

¿Dónde ‘se matan’ las jugadas?

La lucha diaria de estas mujeres requiere de un complemento esencial: el lugar al que llevar a los puntos después de haber pactado la transacción.

En La Habana han proliferado los propietarios de viviendas que alquilan habitaciones por horas y en moneda nacional, a las que suelen recurrir las parejas en busca de intimidad. Por lo general estas habitaciones cuentan con aire acondicionado, baños con agua corriente, ropa de cama limpia, y un refrigerador con refrescos y cervezas. Esto último, claro está, fuera del precio del alquiler. Estos negocios cobran, como regla, una tarifa de cinco CUC —o su equivalente en moneda nacional, 125 pesos— por las primeras tres horas de estancia.

Sin embargo, los lugares donde matan las jugadas la mayoría de las luchadoras de la calle Águila no poseen esas características. Son habitaciones pequeñas, carentes de ventilación, a veces sin agua ni servicios sanitarios y donde la ropa de cama no se cambia con frecuencia. Cobran un CUC por media hora de estancia, y lo más significativo: realizan el alquiler de manera ilegal, pues sus propietarios no están inscriptos como trabajadores por cuenta propia. Ello implica, como es lógico, que se hallen a merced de la acción de policías e inspectores.

Por mediación de Susana, la guantanamera, visité una de estas casas ubicada en las inmediaciones de Águila.

Después de que la luchadora logró convencer a la propietaria de que yo no era un inspector, ni un chivato, ésta accedió a conversar. Su vivienda tiene condiciones para montar un negocio de más calidad, e incluso registrarse ante las autoridades como trabajadora por cuenta propia (en este caso en la categoría de arrendadora de habitación). Pero la mujer, que demostró conocimientos acerca de las leyes que rigen el cuentapropismo, fue categórica al afirmar que no pensaba dar semejante paso. “Mire, en primer lugar hay mucha desconfianza hacia este gobierno. Hoy dictan unas leyes, y mañana las echan para atrás. Además, si me inscribo en la ONAT (Oficina Nacional de Administración Tributaria) tengo que pagar los impuestos todos los meses, haya tenido clientes o no. Y aquí, con las muchachitas de Águila, no hay nada seguro. Un día se me llena la casa, pero al siguiente no viene ninguna por culpa de algún operativo policial”.

Y continúa la mujer exponiendo otras razones: “También tendría que contratar a un contador o tenedor de libros, pues yo no entiendo mucho de andar con papeles, y estas gentes pretenden que uno lleve la misma cantidad de registros que las carpetas de los hoteles. Ah, y los inspectores corruptos… A la vez que te inscribes como cuentapropista empiezan a visitarte, para que tú cojas miedo y les des dinero. Tengo una amiga inscrita como arrendadora que a cada rato recibe la visita de militares de Inmigración, del Ministerio del Interior, para averiguar si les alquila a los extranjeros. ¡Qué va, es un lío!…»

“Bueno, ¿y qué sucede si un día te sorprenden alquilando sin licencia?”, pregunto a la mujer. Su respuesta fue rápida, como si hubiese pensado muchas veces cómo proceder en esa circunstancia: “En ese caso pagaría la multa que me impongan, que es la medida que toman cuando te detectan por primera vez. Pero, claro, hasta ahí llego en este negocio, porque si te cogen como reincidente te pueden hasta decomisar la vivienda. Óigame, esto se hace para aprovechar la buena racha y acumular un poco de dinero. Porque el que piense que va a vivir de esto toda la vida… está perdido”.

 

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¿Y qué hace la policía?

Observar a media mañana el panorama de la calle Águila permite apreciar la magnitud de la presencia de policías e inspectores. Si apenas vemos mujeres luchadoras, ni vendedores ambulantes que ofertan todo tipo de mercancías sin licencia de cuentapropistas es muy probable que estemos ante un operativo de los órganos represivos.

En ocasiones, las luchadoras se refugian en alguna de las tiendas de la calle, o simulan estar vendiendo cualquier mercadería —jabas, bloomers o medias de hombre— y así aguardan la llegada del próximo punto. Claro, si las sorprenden vendiendo ilegalmente las multarán, pero siempre la sanción será más leve que si llegaran a acusarlas por prostitución.

Acerca de la actitud policial contra las luchadoras se manejan las más disimiles opiniones. Hay quienes afirman que los policías de la zona solo actúan cuando están presionados por las instancias superiores. En caso contrario se hacen los desentendidos sobre lo que sucede aquí en Águila. Incluso no faltan quienes aseguran que existe complicidad entre las mujeres y algunos policías. Otras dicen que los policías las chantajean, que les piden acostarse con ellas sin pagar, y que, si no lo hacen, por cualquier cosa se las llevan detenidas. Son retenciones transitorias, que, por lo común, terminan con una Carta de Advertencia, que les prohíbe acercarse a las zonas de la ciudad donde se suele —o se tiene la sospecha— practicar la prostitución. Por supuesto, también ha habido luchadoras que han ido a parar a conocidas y temidas cárceles de mujeres, como Manto Negro. “Vamos a arrastrar a todos esos policías el día que se caiga este gobierno”, es un clamor que circula entre no pocas luchadoras.

 

Lo mío es empatarme con un yuma

Uno de esos días en que casi todas las luchadoras se ocultaban en el interior de la tienda que hace esquina con la calle Monte, me encontré con Danay, una preciosa negra santiaguera que se jacta de ser una de las más solicitadas por los hombres. Después de decirme que tiene clientes fijos que le pagan 30 ó 40 CUC por cada encuentro, y que con lo luchado en una semana se pudo comprar un televisor Panda de los que venden en la shopping, accedió a contarme su historia.

“Comencé en este mundo allá en Santiago de Cuba. Al principio me acostaba con cubanos, pero siempre tuve la convicción de que lo mío era ligar a un extranjero que me sacara de este país. Porque, óigame, aquí no hay vida para una persona joven”.

“En eso me junté con una amiga que estaba en lo mismo, y me dijo que fuera para el Parque Céspedes, que era el lugar de Santiago donde tenía más posibilidades de empatarme con un yuma. Y así lo hice: todas las tardes me sentaba en los bancos del Parque Céspedes que dan de frente al hotel Casa Granda. Y óigame, yo quisiera que usted viera el espectáculo que se produce allí: las mujeres sentadas en el Parque y mirando para el Casa Granda, y los extranjeros sentados en la terraza del hotel y mirando para el Parque Céspedes. Es como si todo el mundo estuviera puesto para empatarse con alguien”.

“Al cabo de las dos semanas ya me había empatado con un italiano. Pero pronto me decepcioné. Sí, es verdad, el tipo me dio algo de dinero y pude resolver algunas cosas, pero nada de casarse conmigo o ponerme una carta de invitación. Entonces decidí comunicarme con un tío que vive solo aquí en La Habana, y le pregunté si me admitía en su casa. Claro, ayudándolo con algún dinero”.

Me resultó extraño que una mujer que aspira a un extranjero viniera para Águila, ya que aquí no abundan los clientes de ese tipo. Enseguida Danay me explicó sus razones: “Al principio fui a luchar a la calle Obispo, un lugar repleto de extranjeros. Sin embargo, me di cuenta de que estaba en desventaja con las otras mujeres que luchan allí. Casi todas ellas se visten bien, tienen buenos zapatos y se echan perfumes caros. Y yo era una negrita pobre, que venía de Santiago con la ropa que traía puesta como único equipaje”.

“Entonces una amiga me recomendó que viniera para Águila, que aquí con una blusita, un short y un par de tenis podía luchar y ganar dinero. Claro, no es lo mismo lo que te da aquí un punto cubano, que lo que puedes buscarte en Obispo si te empatas con un extranjero. Pero bueno, hay que empezar por algo. Aunque yo sí reafirmo mi intención: estoy aquí en Águila hasta que coja fuerza. Después me voy para una zona donde abunden los tembas extranjeros. Porque lo mío tiene que ser un yuma”.

Bueno, y comoquiera que se dice aquí en Águila que Danay es una de las pocas luchadoras que no tiene chulo, le pregunto al respecto: “No, qué va. Los chulos, al final, lo que hacen es complicarte la vida. Aunque haya muchachitas que dicen que los necesitan para que las protejan, casi todos te hacen la vida imposible, te persiguen, te quitan el dinero, y hasta te dan golpes. Lo que pasa es que eso es como una trampa, y cuando te vienes a dar cuenta, ya estás engrampada y no te puedes zafar”.

Le ruego a Danay que nos aclare eso de «la trampa«. “El problema es que hay tipos muy inteligentes, sobre todo los jóvenes y bonitillos. Están contigo la primera vez y hacen todo lo posible porque tú te sientas bien con ellos. Después, como saben que gustaron, empiezan a no querer pagarte, y así poco a poco hasta que te lo echas de marido. Y al final ya se creen dueños de tu persona. Hay una buena cantidad de muchachitas que quisieran deshacerse de sus chulos, pero ya no pueden porque están amenazadas por ellos”.

Danay entonces me expone su estrategia para no caer en las garras de un chulo. “Yo sí que corto por lo sano. Por supuesto que me han gustado algunos de los puntos con los que he estado. Yo no soy de piedra, eh. Pero ahí mismo se acaba todo. Si me gustó un tipo, más nunca estoy con él. Porque aquí, en Águila, lo mío es trabajar, y no echarme un marido. Ya te dije que mi marido tiene que ser un yuma que me saque de este país”.

 

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El punto de vista de un cliente

Aquí en Águila es heterogénea la clientela de la prostitución femenina. Los hay pudientes, con mucho dinero en los bolsillos, y también los que solo cuentan con los seis CUC imprescindibles para matar una jugada sencilla (cinco para la luchadora y uno para el alquiler del cuarto). Los hay solteros y sin pareja, pero también los que buscan con las prostitutas las fantasías eróticas que sus esposas no les brindan. Y también los hay jóvenes y menos jóvenes. A propósito, tomando en cuenta los posibles intereses de estos últimos, florece en la calle Águila un mercado colateral. Pues cada vez que un temba, ya entrado en la tercera edad, camina de un lado a otro, de inmediato se deja escuchar un singular pregón: “Vaya, hay Viagra, hay Viagra…”.

Uno de esos tembas es un sesentón —así le llamaremos— que no quiso dar su nombre, pero que reconoció que casi todas las semanas viene por la calle Águila en busca de alguna veinteañera. El hombre sesentón es afortunado en este sentido, ya que tiene a sus dos hijos en Estados Unidos, quienes le envían puntualmente una remesa con la que pueda satisfacer sus deseos sexuales.

Cuando le preguntamos qué busca en una prostituta no vaciló en responder: “Para mí lo más importante es el nivel de entrega que la mujer esté dispuesta a ofrecer. Puede ser que te topes con una preciosura, pero a veces esas se tiran en la cama y no te dejan hacer casi nada. Todo se vuelve: no me beses, no me chupes el cuello, termina rápido… Y así, realmente, no hay hombre que se pueda concentrar en lo que hace. Por eso yo las prefiero que estén dispuestas a hacer el acto sexual lo más cercano a la realidad, como si fuésemos dos amantes, aunque físicamente no sean nada del otro mundo. Pero, claro, eso también depende de lo que paguemos. Si entramos solo con cinco CUC, es muy difícil que una mujer se entregue completamente”.

Y más adelante el sesentón aporta más detalles de su incursión en el mundo de la prostitución: “Mira, yo reconozco que este ambiente de Águila está hecho para los hombres jóvenes. Ellos, nada más llegan al cuarto, ya tienen erección -que es lo que desean estas mujeres: acabar rápido-. Pero mi caso es distinto. A mi edad la erección se demora y, en ocasiones, tengo que besar y acariciar para conseguirla; y si me encuentro con una mujer que no me deja hacer esas cosas, pues figúrate, puedo estar la media hora completa sin poder hacer nada. A eso se agrega la presión de que, cuando más embullado estés, te tocan a la puerta porque hay otra pareja esperando. No se sabe las veces que he perdido el dinero de esa forma, sin poder hacer nada”.

Sin embargo, el sesentón posee la fórmula para pasarla bien: “Últimamente ya casi no me acerco a ninguna mujer para proponerle solamente cinco CUC. Ahora las invito a irnos lejos de aquí, a lugares donde no haya parejas esperando afuera, y podamos hacer las cosas sin apuro. Claro, en esas condiciones debo pagar de 15 CUC en adelante. Pero es preferible. Te aseguro que en esos casos, cuando puedo hacer juegos sexuales previos a la penetración, las cosas me salen muy bien. Ah, y sin necesidad de Viagra».

No quise concluir con el sesentón sin preguntarle su criterio acerca de la ya mencionada estrategia antiprostitución que prevalece en algunas naciones y que consiste en penalizar al cliente. “Óigame, esa es la mayor injusticia del mundo. Te aseguro que esa ley la inventaron hombres jóvenes que tienen todas las mujeres que quieran, sin depender de la prostitución. Porque, ¿crees tú que una mujer joven se iba a fijar en mí si no fuera por dinero? Y a mí, realmente, no me gustan las mujeres que vayan más allá de los cuarenta años”.

 

La prostitución femenina en desventaja

Cuando se habla actualmente de prostitución en Cuba ya no podemos (como tal vez treinta años atrás) referirnos solo a las mujeres que venden su cuerpo. Eso se debe al vertiginoso auge que ha cobrado la prostitución masculina. Una prostitución que, para complicar más las cosas, asume una doble faceta: por un lado los llamados “pingueros”, que alquilan sus servicios varoniles a los homosexuales pasivos, y por otra parte los travestis.

Los alrededores del Parque Central y el Paseo del Prado, en la zona antigua de La Habana, son el escenario del afán de muchos muchachones por empatarse con homosexuales ya entrados en años —si son extranjeros, mucho mejor—, los que pagan muy bien por el vigor juvenil de esos pingueritos. Por supuesto que estos últimos no se consideran homosexuales por el hecho de hacer el acto sexual con otros hombres. La mayoría de los pingueros tienen novias o esposas oficiales. Afirman que tratan únicamente de ganarse la vida de la mejor manera posible, y en realidad su presencia no va más allá de los sitios mencionados.

Los travestis, en cambio, ya son un fenómeno aparte. Han irrumpido de forma tal que son los dueños de las madrugadas habaneras. No hay barrio de la ciudad que no se colme de esos hombres disfrazados de mujer cuando las manecillas del reloj sobrepasan las doce de la medianoche. Ellos buscan clientes masculinos con que echar unos cuantos fulas a sus carteras. Y tan detallista es la metamorfosis que, en ocasiones, resulta difícil descubrir que no se trata de una mujer auténtica.

Algunos analistas estiman que el travestismo recibió el visto bueno de las autoridades a raíz de la exhibición de la película Fátima o el Parque de la Fraternidad, basada en un cuento del escritor Miguel Barnet. En el filme, un travesti sale todas las noches a cazar extranjeros en ese céntrico parque habanero.

Nada tendría que ver lo apuntado hasta aquí con la prostitución femenina si no fuera por el hecho de que algunos clientes prefieren ya a los travestis. Es una competencia en la que el elemento precio asume un rol protagónico: las luchadoras piden cinco CUC para matar una jugada sencilla, en la que el cliente no puede aspirar a exquisiteces. Los travestis, por su parte, cobran dos CUC por sexo oral, y cuatro por una completa, con todo incluido.

Cuando comentamos esa situación con Yaíma, la joven luchadora reacciona airadamente nos dice:“Es que nosotras no tenemos quién nos defienda. Los travestis están por todas partes, ejerciendo la prostitución al descubierto, y nadie se mete con ellos. Claro, nadie quiere buscarse líos con la Mariela Castro esa, la defensora de los homosexuales en este país».

Precisamente mientras converso con Yaíma llega la noticia de que el día anterior habían recogido a Susana, la guantanamera. La indignación de Yaíma y de varias muchachitas que se nos acercan aumenta al enterarse de la manera poco honesta en que actuaron contra Susana: un tipo se le acercó y le propuso matar una jugada. Pero una vez que la chica aceptó y se disponía a conducir al supuesto punto hacia el lugar de los hechos, el tipo le sacó un carnet de la policía y la conminó a subir a un vehículo policial que estaba parqueado en la otra cuadra.

“Ya ves, hasta policías vestidos de civil emplean contra nosotras”, apunta Yaíma. Y cuando le confirman que, por ser la primera vez que la detienen, lo que le van a hacer a Susana es deportarla para su provincia, esta ingeniera devenida luchadora no oculta su ironía: “Y después dicen que La Habana es la capital de todos los cubanos… Hipócritas que son estos gobernantes”.

No obstante el ambiente poco propicio para las disquisiciones teóricas, le hago una pregunta a Yaíma que tengo en el tintero desde el principio: “Bueno, ¿y por qué no prostituta, y sí luchadora?”.

“El problema es que lo que nosotras hacemos no se puede sacar del contexto de lo que sucede en Cuba. En este país casi nadie puede vivir con su salario, y por eso todo el mundo lucha a su manera. Los panaderos luchan robándose las materias primas que debían agregarle a los panes; las cajeras de las tiendas pretenden quedarse con el vuelto de los clientes; los dependientes de los restaurantes estatales te sirven la comida traída de sus casas, y no el menú oficial de la instalación, con lo que dejan de entrar recursos monetarios a las arcas del Estado; los vendedores de un agromercado te roban en las pesas al despacharte menos cantidad de productos,… y así por el estilo. Esa gente lucha robándole al Estado o a la población. Nosotras, en cambio, no le robamos ni le hacemos daño a nadie. Luchamos con lo mejor que tenemos: nuestros cuerpos. ¡Y a mucha honra!»

by Orlando Freire Santana

(La Habana, 1953) es periodista independiente, colaborador de Diario de Cuba y Cubanet. Ha publicado la novela La sangre de la libertad (Premio Franz Kafka de Novelas de Gaveta, 2008), el libro de ensayos La evidencia de nuestro tiempo (Premio de ensayo de la revista Vitral, 2005) y Así lo quiso Dios y otros relatos (editorial Neo Club, 2014)

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